Sucesión empedrada

Soberbio, López Obrador piensa que mantendrá todo bajo control en la elección del candidato de Morena a la presidencia de la República; hay señales que muestran lo contrario.

Leonardo Kourchenko

El pasado viernes en Palacio Nacional, en la antigua sede del Congreso (s. XIX) muy sonrientes y compañeros, como un llamado urgente a la unidad, observamos al presidente junto con las cuatro corcholatas frente a la bancada morenista en el Senado.

El mensaje explícito fue el calendario hacia la sucesión: 90 días dijo el presidente para iniciar con las encuestas.

Es decir, mayo, junio y julio son periodo de gracia, de promoción y de campaña —ilegal— adelantada.

Los 90 días serán espacio inequívoco de creciente confrontación entre las corcholatas y también desgaste para el presidente.

La primera encuesta se realizará en agosto, la segunda en septiembre y una tercera en octubre. Habrá candidato hacia finales de octubre.

Hay quienes piensan que AMLO no podrá aguantar tanto, sometido a la presión política al interior de Morena, así como a la creciente actitud desafiante de Marcelo Ebrard.

Tan sólo en lo que va de la semana lleva tres declaraciones punzantes en torno al proceso, a la favorita incompatible con las encuestas y a otros signos claros de desesperación.

El presidente, soberbio y altivo, piensa que logrará mantener todo bajo control. Hay señales que muestran lo contrario.

Varias fuerzas de oposición contemplan la posibilidad de una ruptura de Marcelo, el escenario de que el hoy canciller rompa con el presidente al no ser favorecido con la candidatura oficial.

Si este hipotético escenario se concretara, líderes partidistas de oposición consideran que podrían abanderar al hijo “desobediente” —la historia se repite— y ofrecerle una candidatura multipartidista.

Otros consideran que este escenario es totalmente inviable, puesto que el caudillo posee hilos poderosos de control sobre Ebrard y sobre muchos otros potenciales rebeldes: se llaman expedientes de pasados oscuros, operaciones comprometedoras y evidencias de manejo turbio de recursos públicos.

¿Esto será suficiente para contener el impulso de Marcelo?

Está por verse.

Adán Augusto, cercano a los cariños y afectos del presidente, ha declarado que él será el próximo presidente de México. Una de esas declaraciones desfachatadas que apelan a una cercanía de mucha confianza con el “gran elector”.

No creo que tenga posibilidad alguna, y será disciplinado a las fuerzas morenistas cualquiera que sea la sucesión.

De tal forma que Claudia crece —los números así lo apuntan— consistentemente. Prudente, equilibrada, ha manejado con astucia y mesura las bolas de fuego lanzadas por Ebrard. Permanece alineada, tranquila, sin desbordarse, sin un solo atisbo de desesperación, a diferencia del canciller. ¿Será que sabe algo que los demás ignoran?

El proceso se prevé desaseado, poco transparente —como todo lo de Morena— con mucho jaloneo y desesperadas acciones por parte de varios actores protagonistas o secundarios.

“No vamos a estar a expensas de Morena”, dijo ayer Marcelo Ebrard, en un desafío público sin precedente, que exhibe la desesperada angustia de ver que se le puede escapar de las manos una candidatura que, con altas probabilidades, lo haría presidente de la República.

En sectores políticos y de analistas corren las apuestas a favor o en contra de que Marcelo rompe con AMLO y la 4T al no ser favorecido por la encuesta, o mejor dicho, por el dedo poderoso y flamígero del caudillo.

Pero lo verdaderamente importante para los ciudadanos y también para el presidente, es si el ungido candidato ofrecerá “más de lo mismo” o se atreverá a realizar un viraje.

México se desmorona en programas fallidos, obras faraónicas que no funcionan —de relumbrón—, caos migratorio con Estados Unidos, inseguridad criminal rampante y sangrienta, corrupción descompuesta hacia el final del sexenio.

¿Alguien en su sano juicio quiere más de lo mismo? ¿Quiere la destrucción de más instituciones, el brutal menoscabo a la democracia, paquetes de leyes aprobadas al vapor sólo para complacer al único?

El escenario sucesorio se vislumbra lleno de piedras y obstáculos.

Quien quiera ser candidato para ganar la elección tendrá que proponer seriamente la reconstrucción de la muy dañada relación con EU; tendrá que postular una nueva narrativa, relación y colaboración respetuosa con el empresariado mexicano, intentar recuperar la confianza y con ella, la inversión; tendrá de forma central que diseñar un nuevo modelo de seguridad nacional, que combata al crimen organizado y reduzca los escandalosos niveles de impunidad; por último, pero de forma primaria, tendrá que proponer al electorado una nueva etapa, un nuevo lenguaje, para construir un mecanismo de unidad nacional.

La retórica no puede ser la misma. Es un solo México, con muchos mexicanos distintos y diferenciados en regiones, actividades y orígenes. Pero la confrontación entre ricos y pobres, blancos y morenos, chairos y fifís, aceitada y capitalizada por el presidente, ha provocado un enorme daño a la nación.

¿Cómo sanar las heridas? ¿Cómo presentar un proyecto de país que incluya a todos, integre a los mexicanos, reconcilie a segmentos apuñalados con encono?

Ese será el principal reto del o de la próxima presidenta de México.

No la continuidad ideológica del régimen, o la construcción —como sueña— de estatuas al presidente López Obrador.

Hay que reconstruir al país, y para ello, hay que reconciliarlo.

Repetir las sandeces de una transformación absurda, inútil, extremadamente cara para el Estado mexicano e insubstancial, no conducirá a ninguna parte. (El Financiero)

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