JEAN MEYER // La muerte de Stalin

Hace 70 años, el 5 de marzo de 1953, anunció Radio Moscú que “dejó de latir el corazón de José Vissarionovich Dzhugashvili Stalin”, después de varios días de enfermedad. “El corazón de Stalin, el jefe, el amigo y el jefe de los trabajadores de todos los países, ha dejado de latir. Pero el estalinismo vive. Es inmortal. El nombre sublime del maestro genial del comunismo mundial resplandecerá de una flameante luz por los siglos de los siglos”. Desorientados, los soviéticos y los comunistas del mundo entero perdían a su “Guía”, “el Padrecito de los pueblos”, mientras que los occidentales saludan al vencedor del nazismo en Stalingrad, Kursk y Berlín, sin mencionar que había sido cómplice de Hitler de 1939 hasta 1941. Franklin D. Roosevelt, después de su estancia en Yalta, en febrero de 1945, decía que el “Tío Pepe” tenía en su naturaleza algo de “un gentleman cristiano”. No quería saber nada del Gulag, del terror rojo, del pacto germano-soviético, del reparto de Polonia entre Stalin y Hitler.

El diario del partido comunista francés, L’Humanité, publicó en primera plana, al lado de la foto del difunto: “Stalin, el hombre más querido de nosotros” y lloraba “el guía seguro de toda la humanidad progresista”. El 5 de marzo, cuando cayó la noticia, todos lloraban y gritaban en la conferencia nacional del PCF. Bien decía Maurice Thorez, jefe del partido: “¿Cómo podría ser comunista quien no tenga en su corazón un amor sin límites para Stalin, el jefe, el amigo?”. Años después, el excomunista Mosco explica en el documental “Memorias de un ex”: “Éramos estalinianos porque éramos internacionalistas proletarios. Estábamos persuadidos de ser buenos franceses a la vez que partidarios de Moscú”. Y es que Stalin era Stalingrado. En su autocrítica de 1959, Edgar Morin explicó: “Stalingrado, para mí, y seguramente para miles como yo, barrió críticas, dudas, reticencias. Stalingrado lavaba todos los crímenes del pasado”. Así es hoy en día, en Rusia. 

Eso explica la exaltación de Stalin, incluso más allá de la esfera comunista. El poeta Paul Eluard entró al PCF en 1927, al mismo tiempo que sus amigos del grupo surrealista, Louis Aragon y André Breton; en 1949 le dedica al “Guía” un poema que dice: “Stalin disipa hoy la desgracia/ La confianza es fruta de su cerebro de amor/La vida y los hombres eligieron a Stalin/ Para figurar en la tierra su esperanza sin límites”. Aragon, fiel entre los fieles, afirmaba que “es el más humano de los hombres”; al final de su vida, arrepentido, confesó que eso había escrito “porque lo creía, creía, creía, creía”. Dijo cuatro veces “parce que je l’ai cru, cru, cru, cru”.     

El 12 de marzo de 1953, las Lettres Françaises, semanario cultural del PCF, publicó en primera plana “Lo que debemos a Stalin”, por Aragon y otros autores, y un retrato del “Guía” joven, realizado por Picasso. Unos días después, L’Humanité publicó un comunicado furibundo del secretariado del partido: “El PCF desaprueba categóricamente la publicación del retrato del gran Stalin dibujado por el camarada Picasso”. Le reprochan su falta de parecido con el “genial georgiano” y hubieran preferido su representación en mariscal vencedor. Representar a Stalin joven era un error imperdonable: “La mínima transposición de su pensamiento y de su cara es intolerable… ¿Dónde están el resplandor, la sonrisa, la inteligencia, la humanidad por fin, sin embargo, tan visibles en los retratos de nuestro querido Stalin?”       

Picasso admiraba a Stalin, sin apreciar el delirante culto de la personalidad; eso explica lo que dijo en aquel entonces al amigo comunista Pierre Daix: “Bueno, Stalin era un verdadero macho, un toro… Entonces, si le das el falo de un toro, tienes un pequeño Stalin detrás de ese enorme objeto. Van a gritar: “¡Pero usted hizo de él un maniaco sexual! ¡un sátiro!”. Dime, tú qué sabes, el realismo socialista, ¿es Stalin con una erección o sin erección?”.

           Vean el documental de Serguei Loznitsa, Funerales de Estado (2019) sobre el anuncio de la muerte de Stalin y el adiós del pueblo soviético a su jefe. Y sepan que Stalin no ha muerto, el estalinismo es inmortal como se puede ver en la Rusia de Putin.

 

Historiador en el CIDE

       

           

Deja un comentario

JEAN MEYER

Dr. Jean Meyer. Francés nacionalizado mexicano. Historiador. Licenciado en grado de doctor por la Universidad de la Sorbona. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) donde además fundó y dirigió la División de Historia.

Gracias por visitarnos