Las familias son el «sujeto» de la evangelización

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

El mundo de hoy necesita familias cristianas sólidas que permitan la formación de una auténtica vocación personal, cualquiera que ésta sea, de modo tal que, de su seno, surjan personas serenas, equilibradas y con un alto sentido del honor a la palabra dada y, por lo tanto, a ser fieles. La sociedad líquida en la que vivimos y que está destruyendo los valores más elementales, facilita que algunas personas inmaduras y sin escrúpulos, olviden la tarea básica del sacramento del matrimonio ordenado a la salvación de los demás que tiene lugar a través del servicio a otros (Cf. Catecismo, n. 1534). La actual «crisis de la familia» se debe, en mi opinión, a la visión nihilista y permisiva asumida por el hombre contemporáneo, junto con toda una serie de «falsos valores» que incluso ya están sustituyendo a los verdaderos. La familia tiene la tarea de responder a cuatro retos que afectarán, fundamentalmente, a las generaciones futuras que son vistas o, como inmaduras o que están desarrollando algún tipo de dependencia patológica como el sexo, la droga, la pornografía, el uso desmedido y arbitrario de las así llamadas “redes sociales” que, desde luego exacerban el individualismo y el relativismo de todo lo que no proporcione placer personal y evite hacer lo que venga en gana.

            Enfrentamos el fenómeno migratorio que acentúa las divisiones entre naciones ricas y pobres, la arrogancia soberbia de las primeras y los complejos de inferioridad de las segundas que tienden a desclasarse con una burda imitación de lo que se estila en los más poderosos. Un segundo desafío se expresa por la decadencia moral que, alimentada por el deseo de imagen y fama, se favorece el olvido de valores que, otrora, eran básicos, como el amor a la patria, el respeto a la identidad nacional y cultural y, por supuesto, un modo de vida basado en el Evangelio. Esto ha favorecido el aislamiento, el consumismo y una falsa identidad desvinculada de los principios de la ética, que hace que se reduzca todo a un modo de vida público y se deje lo verdaderamente importante al ámbito privado. El tercer desafío surge, también, cuando constatamos la pérdida del papel de la figura paterna. Es deplorablemente común descubrir individuos eternos adolescentes inmaduros, sin respeto a los demás, narcisistas, peleles dependientes de padres permisivos, y carentes de todo escrúpulo y dignidad. El cuarto alerta contra el intrusismo mediático e informático que induce a comportarse sin respeto a las reglas y normas comunes básicas y sin el más mínimo respeto a la privacidad de los demás.  

            En este contexto, podemos decir que, en las situaciones socioculturales actuales, es muy importante, que la vocación deba estar enfocada, primero, a formar seres humanos estables, capaces de una auténtica y continua reconciliación con la experiencia de los propios límites y, al mismo tiempo, de una magnanimidad concreta, de grandeza de ánimo y de mirada generosa de modo que se pueda dar cuenta de que “no todo lo que brilla es oro”. Asimismo, que una vocación madura ayudaría a superar las pruebas, frustraciones, desengaños y fracasos, que llegarán, tarde o temprano, porque estamos en un mundo en el que el mal se ha enseñoreado. Debemos auspiciar una pedagogía familiar que nos ofrezca un desarrollo personal profundo, es decir, una formación que se convierta no sólo en un medio para resolver las preguntas y afrontar los miedos e inseguridades, sino también las respuestas y las soluciones que el ser humano se plantea. Es aquí donde es central que se tenga claridad en las funciones educativas maternas y paternas que acompañan a los hijos a lo largo de su desarrollo hasta que sean capaces de actuar en libertad, conscientemente de su propia individualidad, pero sin romper con lo que es esencial.

Para buscar y responder a su vocación personal, los hijos necesitan ser acompañados en la conquista de la vida y, en el momento histórico actual, esto es verdaderamente difícil. La familia no sólo da la vida, sino que debe permitir que la vida parta, es decir, que se desarrolle la promesa que lleva consigo. En sentido cristiano, las familias son el «objeto» de la formación; desde el otro punto de vista, son el «sujeto» de la evangelización. Deben saber actuar consciente y radicalmente para encontrar el camino correcto y a responder a la llamada de Dios. Necesitan saber que el concepto de vocación presupone a Dios quien llama e implica por tanto una relación personal entre quien responde y Él que llama. Pero esto no fácil en nuestros días, porque desde la perspectiva de la sociedad secularista, o Dios no existe, o está alejado del mundo. Entre las dificultades que los padres cristianos encuentran para acoger las vocaciones de sus hijos, una se refiere a los interrogantes, a los temores negativos sobre la vocación específica que invaden la conciencia de los padres, incluso creyentes, ante la elección vocacional. La segunda dificultad surge de la crisis de los padres para aceptar la elección del celibato.

Domingo 21 de mayo de 2023.

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