Voces de una literatura continental: mujeres escritoras en América Latina

Con motivo del Día Internacional de la Mujer, estos son los testimonios de 20 escritoras de América Latina que, a pesar de las distintas realidades que afrontan en sus países, coinciden en inquietudes, se leen mutuamente y tienen como vínculo narrativo el feminismo, la violencia de género, los derechos humanos como el aborto, la diversidad sexual, entre otros

Lo que cuenta la escritura desbordada
Escribir es mi mayor ingenuidad, es querer contener lo que se desborda, expresó alguna vez la argentina Alejandra Pizarnik. En América Latina las mujeres siguen gestando escrituras sobre todo aquello que se desborda en su realidad literaria y social híbrida, compuesta y recompuesta.

“Veo enorme diversidad temática y genérica. Muchas estamos trabajando sobre temas que tienen que ver con el miedo, la violencia, el deseo y el daño. Lo hacemos porque son aspectos que tocan fuertemente nuestras vidas y nuestras sociedades, nuestra memoria y nuestro presente”, afirma la ecuatoriana Mónica Ojeda, finalista del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa 2018.
Para la cubana Daína Chaviano, ganadora en dos categorías de los International Latino Book Awards, los temas que menciona Ojeda “forman parte de la escritura femenina latinoamericana y la diferencian por la manera surrealista y a la vez confrontativa con la que expone la violencia de cualquier tipo”.

Violencias de género, exterminio de minorías étnicas, acceso al aborto, responsabilidad ecológica, leyes a favor de las comunidades LGBTIQ+, menoscabo de las democracias y aumento del narcoterrorismo. Estos son, según Chaviano, los tópicos abordados por una literatura en cuyo sustrato “caben lo mitológico, lo insólito, lo legendario y lo folclórico que muchas veces se expresan mediante claves, símbolos y alegorías”.

Para la autora cubana, escribir para contener lo que se desborda es lo que hace de María Luisa Bombal, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Idea Vilariño y Delmira Agustini escritoras fundamentales. En tiempos recientes ha descubierto a “narradoras contemporáneas muy interesantes como Samanta Schweblin, Andrea Ferrari y Mariana Enríquez, en quienes percibo una exploración de lo extraño que nos habita y nos acompaña; una búsqueda de lo que somos a partir del encuentro con lo alienígena tanto en su sentido extraterrestre como en todo aquello que nos resulta ajeno; y lecturas alternativas sobre la sociedad y el individuo a través de elementos fantásticos”.

La argentina Agustina Bazterrica, ganadora del Premio Clarín en 2017 se suma a este coro recordándonos que “vivimos en territorios donde hubo terrorismo de Estado y hay feminicidios, destrucción ambiental, corrupción, y falta de derechos y oportunidades”. Estas realidades “difíciles y dolorosas han sido abordadas por muchas escritoras con voces iluminadoras, novedosas y potentes” que hablan de la condición humana desde distintas perspectivas.

Entre sus referentes latinoamericanas clásicas menciona a Clarice Lispector, Silvina Ocampo y Elena Garro. De décadas recientes destaca a María Fernanda Ampuero “con su libro potentísimo Pelea de gallos; la colombiana Pilar Quintana con La perra; la chilena Lina Meruane con Sangre en el ojo, una crónica atrapante; Gabriela Cabezón Cámara con Las aventuras de la China Iron, una utopía en pleno siglo XXI; Valeria Correa Fiz con su precioso libro de cuentos Hubo un jardín; y Ángeles Salvador, que murió el año pasado y nos dejó dos libros imprescindibles: El papel preponderante del oxígeno y La última fiesta”.

Desde una lejana Finlandia, pero nacida en Perú, Tanya Tynjälä, representante de la Unión Hispanoamericana de Escritores en ese país europeo coincide con Ojeda, Chaviano y Bazterrica en la necesidad de escribir sobre el machismo, la violencia doméstica y la desigualdad de género, frente a los cuales “la ciencia ficción y la fantasía nos permiten metaforizar la otredad”.

En sintonía con ellas, “el sexo y la sexualidad, las identidades, el feminismo, las grietas, las derrotas, lo terrible, eso que nos duele” con una escritura “que tiene cuerpo y donde la palabra es nuestro grito” son los temas que la chilena Montserrat Martorell, doctora en Literatura Hispanoamericana, acentúa como medulares.

