El Papa Francisco contesta
(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- Por la mañana del jueves 4 de mayo el Papa recibió en audiencia en la Sala Clementina del Palacio Apostólico a participantes en el Congreso promovido por la Organización de Universidades Católicas de Latinoamérica y el Caribe (ODUCAL) en ocasión de su 70 aniversario. Como destacó el Pontífice, se trata de la organización más numerosa dentro de la Federación Internacional de Universidades Católicas (FIUC). A continuación el discurso en lengua española.
***
Saludo al Sr. Cardenal José Tolentino de Mendonça, Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación le agradezco por las palabras amables. Saludo al Presidente de ODUCAL, Ing. Rodolfo Gallo Cornejo, a los Vicepresidentes de las Sub Regiones Andina, México, Centro América y el Caribe y el Cono Sur.
Saludo a los miembros de la Organización que se encuentran en Roma para conmemorar el 70 aniversario de su creación. Llegan unidos por el espíritu colaborativo y fraterno que caracteriza a la organización y se reúnen, en esta particular ocasión, para enriquecer los vínculos y fortalecer la red a partir del trabajo en comunión.
La ODUCAL, fundada en Chile por Mons. Alfredo Silva Santiago, Arzobispo de la Diócesis de Concepción con el apoyo de otras universidades, está integrada por 115 universidades, lo que representa actualmente 1.500.000 alumnos, más de 110.000 profesores y más de 5000 programas académicos de diferentes niveles. Es la organización más numerosa dentro de la Federación Internacional de Universidades Católicas (FIUC). Esto hace que la Organización goce de solidez en el trabajo académico y, a la vez, que tenga en sus manos una gran responsabilidad, tanto en el presente como en el futuro de América Latina.
Bien dice uno de los objetivos de ODUCAL: «Contribuir a la formulación de políticas públicas relativas a educación, tanto en los ámbitos nacionales cuanto, especialmente, en los supranacionales».
En este sentido, y mirando la realidad de nuestra América Latina, «la pobreza y la desigualdad son una llaga que se profundiza en lugar de aliviarse. La pandemia y sus consecuencias, el contexto mundial agravado en lo político, económico y militar, así como la polarización ideológica, parecen cerrar las puertas a los esfuerzos de desarrollo y anhelos de liberación. La presente crisis no es solo una oportunidad para constatar el agotamiento de sistemas y modelos económicos, sino que mueve a superar soluciones prejuiciosas como las que alimentan los esquemas de polarización ideológica, emocional, política, de género y de exclusión cultural». En todo caso, no nos asustemos frente al «caos», porque precisamente de ahí Dios hace sus obras más hermosas y creativas.
Si la palabra «universidad» deriva de «universo», es decir, el «conjunto de todas las cosas», el adjetivo «católica» la refuerza y la inspira. «Católico», en efecto, significa «según el todo», «a partir del todo». Y aquí ya hay como una referencia a la armonía. Vuestra tarea es contribuir a formar mentes católicas, capaces de observar no solo el objeto de su interés. Una mirada extremadamente precisa y focalizada puede volverse fija, fijada y excluyente. Tiene la precisión de un radar, pero pierde el panorama. En vez, ser «católico» significa tener una visión panorámica sobre el misterio de Cristo y del mundo, sobre el misterio del hombre y de la mujer. Necesitamos mentes, corazones, manos a la altura del panorama de la realidad, no de la estrechez de las ideologías.
