Quería López Obrador pasar a la historia y lo hará del peor modo: como el gran destructor no nada más de las finanzas y la gestión pública, sino de todo el sistema de gobierno.
López Obrador usó mucho la frase: “No mentir, no robar, no traicionar”. Como es sabido, gracias a Spin de Luis Estrada, miente cerca de 100 veces al día. Los robos son más frecuentes en este gobierno que en cualquiera anterior, algo que inició en la campaña con sobres amarillos, siguió en Segalmex (hasta hoy el récord en corrupción) y se refleja en departamentos de generales, casas y negocios de hijos, y una opacidad que no veíamos hace décadas. De traicionar, baste mencionar la destrucción del sistema de salud, del educativo, de los programas sociales. En pocas palabras, López Obrador es lo contrario de lo que ofreció.
Pero no es nada más él. Los partidos políticos también están siendo lo contrario de lo que ofrecían, o de lo que eran. El PRI, epítome de la disciplina, es ahora ejemplo de desbandada. Gobernadores que entregan el estado, que traicionan a su partido y a sus candidatos, líderes que están dispuestos a inmolar a la organización para salvarse ellos mismos o su feudo. El PAN, que por décadas presumió su cercanía con la ciudadanía y su honradez, ahora involucrado en serias acusaciones, pero sobre todo, intentando imponer los intereses de sus dirigentes, de las familias que controlan cada estado, por sobre lo que la población pudiera querer hoy.
De Morena no hay mucho que decir, porque ya sabemos que no es un partido, sino un conglomerado que sigue al líder, y que nada adicional tiene en común, salvo un apetito inmoderado: de poder, de dinero, de venganza. Los dos partidos pequeños, Verde y Movimiento, apenas empiezan a moverse. El primero, abriendo espacio por si le es necesario; el segundo, pagando por ver.
Curiosamente, también la ciudadanía está actuando al revés de lo acostumbrado. En lugar de la típica apatía, hay ahora una actitud enjundiosa, rijosa incluso. Sin canales para encauzarla, la pasión se enfrenta a esos inútiles partidos, al sordo gobierno, y se ha desbordado ya en dos ocasiones. Los partidos se han aprovechado de esa presión, pero intentan escurrir el bulto rumbo a las elecciones. Como tienen control del mercado, suponen que pueden especular. Justo ahí es donde los dos partidos pequeños están viendo posibilidades que nunca habían tenido. Especialmente si alguien actúa también al revés de lo acostumbrado.
No era obligado llegar aquí, pero hemos llegado. El gran golpe que significó la elección de 2018 a los partidos políticos tradicionales pudo haber sido sólo un bache, pero las dirigencias no tuvieron el nivel para sortearlo. Decidieron seguir cavando, y lo han convertido ya en una fosa. Definitiva para algunos, tal vez sólo temporal para otros, pero tumba al fin y al cabo.
La destrucción impulsada por López, ya lo hemos comentado, implica que el próximo gobierno no tendrá ni dinero ni capacidad de gestión. Habrá que revertir la catástrofe en salud y educación, ordenar la política social, limitar a las Fuerzas Armadas y fortalecer la Federación. Será indispensable acomodarse a las nuevas formas de la globalización, y eso obligará a revertir los absurdos energéticos actuales, pero también a recuperar el cumplimiento de la ley por parte del gobierno y a relanzar la posición de México, hoy por los suelos.
Quería AMLO pasar a la historia, y lo logrará del peor modo posible. Se le recordará como el gran destructor, no nada más de las finanzas y la gestión pública, sino de todo un sistema de gobierno. Ahora sí es claro que no podremos regresar al breve periodo de la transición pactada, y no nada más por culpa de él, como espero haya quedado claro.
Antes de reconstruir, veremos todavía un gran derrumbe. (El Financiero)