Santa Gertrudis de Helfta
Hija dilecta del Corazón de Jesús
Tan unida a lo sobrenatural, que parecía más un ángel del cielo que una criatura terrenal. Vivió alejada de las atracciones mundanas y era considerada el sustento de su religión.
Plinio María Solimeo
Muy poco se sabe de la vida de santa Gertrudis. Los cinco libros de sus revelaciones nos ofrecen escasa información sobre su vida. Sabemos que nació alrededor de 1256. Sus padres la colocaron como alumna de las monjas benedictinas de Helfta cuando apenas tenía cinco años de edad.
La priora de este monasterio era otra Gertrudis, de Hackeborn. Muy piadosa y culta, esta priora, viendo la estupenda inteligencia de su homónima, la animó mucho tanto en la observancia monástica como en las actividades intelectuales que santa Lioba y sus monjas anglosajonas habían transmitido a sus fundaciones en Germania.
La pequeña Gertrudis encantó a todos. “En esta alma, Dios reunió el brillo y la frescura de las flores más bellas con el candor de la inocencia, de modo que encantaba a todas las miradas como atraía a todos los corazones”, dice su biógrafa y contemporánea.
La educación de Gertrudis fue confiada a la hermana de la priora, Matilde, que estaba muy avanzada en la vía mística y en la santidad. Ella trataba de infundir en las almas de sus alumnas el fuego del amor de Dios que devoraba su corazón. Y encontró en Gertrudis un campo favorable para ello. Así, “conservando la pureza de corazón durante los años de su infancia y adolescencia, y entregándose con ardor a los estudios y a las artes liberales, [Gertrudis] fue preservada por el Padre de las misericordias de todas las frivolidades que suelen arrastrar a la juventud”.
En su conversión, recibe los estigmas de Cristo
Sin embargo, en su afán por pasar de las lenguas a la Retórica, y de la Retórica a la Filosofía, disminuyó un tanto su temprano fervor. Fue cuando, a la edad de veintiséis años, después de un mes de terribles pruebas, Nuestro Señor se le apareció y le hizo comprender su falta: “Lamiste la tierra con mis enemigos, y la miel de entre las espinas; pero finalmente vuélvete a mí, que yo te recibiré y te embriagaré con la corriente de mi divino regalo”. Según explica su biógrafa: “Entonces Gertrudis comprendió que había estado lejos de Dios, en una región desconocida, cuando, aplicándose hasta ese día a los estudios mundanos y, debido a un apego muy fuerte a los encantos de la sabiduría humana, había descuidado el dirigir su mirada hacia la luz de la ciencia espiritual”.4 En esta visión, le fueron impresos —aunque no de un modo visible externamente— los sagrados estigmas de Nuestro Señor Jesucristo.
Después de estos acontecimientos, que ella llama “su conversión”, se entregó con ardor al estudio de la teología escolástica y mística, de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia, especialmente de san Agustín, san Gregorio Magno, san Bernardo y Hugo de San Víctor.
En el monasterio no ejercía otra función que la de hermana sustituta de la hermana cantora, santa Matilde. A pesar de estar continuamente enferma y luchando tenazmente contra sus pasiones, atendía a las numerosas personas que acudían a consultarla, “con citas de los libros sagrados empleadas tan a propósito que no permitían objeciones”. Para aclarar a sus consultores, redactó algunos tratados en lengua vernácula (las demás obras las escribió en latín), en los que explicaba trechos nebulosos de la Sagrada Escritura y transcribía las más bellas máximas de los Padres de la Iglesia. Por desgracia, estas obras se han perdido.
Su biógrafa, que era una de sus ardientes condiscípulas, también afirma que Gertrudis “fue la firme sustentadora de su religión, tan ardiente defensora de la justicia y de la verdad, que se le podría aplicar lo que se dice del sumo sacerdote Simón en el mismo libro de la Sabiduría: ‘Sostuvo la casa durante su vida’, es decir, que fue el soporte de su religión; ‘y en sus días fortificó el templo’, en el sentido de que con su ejemplo y consejo fortificó el templo espiritual de la devoción y excitó en las almas un mayor fervor”.
Pureza, humildad, bondad, fidelidad y caridad
Un año en el que el frío amenazaba a los hombres, a los animales y a las cosechas, santa Gertrudis imploró a Dios durante la misa que pusiera remedio a estos males. Y recibió la siguiente respuesta: “Hija, has de saber que todas tus peticiones son escuchadas”. A lo que ella respondió: “Señor, dadme la prueba de esta bondad haciendo que cesen los rigores del frío”. Al salir de la iglesia, el santo se percató de que los caminos estaban inundados con el agua producida por el deshielo. El clima favorable continuó, y la primavera comenzó más temprano.
