P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
La oración es esencial para la vida cristiana no sólo porque es una fuente de refrigerio, de descanso y alivio, sino mucho más porque una relación personal y entrañable con Dios, expresa nuestra vocación a convertirnos en sus hijos. En el Padre Nuestro, no se nos pide en primer lugar que seamos sus siervos, sino sus hijos. Somos sus hijos y, como tales, nuestra alegría consiste en hacer la voluntad del Padre y compartir su intimidad. En su designio de amor que crea, Dios Padre nos ha elegido para ser hijos en Jesucristo (Ef 1,3-14). Por lo tanto, la oración, con su búsqueda de comunión espiritual entre el creyente y su Señor, es un lugar donde se realiza nuestra vocación filial: con Jesús, estamos llamados a volvernos al Padre para recibir el Espíritu Santo. Cumpliendo nuestra vocación personal, encontramos la paz y la unidad interior, es decir, un auténtico descanso para nuestro espíritu.
Es, además, una de las promesas que Jesús hace a quien se hace su discípulo: «Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallaran descanso para sus almas. Porque Mi yugo es fácil y Mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). Este criterio de descanso en la vida espiritual es uno de los elementos que distinguen nuestra vocación de ser hijos del Padre y no de la de simples siervos y, mucho menos, esclavos. El tema del descanso es recurrente y central en la Biblia por lo que no debe descuidarse, tanto como fin que como criterio orientador de nuestra vida espiritual. Para el verdadero creyente se trata de entrar en el reposo de Dios como lugar de las promesas de salvación y la esperanza de su completo y veraz cumplimiento.
Y si se trata de entrar en un verdadero reposo, se siguen ciertos criterios para la conducta de nuestra vida espiritual: en primer lugar, no debe fatigarnos, al contrario, y mejor aún, debe regenerarnos hasta tal punto que, como afirma San Pablo: «por eso no nos desanimamos; al contrario, aunque nuestro exterior está decayendo, el hombre interior se va renovando de día en día en nosotros. No se pueden equiparar esas ligeras pruebas que pasan aprisa con el valor formidable de la gloria eterna que se nos está preparando. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; porque las cosas visibles duran un momento, pero las invisibles son para siempre» (2 Cor 4,16-18).
¿Somos conscientes de que, gracias a la fe, a pesar de las cargas y fatigas de los años, somos en cierto modo más jóvenes, más fuertes, más dinámicos espiritualmente? Tal vez porque hemos experimentado que los cantos de sirena del mundo no nos ofrecen ni la paz, ni la tranquilidad, mucho menos la felicidad porque todo es relativo, solo Dios es Absoluto. La oración, y la fe en general, son un lugar seguro de descanso porque corresponden a nuestra naturaleza humana; porque existe una atracción entre el Creador y su criatura. Y esto no es otra cosa que la constatación del deseo fundamental del hombre que consiste en amar y ser amado. Sólo Dios, que es el amor total y verdadero, lleva a su perfecta realización el deseo del hombre. Escuchemos a San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual (CA, versículo 11) que nos dice: “Descubre tu presencia, tu vista y hermosura me matan, mira qué el sufrimiento de amor no se cura si no es con presencia y figura”.
El santo español explica diciendo que «la causa del porqué la enfermedad del amor no tiene remedio sino solo con la presencia y figura del Amado, porque, así como el sufrimiento del amor es diferente de las demás enfermedades, así también es diferente su medicina. […]. Mientras que el amor, no tiene cura sino con cosas que son conformes al amor. El motivo es porque la salud del alma es el amor de Dios; por lo tanto, cuando no posee el amor perfecto, no posee la salud perfecta y, por tanto, está enferma. […] Por otra parte, cuanto más aumenta el amor, más salud poseerá, y cuando posea el amor perfecto, su salud será perfecta». Desde el punto de vista espiritual, nuestra salud perfecta es el Amor perfecto que se encuentra en la comunión íntima con el Señor, y sólo en esta comunión realizada está el descanso, el resultado feliz de nuestra búsqueda espiritual. En cierto modo, espiritualmente, en nuestra búsqueda siempre habrá insatisfacción; en todo lo que hacemos, podemos percibir una carencia que nos hace desear otra cosa. A medida que avancemos en nuestra vida de oración, descubriremos la verdad de lo que dice San Juan de la Cruz en el sentido de que sólo Dios colma nuestro más profundo anhelo. A veces, ya en esta vida, experimentamos las primicias del descanso prometido. Gozamos de momentos de quietud, de una paz que deseamos ardientemente. Este descanso, que en teología espiritual se llama quietud, paz y serenidad y se convierte en un criterio de la vida espiritual.
Domingo 26 de marzo de 2023.