«El gran problema de México es que está lleno de mexicanos»

Cuando se le pregunta a la gente cuáles son los principales valores que debería de tener una persona, la integridad y honestidad son las primeras en ser mencionadas. Ser honestos con nosotros mismos y con la gente que nos rodea es crucial para tener una relación funcional. Esto es aplicable tanto en el ámbito laboral, como en el interpersonal. Después de todo, ¿quién quiere tener una relación con alguien que no es de fiar? Lo mismo sucede con nuestros líderes.


En nuestro imaginario colectivo, un líder es aquella persona con un rápido actuar, una visión audaz, y una mente brillante. Sin embargo, hay algo más importante que todas estas cualidades, y que usualmente dejamos en segundo plano. Aunque tengamos al líder más intrépido e inteligente, si no posee integridad, toda la capacidad de procesamiento cerebral se queda de ornato.


Así como hemos aprendido a lo largo de la historia, la inteligencia no es garantía de tener buen juicio. Un buen juicio se asemeja mucho más a la sabiduría, que un gran coeficiente intelectual.


La integridad es una característica fundamental en todos los aspectos de la vida. Sin integridad, las promesas se rompen, los contratos no son honorados, y las organizaciones o gobiernos se vuelven corruptos. ¿Les suena familiar?


Cuando actuamos con integridad, nuestro liderazgo nos obliga a encontrarnos con nuestro verdadero yo. La gente tiende a poner el interés propio por encima del interés de extraños, y éste parece ser particularmente el caso de México, uno de los países con menos honestidad cívica.


Un estudio recientemente publicado en la revista Science (DOI: 10.1126/science.aau8712) revela qué tan honestas son las sociedades alrededor del mundo. Tristemente, México no encabeza la lista de las naciones más honestas.


Los investigadores analizaron más de 355 ciudades en 40 países. Uno de los experimentos clave consistió en dejar más de 17,000 carteras “olvidadas” en instituciones públicas y privadas, con el fin de evaluar que tan propensos eran a devolver el objeto extraviado a su propietario.


Como era de esperarse, los países escandinavos (Suiza, Noruega, Dinamarca) fueron los más propensos a ser honestos (regresaron hasta el 80 por ciento de las carteras). Por otro lado, México está entre los países más deshonestos (solo se regresaron 15 por ciento de las carteras).


Dicen que los gobernantes son el reflejo de la sociedad. Aparentemente, los mexicanos no tendemos a identificarnos como personas altruistas ni tenemos esa aversión a vernos a nosotros mismos como ladrones. La deshonestidad es un medio por el cual incrementamos los beneficios materiales.


El desafío de ser completamente honestos en nuestra vida diaria radica en pugnar con nuestra propia resistencia a ser expuestos y revelar nuestros verdaderos sentimientos o intereses, especialmente si tememos a las consecuencias. Esto suena lógico en un país donde la impunidad es el pan de cada día y vemos a servidores públicos caminar libremente con una sonrisa tras ser exonerados de desfalcos exorbitantes de dinero público.


Cualquiera puede decir la verdad cuando es sencillo y no afecta el status quo. El problema radica en que en absolutamente todas las relaciones se llega a un punto donde los individuos sacan el cobre y nuestras fantasías colisionan con la realidad. Eventualmente, la verdad tiende a salir a flote, en la mayoría de los casos, cuando ya es demasiado tarde.


Este es el gran problema de México, un país con un enorme potencial humano pero con el enorme lastre de la deshonestidad. Esta falta de integridad en todos los niveles de nuestra sociedad es la raíz de nuestros problemas e infelicidad.


Somos un país de sueños rotos y nosotros somos los culpables.

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