La familia y la crisis vocacional

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

          La semana pasada me escribió José Manuel, uno de mis mejores amigos y uno de los pocos que se atreve a leer, cada domingo, mis articulillos y me hizo un comentario a propósito de la necesidad de orar -también- por la perseverancia en la vocación personal elegida. Obviamente tenía razón, por lo que esta vez querría abordar las causas de la crisis vocacional en el ámbito sacerdotal, aun cuando en el matrimonio sucede algo semejante. Uno de los primeros fenómenos que podemos constatar es el problema de la familia que se ha dejado contagiar por un secularismo atroz. Éste se manifiesta inmediatamente en la no observancia de las normas éticas y el relativismo moral del mundo actual y que tienen un efecto -podríamos decir sin escrúpulos- «destructivo» en lo que, hasta hace pocos años, era la familia cristiana integrada y amante de todos los valores fundamentales. En mi experiencia de acompañamiento a sacerdotes en crisis, he podido verificar que, en la familia se encuentra, -efectivamente, el fundamento de la crisis vocacional. Para entender mi afirmación, es necesario primero, analizar brevemente el concepto de familia en el Magisterio del Concilio Vaticano II.

Podemos afirmar enfáticamente que las familias «se constituyen en el primer seminario”, porque dan testimonio de amor y promueven un clima de fe. La Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, llama a la familia “Iglesia Doméstica” (LG, n. 37). En efecto, cada hogar cristiano, cada familia cristiana está llamada a ser una pequeña Iglesia doméstica, un lugar de memoria en el que se heredan los valores que tradicionalmente le habían dado sustento. Por esta razón, el Catecismo de la Iglesia Católica explica que «el hogar cristiano es el lugar donde los niños reciben el primer anuncio de la fe. Por eso el hogar familiar es llamado con razón «Iglesia doméstica», comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana» (CIC n. 1666). Por esta razón, es deber de toda la comunidad cristiana promover las vocaciones y las familias tienen este deber en un modo particular (Cf. Código de Derecho Canónico, c. 233, §1). Es en el seno de la familia donde «los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno, y con especial cuidado la vocación sagrada» (LG 11).

Por su parte, la Constitución Pastoral Gaudium et spes, establece la que: «La familia es la escuela más completa y más rica de humanidad. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y de su tarea, es necesaria la recíproca y amorosa apertura de espíritu entre los esposos, así como la mutua consulta y la continua colaboración entre los padres en la educación de los hijos […]. Los hijos, pues, mediante la educación, deben ser formados de tal manera que, alcanzada su madurez, puedan seguir su vocación, incluida la sagrada, con pleno sentido de responsabilidad; y si eligen el estado de vida matrimonial, puedan formar su propia familia en las condiciones morales, sociales y económicas que les sean verdaderamente favorables» (GS 52). Asimismo, la Declaración conciliar Gravissimum educationis, asume los siguientes puntos fundamentales sobre la familia: «1. los padres tienen el derecho primario de educar a sus hijos. 2. Nadie puede renunciar conscientemente a este derecho sin faltar a un deber específico. 3. Debe ejercerse con plena y real libertad. 4. Siendo la escuela el lugar privilegiado de educación, corresponde a los padres elegir libremente entre las disponibles en la zona. 5. La libertad de conciencia de los padres es el criterio fundamental de elección».

Si queremos entender la crisis vocacional, deberíamos interrogarnos más seriamente sobre qué tipos de modelos se proponen a las nuevas generaciones, y sobre cuál escala de valores, cuales prioridades y objetivos consigue interiorizar un joven. La presencia y la transformación de la familia sitúan la pregunta de los padres sobre el trasfondo del misterio de la persona: ¿Quién soy en la familia y adónde voy? Hay que intentar crear una confianza básica, es decir, el niño debe ser plenamente consciente de la ayuda de sus padres. Debe sentir el amor que se le da, debe saber que es educado para escuchar y para convertirse en la persona que escucha. La Iglesia es consciente de que debe ayudar a los padres a comprender y reconocer sus propias necesidades y emociones, para que puedan comprender adecuadamente las de su hijo. Cuestionarse significa verse a sí mismo desde fuera de los propios esquemas. El mundo de hoy necesita familias cristianas que, a pesar de sus problemas inevitables, vivan una relación llena de empatía, fidelidad, diálogo y respeto. Llegados a este punto, podríamos plantearnos esta pregunta ¿cómo trasmitir los valores familiares cuando hay tantas personas sin escrúpulos que atentan contra la santidad del matrimonio, lugar privilegiado de comunión y vida? Es indudable que es la visión individualista y egoísta la que tiende a sustituir el concepto de dignidad de la persona y su naturaleza y, por lo tanto, está destruyendo las familias cristianas.

Domingo 14 de mayo de 2023.

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