JEAN MEYER // Rusia y sus imperios

En el décimo segundo mes de la agresión rusa en Ucrania. En 2008, después de celebrar la guerra relámpago de agosto contra Georgia, Alexander Prokhanov publicó un manifiesto intitulado “Expansión o destrucción”: “La historia de Rusia desde la época del paganismo es la historia de una sucesión de imperios… El primer imperio es el de Kiev y Novgorod, pero cayó bajo los golpes de la caballería mongola, porque lo había debilitado el libre pensamiento de los príncipes. El segundo imperio, la Rusia moscovita, acabó en el Tiempo de los Disturbios, cuando las provincias de nuevo vencieron al centralismo y cuando Rusia fue la presa fácil de tribus extranjeras. El tercer imperio, de los Romanov, duró 300 años. Se derrumbó en febrero de 1917 cuando, otra vez, triunfaron los valores liberales.

Stalin sacó a Rusia del abismo, la reconstruyó a sangre y fuego. Así levantó el cuarto imperio… A finales de los años 1990, la URSS cayó bajo los golpes del liberalismo, pero en 2000 se tomó la decisión de renunciar a la idea del Estado nacional. Con la segunda guerra de Chechenia empezó el renacimiento del imperio ruso. Después de aplastar a los separatistas, el Kremlin amarró de nuevo el país con grapas de hierro. La guerra por Osetia del Sur (contra Georgia) manifiesta que Rusia está lista para regresar a las regiones abandonadas a la hora de su debilidad”. (Argumenty y Fakty, 29 octubre 2008).

Es la idea fundamental de Putin: Rusia es imperial y todo régimen de libertad es una amenaza mortal. La libertad debilita al Estado, lo que incita al enemigo externo a la agresión; ayer los mongoles, los teutónicos, los polacos, los europeos y americanos, hoy, el Occidente y su brazo militar la OTAN. Al erradicar el liberalismo relativo de los años de Boris Yeltsin, Putin repitió la hazaña patriótica de Stalin, la que celebra el historiador Konstantin Pisarenko: “Stalin tuvo que luchar casi solo contra la locura democrática generalizada (el poder colegial bolchevique J.M.). Había que escoger entre el triunfo de la democracia a expensas del funcionamiento del Estado y la estabilidad política sin libertad de discusión y sin elecciones”.

Putin lo afirmó sin tapujos, en septiembre de 2004: “Vivimos hoy después del derrumbe de un inmenso Estado. Un Estado que, por desgracia, no se manifestó estable en un mundo en plena evolución. Sin embargo, a pesar de todas las dificultades, logramos conservar el núcleo de ese gigante que era la Unión Soviética”. Lamentando la desaparición de la URSS como “la mayor catástrofe del siglo XX”, Vladimir Putin ha trabajado tenazmente en borrar la derrota sufrida al final de la guerra fría. No debemos olvidar que el presidente estadounidense George Bush celebró, en 1992, la “victoria” de los Estados Unidos. Una humillación inútilmente propinada a Moscú, humillación que el entonces joven coronel del KGB no olvidaría nunca. Hasta el lobo tiene sus buenas razones.

A sus ojos, Rusia no puede ser sino imperial, con la tarea histórica de “reunir las tierras” de todas las Rusias, grande, pequeña, blanca y roja, Moscú, Kyiv, Minsk y Kishinau. “El verdadero criterio de la soberanía y de la independencia de un Estado es su capacidad en ser el núcleo y el centro de reunión con otros Estados, a corto y largo plazo”. El imperio no es un lujo, sino una necesidad vital. “Un imperio crea a su alrededor ‘anillos de Saturno’”, anillos de seguridad. Cada imperio percibe cuál es su espacio. Debemos acelerar la unión de Rusia y Bielorrusia y añadir Abjasia y Osetia (de Georgia), Transnistria. Ucrania podría incluirse si logra acabar con su partido pro occidental. No hay límites a la ampliación. Olvídense de la intangibilidad de las fronteras. Para todo imperio, las fronteras son laxas, podemos y debemos moverlas. Más espacio controlamos, menos posibilidad hay que nos traguen los otros”. Lo dicho por Alexander Prokhanov, en 2008, no es muy diferente de la teoría del “espacio vital” de Hitler, un Hitler que soñaba con anexar a Ucrania.

En noviembre de 1999, Putin le dijo a Clinton: “Ustedes tienen América del Norte y la del Sur, tienen África y Asia, a lo menos podrían dejarnos Europa”.

Historiador en el CIDE

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JEAN MEYER

Dr. Jean Meyer. Francés nacionalizado mexicano. Historiador. Licenciado en grado de doctor por la Universidad de la Sorbona. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) donde además fundó y dirigió la División de Historia.

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