P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Hoy contemplamos el fugaz “triunfo” de Jesús en su entrada a Jerusalén, “la ciudad que asesina a los profetas”. Muy pronto, el mismo destino se haría realidad en la persona de Aquél que no había hecho otra cosa sino hacer el bien. Un modo de estar al lado de Jesús en el drama de su pasión y muerte, sería acompañar a su Madre que sufre y que no entiende la crueldad de sus asesinos y, sin embargo, aun cuando su corazón sangra, se fía, una vez más, de la palabra de su Señor pues sabe que todo es parte de Su plan de salvación hacia nosotros, su pueblo. Con el jesuita Flores Mateos podemos decir: «Si me duelen los ojos de tu Hijo, otro tanto me cuesta tu mirada, Madre que lo acompañas en dolores y también en perdones lo acompañas. ¿Cómo, al fin, resistir el doble encuentro de esas vuestras pupilas empañadas por un llanto que ya ni correr puede por amargo, y se anuda a la garganta? Yo, el culpable, me encierro en el paréntesis del perdón de mi víctima sagrada y el tuyo, Madre, que en dolor me engendras. ¡De esa prisión de amor jamás me salga!» (Pensamientos de Ejercicios. 1996. Guadalajara: ITESO,101).
Pero, ¿es posible entrar en el misterio del dolor de una madre y la profundidad de su mirada? ¿Seré capaz de consolar a Nuestra Señora contempla la agonía cruenta de su Hijo, el inmenso dolor y las brutales vejaciones a las que fue sometido, cuando no sólo he pecado, sino que soy pecado? Ciertamente, solo con Nuestra Señora de los Dolores podemos pedir la gracia de Dios para saber enfrentar una vida que no siempre es fácil porque quizás -como Ella-, comenzamos los días santos con un dolor que quema dentro, que paraliza y se engrandece con el paso del tiempo. Siempre me ha impresionado el «Hágase» de María el día de la Anunciación porque hizo la promesa de elegir una vida de servicio continuo sin esperar ni pedir nada. Cuando la Señora respondió «Hágase» y «He aquí la esclava del Señor» se comprometió a vivir en perfecta sumisión, disponibilidad y obediencia. Pero no solamente eso, sino que, al elegir “así”, de una forma incondicional, era consciente de que una espada atravesaría su corazón. Y, no obstante, se fio de Dios y optó por dejarse llevar por su Palabra con absoluta y plena libertad porque sabía que, el amor y el dolor del amor son la única forma de generar vida verdadera sin simulación ni engaño.
No nos extraña, por tanto, el modo como enfrentó los hechos de la pasión y muerte de Jesús. Tristeza y dolorida, lo contemplaba en el camino del Calvario; no entendía por qué lo habían dejado solo quienes se decían sus amigos. Las palabras hirientes y burlonas de la turba le traspasaban, efectivamente, el corazón. Con su mirada le transmitía su amor de Madre y le aseguraba que Ella estaría siempre ahí, que no estaba solo. Al pie de la cruz, María nos fortalece para que podamos acompañar el dolor de quien sufre. Ante nuestra impotencia al no poder eliminar el sufrimiento, nos conforta para que -como Ella-, estemos «de pie», sin doblarnos o echarnos para atrás. Asociándonos al dolor de su Hijo, el mismo que Ella no puede aliviar y, mucho menos evitar, se decide a estar ahí y, con solo su mirada, hace suyo el sufrimiento e incluso la muerte de Jesús, impresionada ante tanta humildad, ternura y una indescriptible capacidad para soportar la injusticia.
Estamos ante el misterio que permitirá que asumamos que, frente a nuestra fragilidad ante la injusticia, que tantas veces no nos sentimos capaces de sobrellevar; ante nuestras quejas continuas, nuestros miedos y cobardías… Ella ha sido fiel desde su «SI» de Nazaret hasta el «SI» al pie de la cruz en Jerusalén; ora, medita, reflexiona, contempla, pero, sobre todo, tiene fe y esperanza, lo que tantas veces a nosotros nos falta. El camino de la cruz de Cristo nos invita a contemplar el via crucis personal en el que, seguramente hay sufrimiento, pero también la oportunidad de descubrir nuestra misión cotidiana. No debemos olvidar que hay muchos hermanos que sufren infinitamente más que nosotros, en Siria, con los efectos del terremoto, con la absurda guerra en Ucrania, con la angustia por la violencia, la impunidad y la inseguridad en México y el mundo. Es sumamente importante que consideremos que habrá momentos en los que tengamos que sufrir el misterio de la cruz porque no podemos juzgar los designios de Dios. Sin embargo, también es un hecho que, mientras tengamos los ojos fijos en la cruz de Cristo, si no somos indiferentes o asépticos ante ella, tendrá un valor salvífico y la podremos encarar con serenidad y esperanza. Cuando nos llegue el momento y preguntemos ¿Por qué este dolor? ¿Por qué a mí? María nos invita a que la miremos también a Ella para llegar a entender que en la infame cruz del Gólgota podemos encontrar la verdadera respuesta. Y, con una sola mirada, la Señora nos dará la fuerza para permanecer de pie y no echarnos para atrás, a pesar de todo y de todos.
Domingo 2 de abril de 2023.