Las Homilías, “un desastre”

A. Sahagún

Es una queja común entre asistentes a la misa dominical, la de que no les gusta la prédica del celebrante. Fundamentalmente porque la reducen a la repetición del texto del Evangelio que acaba de ser leído. Pero ninguna aportación propia.

La homilía es una plática relativa a la proclamación de la palabra que acaba de hacerse, adaptada a las circunstancias cambiantes del momento, de suerte que venga a ser una palabra siempre nueva. No debe ser una exégesis o explicación del significado estricto del pasaje bíblico en cuestión, ni una clase de catequesis. En cuanto a la duración de dicho sermón, en el medio social actual más bien había que cuestionar el poco tiempo que se le dedica.

¿A qué obedece situación tan desafortunada, ya que es la ocasión ideal para la comunicación sencilla, práctica de las enseñanzas de la palabra de Dios?

Recientemente, el papa Francisco, refiriéndose a la importancia de la liturgia o culto público de la Iglesia expresó lo siguiente acerca del ejercicio actual de la homilía: “Por favor, las homilías: son un desastre; a veces escucho a alguno: ‘Sí, he ido a misa en esa parroquia… sí, una buena clase de filosofía’, 40, 45 minutos… Ocho, diez: ¡no más! Y siempre un pensamiento, un afecto y una imagen. Que la gente se lleve algo a casa”.

Entre nosotros, no existe riesgo de que un clérigo convierta la homilía en una clase de filosofía, ni tampoco de que la prolongue a 40, 45 minutos. Pero sí lo hay de que la reduzca a lo ya dicho.  Y todo porque no le  dedica tiempo para prepararla, o también puede  darse el caso, porque carezca de la capacidad para hacerlo.

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