SILVIO MALDONADO B. // ¨Güico¨

Termina

No faltó en su rol de bautizos Antonino Zebadúa, caballerango del rancho de Las Alubias, dicharachero, enamorado, resuelto, entrón, bullanguero, enérgico y pendenciero en toda la palabra, que recibió los remoquetes más agresivos de todos los que salieron de la inspiración de Güico: partiendo de un simplón hijo del Diablo, de Satanás, de Belcebú, de Luzbel, del Chango, se fue transformando hasta llegar a “El hijo de Changa”, que más pronto que aprisa fue modificado y convertido en “Hijo de la Changada”. Y fue que el apodo le brotó a Güico por haberlo visto entrar al templo con todo y caballo, una noche de las más negras del pueblo, luego que el sacristán Rafa, compañero de borrachera, se había obstinado en llevarlo a postrarse ante los ojos del Santísimo, expuesto por aquellos días, para pedir perdón por tantos pecados cometidos. El par de rezanderos apenas si llegó al amplio portón de madera, y en abriéndolo de par en par, cayeron dormidos cuan largos eran. Antonino Zebadúa llegó montado en su alazán; desde el lomo del animal acomodó a los briagos en los laterales del portón, espoleó su caballo y entró a la iglesia. Había hecho juramento con Anastasia Macedo, linda moza de El Barrenal, creyente cristiana pero no católica, de llegar montado hasta el mismo centro del altar y salir en estampida en su jamelgo. Ante el escándalo ocasionado, Güico abrió sus perdidos ojos, identificó al aguerrido jinete y después, continuó su báquico sueño como si nada hubiera ocurrido.

Lo cierto fue que, ante las constantes, molestas y repetidas alharacas que los pobladores hacían al paso de “El Hijo de la Changada”, Antonino decidió tomar venganza. Fue él quien llegó al cuartucho que ocupaba en la casa de Salvador; aprovechó otra de sus tantas borracheras y le propinó salvajes puñaladas al tiempo que apretaba su cuello hasta dejarlo sin respiro. Cuando Salvador encontró el cadáver, el Hijo de la Changada permaneció oculto. Don Chava se puso tenso y se retiró lleno de miedo ante el hallazgo de la fortuna. Antonino, sigiloso, esperó unas horas más y robó el cuerpo; lo llevó tendido a lomo de su caballo hasta la atalaya y lo montó en el mogote, como si estuviera vivo y en su cotidiana tarea de observación, semioculto entre las ramas. Pasados varios meses, la gente descubrió el cadáver, aún conservaba el puñal de su asesinato en su encorvada espalda, el cráneo descarnado y los huecos de los ojos muy abiertos, muy abiertos como si estuvieran atentos al paso de la gente. Por eso decían y pregonaban que Güico pagó caro chismes, argüendes y bautizos, pues vio pasar frente a sus ojos su propio cadáver, en la encrucijada de su permanente promontorio. Por eso decían también que se contemplaba ensombrerado con su viejo Panamá hechizo, marca sahuayense, que encapotaba su cabeza para protegerlo del aire, del sol o simplemente para cubrir su nunca peinada y escaza pelambre. También comentaban que se vio a sí mismo, reducido de estatura, viejo y tal como era, pálido como vela de parafina, flaco, timorato, semiencorvado por los años, arrastrando el pie izquierdo, en un semicírculo como hoz cortando trigo y emitiendo su voz en primera, segunda o reversa que las tres voces dominaba, mucho más cuando se autollamaba Güico.

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SILVIO MALDONADO BATUISTA

Silvio Maldonado Bautista. Dr. en Medicina por el IPN. Novelista. Director emérito del CIIDIR (Poner el nombre completo). Radica en Morelia, Michoacán.

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