La uruguaya Fernanda Trías, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2021 destaca que, aunque se repiten algunos tópicos como la violencia de género, la maternidad y la experiencia del cuerpo, todos son abordados desde “una enorme riqueza expresiva e incontables propuestas estéticas que van mucho más allá de un tema o dos”.

La ternura, la violencia, el erotismo, el miedo y la tristeza son algunos de los muchos asuntos que la venezolana Keila Vall de la Ville destaca como preponderantes en la literatura latinoamericana: “Me interesa lo que hace la gente que escribe con sus historias personales, sus biografías y autoficciones”.

Reconocida con el International Latino Book Awards en 2018, De La Ville señala que, desde siempre, las mujeres están contando historias: “Escribimos mucho y sobre todas las cosas de la existencia con empeño, lucidez y ferocidad. Veo un interés por lo mágico o lo inefable, o por la manera en la que lo oscuro o desconocido aparece en la vida cotidiana, o por la identidad de género, la conciencia del cuerpo y la escritura del yo”.

Territorios comunes miradas múltiples
En la búsqueda de referentes con quienes se comparten la geografía y el origen, la cubana Dainerys Machado pone sobre la mesa el trabajo de sus coterráneas Karla Suárez, Mylene Fernández Pintado y Kelly Martínez-Grandal. En ellas “encuentro siempre con naturalidad la recreación de mi propia cultura, de mis malestares y anhelos, y una rica exploración de los lenguajes locales”.
Machado, incluida en el listado Granta como una de las mejores narradoras en español de 2021, expande su inventario literario, más allá del territorio en común, en las mexicanas Nellie Campobello, Aura García-Junco, Aniela Rodríguez, Fernanda Melchor y Elena Garro por la fuerza radical de su obra y los nuevos detalles que encuentra siempre “en el inmenso universo de su imaginación”.

Las inquietudes y preguntas que nacen en la pertenencia común al Caribe también son un interés para la puertorriqueña Mayra Santos-Febres, quien reconoce como sus maestras fundamentales a Georgina Herrera y Angelamaria Dávila: “Sus poemas trabajan de manera profunda la experiencia de las mujeres afrodescendientes en América Latina”. Reprocha, sin embargo, que en la región se siga publicando “esencialmente literatura de mujeres criollas blancas. No hay una producción significativa de indígenas ni afrodescendientes”.

La finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2001 subraya la creación de novelas históricas y destaca a las autoras que trabajan la historia no oficial sobre las experiencias y las contribuciones de las mujeres en América Latina y el Caribe, así como “su participación en procesos políticos desde sus lugares sociales asignados o desde la ruptura con esos lugares”.

Por esta razón Elena Poniatowska, Laura Restrepo con Delirio y La novia oscura, los trabajos de Rosa Beltrán, y Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza son ya para Santos-Febres clásicos de la literatura latinoamericana.

“Durante mucho tiempo creí que en el lugar donde transcurrieron mi infancia y mi juventud no se hacía literatura. En los libros que leía no encontraba escenarios ni personas que me resultaran familiares”. La dominicana Sorayda Peguero Isaac, columnista del diario El Espectador y colaboradora de la revista El Malpensante exalta la obra de tres escritoras antillanas que le han sido primordiales: Edwidge Danticat, haitiana; Jamaica Kincaid de Antigua; y Maryse Condé de la isla de Guadalupe.

En ellas rastrea “la mirada de mujeres caribeñas negras que migraron siendo muy jóvenes, el encuentro de la propia voz, las tradiciones, la negritud y la memoria de esos primeros años en el Caribe”.

A esta polifonía sobre las letras vinculadas a los territorios se unen dos voces brasileñas. Nara Vidal, finalista del Premio Jabuti en 2021 lamenta el distanciamiento cultural ocasionado por lenguas no compartidas, pero que considera puede superarse desde la tradición común del cuento en América Latina, al que asume como una expresión democrática originada en la mezcla de tradiciones, creencias y supersticiones que asustan y fascinan en igual medida.

