Las tumbas de nuestras desilusiones, amarguras y desconfianzas

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Han pasado ya algunos días desde que hemos celebrado la Pascua del Señor y los efectos de la consolación que hemos vivido nos pueden ayudar a seguir adelante en el cumplimiento de nuestra misión y el deseo de vivir apasionadamente nuestra vocación personal. Sin embargo, podemos volver atrás y, lejos de buscar la conversión, nos dejamos llevar por lo negativo, nos anquilosamos y, en ocasiones, claudicamos en nuestro objetivo de buscar la santidad. En este sentido, conviene que recordemos algunas ideas que el Santo Padre nos compartió en su homilía de la Solemne Vigilia Pascual, el pasado 8 de abril. Podemos evocar el modo como los apóstoles estaban paralizados por el terror de que ellos pudieran sufrir la misma suerte del Maestro. Permanecían encerrados herméticamente en el cenáculo pues para ellos todo había terminado y, con toda seguridad, lo único que querían era salir urgentemente de Jerusalén, “la ciudad que asesina a los profetas”. Aun cuando no lo expresaban abiertamente, sentían una enorme frustración y desilusión, pues habían creído en Jesús de Nazaret y él yacía muerto y ensangrentado en un sepulcro prestado.

Al tercer día de la muerte y sepultura de Jesús, con las primeras luces del amanecer, las mujeres que no temían enfrentarse con los enemigos del Señor, se ponen en camino hacia su tumba pues necesitan cumplir con los ritos establecidos en la cultura judía y disponer dignamente el cadáver. Después de la crucifixión y la muerte, han bajado con extrema prisa el cuerpo deshecho de Jesús y lo dejaron en el sepulcro antes de que comenzara la Pascua, conscientes de que no podían hacer absolutamente nada. Nos recordó el Papa que «avanzan con incertidumbre, desorientadas, con el corazón desgarrado de dolor por esa muerte que les había quitado al Amado. Pero, llegando hasta ese lugar y viendo la tumba vacía, invierten la ruta, cambian de camino; abandonan el sepulcro y corren a anunciar a los discípulos un nuevo rumbo: Jesús ha resucitado y los espera en Galilea. En la vida de estas mujeres se produjo la Pascua, que significa paso. Ellas, en efecto, pasan del triste camino hacia el sepulcro a la alegre carrera hacia los discípulos, para decirles no sólo que el Señor había resucitado, sino que hay una meta a la que deben dirigirse sin demora, Galilea».

 Las mujeres no dudan en la misión que el Resucitado les da porque su amor era firme, porque han sido fieles y la esperanza las mantiene lúcidas para no dejarse llevar por la tentación de que todo había terninado, de que habían sido engañadas y de que no valía la pena seguir creyendo. Es su esperanza la que las mueve a ir a la misión que les confía Jesus, convencidas de que –como afirmó Francisco: «la cita con el Resucitado es allí, allí conduce la Resurrección. El nuevo nacimiento de los discípulos, la resurrección de sus corazones pasa por Galilea […]. Las mujeres -dice el Evangelio-, “fueron a visitar el sepulcro” (Mt 28,1). Piensan que Jesús se encuentra en el lugar de la muerte y que todo terminó para siempre. A veces también nosotros pensamos que la alegría del encuentro con Jesús pertenece al pasado, mientras que en el presente vemos sobre todo tumbas selladas: las de nuestras desilusiones, nuestras amarguras, nuestra desconfianza; las del “no hay nada más que hacer”, “las cosas no cambiarán nunca”, “mejor vivir al día” porque “no hay certeza del mañana”».

Es muy probable que también nosotros estemos atenazados por el dolor, oprimidos por la tristeza, humillados por el pecado. Tal vez también hemos sentido la amargura de algún fracaso o la traición de algún amigo o ser querido. La cotidianidad nos hace sufrir por alguna preocupación, una herida que todavía nos hace sufrir y recordar el mal causado. ¿Quién no ha experimentado este tipo de cansancio? Y no me refiero al cansancio físico sino a esa sensación de que no podemos más, que no vale la pena luchar y, por supuesto, damos paso a que se extinga la alegría del corazón y perdemos la esperanza. El Papa nos recordó que «cansados de exponernos en primera persona frente a la indiferencia de un mundo donde parece que siempre prevalecen las leyes del más astuto y del más fuerte. Otras veces, nos hemos sentido impotentes y desalentados ante el poder del mal, ante los conflictos que dañan las relaciones, ante las lógicas del cálculo y de la indiferencia que parecen gobernar la sociedad, ante el cáncer de la corrupción —hay tanta—, ante la propagación de la injusticia, ante los vientos gélidos de la guerra. E incluso, quizá nos hayamos encontrado cara a cara con la muerte, porque nos ha quitado la dulce presencia de nuestros seres queridos o porque nos ha rozado en la enfermedad o en las desgracias, y fácilmente quedamos atrapados por la desilusión y se seca en nosotros la fuente de la esperanza. De ese modo, por estas u otras situaciones —cada uno sabe cuáles son las propias—, nuestros caminos se detienen frente a las tumbas y permanecemos inmóviles llorando y lamentándonos, solos e impotentes, repitiéndonos nuestros “por qué”. Esa cadena de “por qué” …». Es precisamente en esos momentos en donde debemos creer y sentir que Cristo está vivo y no nos dejará solos jamás.

Domingo 30 de abril de 2023.

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