Santa Gertrudis buscó esclarecer sus visiones, especialmente con Santa Matilde, que también fue favorecida con apariciones de Nuestro Señor Jesucristo. A propósito de ambas, habiendo preguntado un alma santa del monasterio a Dios “por qué exaltaba a Gertrudis por encima de todas y parecía no fijarse en Matilde, Él respondió: ‘Hago grandes cosas en ésta, pero las que hago y haré en aquélla son mucho mayores’”. Y Nuestro Señor Jesucristo tuvo la bondad de explicarle la razón de esta predilección: “Un amor enteramente gratuito me une a ella, y es este mismo amor el que, por un don especial, ha dispuesto y ahora conserva en su alma cinco virtudes, en las que me deleito: una verdadera pureza, por el continuo influjo de mi gracia; una verdadera humildad, por la abundancia de mis dones, pues cuanto más realizo en ella cosas grandes, más se hunde en el fondo de su indignidad por el conocimiento de su fragilidad; una verdadera bondad que la lleva a desear la salvación de todos los hombres; una verdadera fidelidad, por la que todos sus bienes me son ofrecidos para la salvación del mundo; finalmente, una verdadera caridad que la hace amarme fervientemente, con todo su corazón, toda su alma y todas sus fuerzas, y a su prójimo como a sí misma por mi causa”.
Devoción al Sagrado Corazón de Jesús
La Eucaristía era el centro de la piedad de Gertrudis, que ofrecía a Nuestro Señor todos sus actos y oraciones antes de la comunión como preparación para acercarse más dignamente a la Sagrada Mesa; y todos los que seguían a la comunión, como otros tantos actos de acción de gracias por el excelso beneficio.
“Se dice que santa Gertrudis fue la santa de la santa humanidad de Cristo, así como santa Catalina de Génova lo fue de su divinidad. Se dice igualmente que santa Gertrudis enseñó de manera admirable la teología de la Encarnación, que fue la teóloga del Sagrado Corazón, y que, si bien no fue elegida para ser la apóstol del Sagrado Corazón, fue al mismo tiempo la amante radiante, la poetisa delicada y la profetisa de esta devoción. Encarnación, misericordia de Jesús e intimidad confiante con el Sagrado Corazón, tal es, en efecto, el campo de santa Gertrudis. A esto conviene agregar la Eucaristía: pocos promovieron la comunión frecuente como ella, y con un sentido tan justo de las condiciones requeridas”.
Algunas de las revelaciones de Nuestro Señor a santa Gertrudis parecen preludiar las que haría cuatro siglos después a santa Margarita María Alacoque sobre su Sagrado Corazón. Un día le presentó, por ejemplo, su divino Corazón bajo la forma de un incensario de oro, del que ascendían al Padre Celestial tantas columnas de incienso fragante como clases de hombres por los que Él dio su vida.
Santa Gertrudis se refiere así a las gracias recibidas de este divino Corazón: “Además de estos favores, me habéis admitido en la incomparable familiaridad de vuestra ternura, ofreciéndome la nobilísima arca de vuestra divinidad, es decir, vuestro Sagrado Corazón, para que halle en él mis delicias. Vos me lo disteis gratuitamente o lo cambiasteis por el mío, como una prueba aún más evidente de vuestra tierna intimidad. Por este Corazón Divino conocí vuestros secretos juicios. Por él me disteis tan numerosos y dulces testimonios de vuestro amor que, si no conociera ya vuestra inefable condescendencia, me sorprendería ver que los prodigáis incluso a vuestra amada Madre, aunque sea la criatura más excelente y reine con Vos en el cielo”.
Santa Gertrudis escribió para provecho de los fieles una preparación para la muerte. Consistía en un retiro de cinco días, el primero de los cuales dedicado a considerar la última enfermedad; el segundo, a la confesión; el tercero, a la unción de los enfermos; el cuarto, a la comunión; y el quinto, a disponerse para la muerte. Ciertamente ella se habría preparado de esta manera para su muerte. Según la tradición, esto ocurrió en el año 1302 ó 1303, durante uno de sus innumerables éxtasis, probablemente el 15 de noviembre.
Santa Teresa de Ávila y san Francisco de Sales promovieron el culto a esta extraordinaria santa, pero fue recién el año 1739 en que se extendió a la Iglesia universal.11
Notas.-
1. Revelaciones de Santa Gertrudis, Artpress, São Paulo, 2003, Libro I, c. 1, p. 9.
2. Idem, c. 1, p. 10.
3. Idem, Libro II, c. 1, p. 10.
4. Idem, Libro I, c. 1, p. 10.
5. Idem, Libro I, c. 1, p. 11.
6. Idem, Libro I, c. 1, p. 12.
7. Edelvives, El santo de cada día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1949, t. VI, p. 166.
8. Revelaciones, Libro I, c. 3, p. 19-20.
9. Vernet, Gertrude la Grande, Dictionnaire de Théologie Catholique, Letouzey et Ané, Éditeurs, París, 1903, t. VI, col. 1333.
10. Revelaciones, Libro II, c. 23, p. 83.
11. Otras obras consultadas