Doy un ejemplo de mirada católica, refiriéndome al comienzo de la Gaudium et spes, la Constitución que el Concilio Vaticano II dedicó al mundo contemporáneo, afirmando que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (n. 1), Gaudium et spes nos habla de la vida humana «católicamente», no selectivamente. Se interesa de toda la condición existencial y no solo de una parte —la feliz o la dolorosa—, porque en todas habita la gloria de Dios. Si la alegría atrae a tal punto de silenciar la voz del dolor de cercanos y lejanos (¡o incluso a veces la propia, la alegría que anestesia!), es solo euforia, no tiene alcance. No cura las heridas, esa alegría no cura, sino que las tapa, y las heridas tapadas se infectan. Al contrario, si la atención al dolor propio y de los demás consume las energías de la esperanza, se vuelve la excusa para eludir el riesgo y la voluntad necesaria para volver a apostar por la vida, aun si nos ha decepcionado. El dolor se transforma en pretexto para despreciar el pan cotidiano de la consolación, que el Señor no deja faltar ni siquiera en la jornada más dura. Ustedes son universitarios, hombres y mujeres con amplitud de miras, por eso ¡sean «católicos»! En este sentido de la palabra, no «católicos» así sectarios. Son católicos y por eso, porque quieren ser católicos, ¡sean universitarios!
Estoy convencido de que la catolicidad de la mente, del corazón y de las manos, promovida por sus universidades y su asociación, puede contribuir de manera decisiva a la sanación de las heridas tan dolorosas que ofenden hoy a nuestra amada América Latina, donde los ricos se vuelven cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres. Alimenten el fuego encendido por Dios en América Latina, aliméntenlo así. Y en esto los ayudará también el Pacto Educativo Global, que he confiado a la entonces Congregación para la Educación Católica y ahora al nuevo Dicasterio para la Cultura y la Educación.
Supe con alegría que muchas universidades coordinadas por su asociación y la misma asociación promueven con energía ideas y proyectos inspirados en el Pacto Educativo Global. Por favor, sigan adelante. Considero que el Pacto —no solo educativo, sino también cultural— contribuya de manera significativa a lo que he llamado la «tercera misión» de la universidad.
Es hermoso que las universidades tengan misiones. Una universidad católica debe ser misionera, es decir, con las puertas hacia afuera, dado que la misión es la inspiración, el impulso, el esfuerzo y el premio de toda la Iglesia. Quizá la misión de la universidad es la de formar poetas sociales, hombres y mujeres que, aprendiendo bien la gramática y el vocabulario de la humanidad, tienen chispa, tienen el destello que permite imaginar lo inédito. No se olviden esa expresión: formar poetas sociales. Estudiando la lengua, que tiene una historia larguísima, su alma panorámica los hace exploradores del futuro. Quizás la misión de la universidad es preparar coreógrafos sociales, hombres y mujeres que vislumbran en el pueblo una danza, un baile donde cada uno contribuye a la gracia del movimiento total y nadie es excluido. Coreógrafos sociales, atrevido decir esto, pero este es el sentido. Y si tuviera ahora que traducir la palabra «misión» en ámbito académico, usaría el vocablo «investigación».
El investigador tiene mente y corazón misioneros. No se conforma con lo que tiene, va a buscar. El misionero conoce la alegría del Evangelio y no ve la hora de que los demás la experimenten. Por eso, sale de la patria de sus convicciones y de sus costumbres, yendo hacia lugares inexplorados. Conoce el Evangelio, pero no sabe qué frutos dará en ese terreno extranjero. Es precisamente la tensión entre saber y no saber la que lo impulsa hacia adelante y lo protege de la presunción de conocerlo todo. Sabe, y se deja sorprender por lo que conocerá. Por eso, el misionero ama la reciprocidad: enseña y aprende, convencido de que todos tienen algo que enseñar. Así el investigador, si no está dispuesto a salir y a aprender, renunciará a quién sabe qué maravilloso saber, mutilando su misma inteligencia. Es muy triste encontrar intelectuales, hombres y mujeres de grande inteligencia, pero con la inteligencia mutilada. Que sus ateneos, como instituciones académicas particulares y como redes de universidades católicas, puedan convertirse en centros de investigación valorados en todo el mundo. También así formarán mentes misioneras.
Hermanos y hermanas, les agradezco lo que hacen. ¡Sigan adelante! Que la Virgen los acompañe. Los bendigo de corazón y les pido que por favor recen por mí.