Aunque Giovana Madalosso, finalista del Premio Biblioteca Nacional de Brasil, admite el eterno retorno a la obra de compatriotas suyas como Lygia Fagundes Telles, escuela e inspiración, Carol Bensimon, Tatiana Salem Levy, Andrea del Fuego y Natalia Timerman, también reconoce la necesaria expansión a otras geografías en las argentinas Alejandra Pizarnik y Aurora Venturini, “quien me hizo repensar mi escritura, desafiada por su crudeza y honestidad brutal”.

Como bien lo expresa la uruguaya Vera Giaconi, finalista del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero en 2015, los territorios “siempre fueron y seguirán siendo el verdadero lugar desde donde nos pensamos y los que nos dictan sentido, preocupaciones, causas (políticas, sociales, estéticas) y ciertos rasgos del estilo”.

En su lista de insoslayables están Clarice Lispector, Armonía Somers y Silvina Ocampo, con quienes encontró un camino hacia una voz propia y “nuevas maneras de pensar la frase, explorar los temas, recortar el mundo, y hacer uso de una libertad y una originalidad extraordinarias”.

Invadir la narración: las marcas de cada escritura
“Hay más ganas de experimentar y jugar. Venimos de una tradición que tiene un lado muy insurrecto respecto a ‘las buenas maneras’ de hacer literatura. Esto da mucho juego y muchas posibilidades”. Es lo que afirma Ojeda sobre la escritura de sus contemporáneas Natalia García Freire, Yuliana Ortiz Ruano, Fernanda Melchor y Liliana Colanzi, entre otras, por los riesgos que han tomado en cuanto a formatos y estructuras narrativas. En su biblioteca también hay lugar para las clásicas: Armonía Somers, Marosa di Giorgio, Blanca Varela y Sara Gallardo son algunas de ellas.

Juegos, posibilidades y riesgos: la pluralidad de escrituras que se engendra en América Latina, como lo señala la mexicana Aura García-Junco, es origen de “personajes femeninos complejos y fuertes con una presencia cada vez más potente y que no abundaban desde la mirada masculina”.

Para la escritora es destacable la manera “en que narramos nuestras realidades desde el no realismo o desde un realismo ‘gótico’” y las libertades que se toma. “Frente a literaturas muy ‘normadas’ la libertad creativa sigue viva y no tiene necesariamente que seguir las reglas típicas de qué es un buen cuento o una buena novela”, afirma la autora, declarada por la revista Granta como una de las veinticinco mejores narradoras jóvenes en español en 2021. Por su forma de experimentar y buscar estructuras y temas fuera de lo convencional, Liliana Colanzi lidera la lista de escritoras preferidas de García-Junco.

¿Cuáles son sus decisiones de estilo, sus armazones narrativos? ¿De qué maneras relatan y poetizan? ¿Cómo buscan contar aquello que se desborda?

Esta literatura se despliega en estructuras narrativas diversas, “lo cual genera un efecto estético y ético muy interesante, pues coloca al lector frente a una especie de carrera de relevo empático, en que es llevado constantemente a repensar sus juicios sobre los personajes y sobre la historia a medida que diferentes versiones van alternándose, capítulo a capítulo. Intuyo en ello una postura que exige pluralidad, diálogo, respeto por el otro, ruptura con el discurso único, y un entendimiento político de la realidad que permea las estructuras narrativas, al mismo tiempo que se deja trastocar por ella”, explica la autora venezolana María Elena Morán, ganadora del Premio Café Gijón en 2022.

“Algunas lo hacemos desde una perspectiva realista en todas sus variantes (mimético, sucio, mágico), otras desde el horror especulativo, otras desde lo fantástico”, dice la uruguaya Carolina Bello, cuya novela El resto del mundo rima hizo parte de la colección Mapa de las Lenguas en 2022.

Bello aprecia en sus contemporáneas “la construcción de personajes que buscan con tesón el sentido de las cosas; la realidad circundante narrada desde la incomodidad; la descripción del contexto social no tanto como tópico sino como topos en donde se desenvuelven las historias; la búsqueda, la memoria individual y la salud mental” que caracterizan la obra de Fernanda Melchor, Alejandra Costamagna, Claudia Maliandi, Samanta Schweblin, Laura Baeza, Mariana Enríquez y Sara Gallardo.

