P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Cuarenta días de preparación para la despedida permiten que nos preguntemos si creemos que el sacrificio de Jesús, y en Jesús, Dios ha recibido a toda la humanidad. Si estamos convencidos que ésta vive ya en Dios (Jn 14,23), podremos sentir que su Espíritu Santo está en nosotros. Creemos en una presencia viva, aunque oculta, que nos acompaña en nuestro camino al Padre: «Miren que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20; Heb 13,18). Esta verdad nos permite aceptar la misión que viene de Jesús resucitado de ir y proclamar a todos los hombres que Él está vivo. Nuestro testimonio, sin embargo, será posible sólo gracias a la acción del Espíritu Santo. Él nos ha dicho que Él es la fuerza que nos hará capaces de vivir la Resurrección: «Le pido a Dios que, mostrando su inagotable esplendidez, los refuerce y robustezca interiormente con su Espíritu» (Ef 3,16; 6,10; Fil 4,13; 2 Tim 1,7-14). Es el dinamismo que continúa y completa la experiencia del Seños Jesús en la vida ordinaria a la que nos enfrentamos, muchas veces, en medio de las preocupaciones, la tentación de claudicar o la comodidad de vivir en medio del terror y la mediocridad sin esforzarnos por convertirnos.
Es Él quien nos permite traer a la memoria todo lo que el Señor Jesús nos ha comunicado y prometido porque: «El Espíritu Santo les enseñará todo y les irá recordando todo lo que yo les he dicho» (Jn 14,25-26). Experimentaremos la plenitud de la verdad si creemos que: «El Espíritu de la verdad nos irá guiando en la verdad toda, porque no hablará en su nombre, sino comunicará lo que le digan e interpretará los que vaya viniendo» (Jn 16,12-15). Cuando sintamos que no podemos más, que la fidelidad al Evangelio nos ocasiona sufrimientos, el Espíritu prometido nos renovará, pues Dios ha dicho: «Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ez 36,24-28). Cuando supongamos que estamos solos, que nadie nos comprende, que nada tiene sentido, advertiremos la fuerza del Espíritu Santo que Jesús nos prometió: «Quien tenga sed, que se acerque a mí; quien crea en mí, que beba. Como dice la Escritura: de su entraña brotarán ríos de agua viva (Jn 7,37-39).
Ante una sociedad líquida que intenta suprimir a Dios de su vida y que buscar aniquilar nuestros valores más profundos, Él nos promete estará a nuestro lado. Ante la hostilidad de un mundo que no soporta escuchar la verdad de Dios, y para el que somos causa de escándalo, su presencia nos dará la fuerza para superar la tentación de claudicar, porque la duda y el desaliento son muy grandes. Precisamente en esa hora intervendrá el Espíritu, el Defensor de Jesús, para fortalecernos y que podamos ser testigos de la Verdad. La tarea del Paráclito será la de profundizar nuestra fe para comprender mejor la vida, el mensaje de Cristo y su misión para que resistamos los ataques del mundo pues: «el que se queda al nivel de la psicología no acepta las cosas del Espíritu. Para él son tonterías y no las puede apreciar, pues se necesita una experiencia espiritual. En cambio, el hombre espiritual lo juzga todo, y a él nadie lo puede juzgar. ¿Quién ha conocido la forma de pensar del Señor y puede aconsejarle? Y precisamente nosotros tenemos la forma de pensar de Cristo” (1 Cor 2,14-16).
Ante la corrupción, la impunidad y creciente tiranía de perversos que se especializan en destruir y hacer daño, el Paráclito demostrará lo equivocado de los criterios del mundo porque tenemos una promesa, la Suya, cuando nos ha dicho: «Si no me voy, no vendrá su abogado; en cambio, si me voy, se los enviaré. Cuando venga Él, le probará al mundo que hay culpa, inocencia y sentencia» (Jn 16,7-11). Sin embargo, debemos ser fieles y no aceptar alianzas, ni con el poder que manipula y miente, ni con quien está obsesionado por la ambición de riquezas, imagen y poder. Todo, porque estamos convencidos que: “No serán ustedes los que hablarán, será el Espíritu del Padre quien hable por su medio»(Mt 10,19- 20). Así pues, tenemos el reto de vivir cotidianamente los efectos de la Resurrección manifiestos en amor, paz, alegría, bondad, tolerancia, respeto, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí y “contra esto no hay ley que valga» (Gal 5,22-23). Solo de este modo seremos sus testigos y más que con palabras, demostraremos al mundo con nuestra manera de vivir que Jesús es el Señor y que ha resucitado. Creerán lo que decimos cuando nos vean vivir como vivió Jesús (1 Jn 2,6), cuando nos vean alegres y que nos amamos sinceramente pues, como cristianos, hemos aceptado un reto: «…, estén siempre alegres, se los repito, estén alegres. Que todo el mundo note lo comprensivos que son. El Señor está cerca, no se inquieten por nada» (Fil 4,4-7; Hech 4,32-37; Jn 13,35; 17,20-23).
Domingo 28 de mayo de 2023.