P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Esta Cuaresma y, por supuesto, durante la celebración del Misterio Pascual, me he dejado llevar de los “puntos de meditación” del P. Antoine-Marie Leduc, O.C.D., del Convento de Avon. El Domingo de Resurrección, nos recordaba los elementos claves de la oración personal, esto es, su dimensión misionera y sacerdotal como puntos firmes para mantener el espíritu de fe y el deseo de conversión en nuestro terrible cotidiano. Es importante que no olvidemos que la oración, que es lo más íntimo de nuestra relación con Dios, nunca es un acto solitario, porque se vive siempre en comunión con la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Citando a Santa Edith Stein, decía: «quien entra en el Carmelo (y deberíamos decir: quien entra en el camino de la oración), no se pierde para los suyos, sino que le tienen aún más cercano; y esto ocurre porque nuestra profesión es la de dar cuenta de todos a Dios» (Carta 174, 14 de mayo de 1934). Para comprender esta dimensión misionera y sacerdotal, nos invitó a escuchar el legado de Santa Teresita del Niño Jesús, quien quiso concluir su autobiografía compartiendo lo que entendió sobre su llamada a la misión (MsC 34r-36v).
Escribía: «madre creo necesario daros alguna explicación más sobre aquel pasaje del Cantar de los Cantares: «Atráeme, correremos», […] Pedir ser atraído ¿qué es sino pedir unirse de una manera íntima al objeto que cautiva el corazón? […]. Madre querida, esta es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré “Atráeme” y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva. […] Así lo entendieron todos los santos, y más especialmente los que han llenado el universo con la luz de la doctrina evangélica. ¿No fue en la oración donde san Pablo, san Agustín, san Juan de la Cruz, santo Tomás de Aquino, san Francisco, santo Domingo y tantos otros amigos ilustres de Dios bebieron aquella ciencia divina que cautivaba a los más grandes genios? Un sabio decía: “Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo”».
La santa añadió: «lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios y porque la hacía desde un punto de vista material, los santos lo lograron en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: Él mismo, Él solo. Y una palanca: la oración, que abrasa con fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra. Y así lo seguirán levantando hasta el fin del mundo los santos que vendrán. En el corazón de la Iglesia, Teresa ya había tomado conciencia que su vocación al Carmelo la había colocado en el corazón de la Iglesia para ser amor (Cf. MsB 3v). Esto es, la función del corazón es sostener la vida de las diferentes partes del cuerpo. El corazón recibe y envía la sangre para oxigenar y nutrir los órganos, y ésta es precisamente la misión que podemos cumplir espiritualmente cuando oramos. Hemos visto que la oración nos sitúa al lado de Jesús ante el Padre para recibir y responder a su Amor; es el lugar donde cumplimos nuestra vocación de hijos e hijas en relación con las tres Personas de la Santísima Trinidad».
Como Santa Teresa de Lisieux lo entendió en su plenitud, nosotros también podemos vivir nuestra fe y mantenernos fieles a ella con la palanca de la oración. Mucho más que una repetición mecánica y vacía de palabras que no entendemos o que nada nos dicen, como lo expresa el P. Antoine-Marie Leduc, «la oración se convierte en el momento privilegiado para asociarnos a la oración de Jesús y unirnos al plan del Padre para la humanidad. A partir de este momento, mi oración ya no es simplemente mi oración; mi relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ya no es simplemente mi relación personal. Me doy cuenta de que soy miembro del Cuerpo Místico de Cristo. En la oración, se nos sitúa en el corazón de la Iglesia para vivir en comunión con todos los miembros de este Cuerpo: estamos frente al Padre con Jesús representando a todos, para presentar al Padre las intenciones y sufrimientos de todas las personas, y pedirle al Padre que bendiga, acompañe y conceda gracia a todos. Como corazón, estamos en comunión con todos los miembros del Cuerpo Místico para presentar sus vidas al Señor e interceder por ellos para que reciban la gracia que necesiten». Del mismo modo como todas las apariciones de Cristo resucitado que terminan con el envío a la misión, reforcemos la nuestra en este tiempo de Pascua, confiados, con una actitud serena en la presencia viva de Cristo entre nosotros. Favoreciendo una actitud de ofrenda e intercesión, nos uniremos al deseo de Jesús de guiarnos a Dios, Su Padre. Con Cristo, nos atrevemos a decir «Atráeme, correremos» para atraer a todas las personas a Dios.
Domingo 23 de abril de 2023.