Extraviados

Lo que tenemos enfrente es si continuamos en la restauración de un régimen autoritario, a manos de un grupo que ha mostrado ampliamente su incapacidad y sevicia, dice Macario Schettino.

Macario Schettino

El domingo pasado hubo elecciones extraordinarias en Tamaulipas, para cubrir un puesto en el Senado que había quedado vacante. La asistencia a las urnas apenas rebasó 20% del padrón electoral. Cerca de 80% de los tamaulipecos decidió no decidir, optó por que otros lo hicieran en su lugar. No creo que haya peor forma de perder la democracia.

Aunque el crimen organizado ha sido un factor relevante en la política de ese estado por ya algunas décadas, me dicen que no fue ésa la razón principal de la abulia tamaulipeca. Más bien, los votantes estaban convencidos de que la elección estaba ya decidida y, por lo tanto, no valía la pena perder unos minutos del domingo. Curiosamente, en las casillas con más de 50% de asistencia, el resultado fue el inverso al oficial. El candidato ganador obtuvo su triunfo en las casillas a las que asistieron menos personas.

Tiene lógica. La política de compra de votos del gobierno de López Obrador funciona para un número limitado de personas. No son muchos, pero sí van a votar, y votan por quien deben, en la lógica del autócrata. En una elección a la que asiste menos de la mitad de los electores, el triunfo está asegurado. Lo vimos en la farsa de la revocación de mandato, y lo comprobamos este domingo en Tamaulipas.

Por esa razón, López Obrador, y su instrumento electoral, Morena, quieren convencer a todo mundo de que las elecciones ya están decididas. Por eso su gran esfuerzo propagandístico, la insistencia en la popularidad presidencial, el ataque continuo a la oposición, los insultos y el desprestigio. La idea es que usted crea que ya no tiene caso ir a votar. Usted no irá, pero los que reciben dinero sí lo harán. En ese esfuerzo autoritario, nuevamente tenemos abundantes colegas actuando como tontos útiles. Piensan que criticar a la oposición, recordar las fallas de PRI, PAN y PRD, es parte de su trabajo como observadores imparciales. En realidad, aceleran el fin de la democracia.

Antes de que se indignen, no se trata de que los observadores dejen de hacer su trabajo, se trata de que entiendan las circunstancias en que estamos. No hay duda de que el PRI, durante sus 50 años en el poder sin contrapeso, fue una fábrica de corrupción e ineficiencia. Tampoco hay duda de que en los 30 años de que nos abrimos al mundo, dejamos de tomar medidas internas, y por ello no aprovechamos a fondo esa integración. Pero todo lo ocurrido antes de 2018 resulta inútil para entender lo que vivimos hoy: destruido el marco institucional, derrumbadas las finanzas públicas, alterada de forma definitiva la política social, ¿de qué sirve insistir en lo inexistente?, ¿o no este gobierno está formado por los priistas de aquellos años, por los capitalistas de compadrazgo de todas las épocas, por lo más corrupto de nuestra historia?

Tanto los políticos que insisten en terceras vías, como los opinadores que insisten en pedir golpes de pecho a la oposición, no parecen entender la disyuntiva actual. No estamos decidiendo entre opciones democráticas, con mayor o menor capacidad de gobernar, interés por los más desfavorecidos o preocupación por derechos ambientales y de género. Lo que tenemos enfrente es si continuamos en la restauración de un régimen autoritario, a manos de un grupo que ha mostrado ampliamente su incapacidad y sevicia, o si optamos por mantener la democracia y, paulatinamente, avanzar en la reconciliación y reconstrucción del país.

No es momento de socialdemocracias, de progresismo o democracia cristiana. No es tiempo de soñar con alternativas nórdicas. Es nada más mantener la democracia sin adjetivos, que tanto costó construir. Nos vemos el domingo en las calles. (El Financiero)

Adquiere el libro

Un viaje a través de la historia del periódico Guía.

Colegio Fray Jacobo Daciano