Para la mexicana Andrea Chapela, reconocida con el Premio Nacional de Literatura Juan José Arreola, hay una búsqueda “por el weird y todo eso que permite romper la realidad, ponerla de cabeza, y también poner en duda el statu quo de forma utópica y distópica”.

En estas experimentaciones subraya el trabajo alrededor del “ensayo lírico, que es muy fragmentado, que conversa con todas formas y otras artes, y que se ve irrumpido por dibujos, citas, fotografías, y que se usa mucho en nuestra región”. En Primera persona de Margarita García Robayo, Cuaderno de faros de Jazmina Barrera y Alberca vacía de Isabel Zapata encuentra los ejemplos más interesantes de esta apuesta.

Varias de las autoras también ponen de relieve el poder del lenguaje y sus juegos, como lo expone la peruana Katya Adaui. Por ello considera a “Nona Fernández y sus preguntas abiertas sobre la dictadura chilena, sus constelaciones; Claudia Ulloa y su minimalismo entre dos cielos, el limeño y el de Bodø; y Mónica Ojeda con la violencia y ternura en sus historias, de entraña guayaquileña”, como plumas clave para la región.

Otro matiz esencial en las formas narrativas es el derrumbamiento “del mito de las mujeres vinculadas con lo íntimo y el espacio privado” y, con este, la construcción de “algo nuevo muy poderoso en la literatura latinoamericana contemporánea que revela cómo las lógicas del sistema de poder y de funcionamiento de la sociedad nacen en lo más íntimo de lo doméstico”, afirma la colombiana Melba Escobar.

Chapela, Bello y García-Junco convergen con la autora de Cuando éramos felices pero no lo sabíamos en su apreciación sobre las formas con las que se tratan los asuntos cotidianos desde esta literatura. Para Escobar es enorme el trabajo literario alrededor del intimismo y la vida doméstica “con un tono un poco gótico, dark, lo oscuro y casi que el terror para desvirtuar esta idea un poco ‘rosa’, tan canónica en Occidente, de la familia en idilio y el cuento de hadas con final feliz”.

Con esa intención “las mujeres están haciendo algo enorme por trabajar la gran profundidad psicológica de las relaciones fundacionales de la vida. Estamos tratando de contarnos a nosotras mismas desde otros registros y buscando voces muy distintas, tal vez más experimentales. Eso es muy poderoso”. Un acto político: eso significa, para Escobar, ganadora de la Beca de Creación Nacional del Ministerio de Cultura, asumirse como una mujer que escribe.

Una conversación que continúa
Hablar de una literatura hecha por mujeres en América Latina podría ser un ejercicio vano. Las autoras que integran este artículo rechazan las tipificaciones, el encasillamiento, el encerramiento en un nicho o la concepción binaria, y varias de ellas afirman, tajantes, que el género o el lugar de origen son aspectos irrelevantes.

Al respecto, la colombiana Velia Vidal, elegida por la BBC como una de las cien mujeres inspiradoras del 2022 se pregunta “si esta categorización la haríamos respecto a los hombres, un cuestionamiento general que nos hacemos las mujeres que nos dedicamos a la escritura. Podremos hablar de equidad cuando no sintamos que es necesario hacer estas categorizaciones”.
En numerosos espacios esta discusión sigue vigente, es valiosa y necesaria porque la literatura es el campo infinito de la libertad, como lo afirma Nara Vidal, y tan rebelde que corre en todas las direcciones, dice García-Junco.

En ese ejercicio, la autora colombiana Margarita García Robayo sostiene que “hay una búsqueda autoral sostenida de algunas de las voces más visibles y eso necesariamente resulta en un mapa de diversidades”.

Esa variedad está compuesta por propuestas políticas pero también poéticas bajo una mirada lúcida e incisiva del mundo contemporáneo, en palabras de Fernanda Trías, donde es vital comprender “que pertenecemos a una tradición que tiene sangre, que tiene heridas y que tiene historias”, afirma Martorell.

Ante esto la apuesta esencial es el diálogo con otras voces porque, como lo manifiesta De La Ville, “uno escribe para conversar con otras personas. Hay que estar pendiente, porque las mujeres siempre hemos escrito. Y hay que estar claras en algo: los espacios ganados ya son nuestros”.

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