Las transferencias no sólo no resuelven la pobreza, sino que amplían la desigualdad.
Es frecuente que se hable de desigualdad haciendo uso de referencias monetarias: ingreso y riqueza, especialmente. Me parece que, al ponerla en esos términos, la discusión no resulta fructífera, en particular en la búsqueda de soluciones. Es muy fácil caer en la falacia de la suma cero al pensar en pesos y centavos: quito a uno para darle a otro.
Si realmente nos interesa mejorar el nivel de vida de la mayor parte de la población, creo que resulta más útil pensar en equilibrar las oportunidades lo más posible. Al final, ingreso y riqueza dependen de muchos factores, incluyendo decisiones de cada persona, que no pueden (no deben) ser tomadas por otros, no importa cuán buenas intenciones haya detrás.
Un objetivo inicial en esta búsqueda de igualdad de oportunidades debería ser que un recién nacido tenga enfrente un piso razonable de arranque: atención en salud, oportunidades en educación, espacios. Piense usted en la posibilidad de que haya todas las vacunas (ya lo había), tamiz neonatal (también), maternidad y guarderías (también había), escuela de tiempo completo (igual). Pero todo eso es insuficiente si el entorno es complicado. No está fácil eliminar la violencia doméstica, pero de entrada habría que evitar la inseguridad en las calles, en el transporte, en los centros de reunión.
Esto último debería ser el objetivo de gobiernos locales: espacios públicos, transporte decente, iluminación y vigilancia. Creo que es un mínimo que prácticamente no se cumple en ninguna ciudad del país. Los espacios públicos son escasos, muy mal cuidados, lejanos. El transporte público hace décadas que está tomado por mafias, desde empresarios hasta sindicalizados, que extraen rentas a la población. En fechas recientes se ha sumado ya el crimen organizado, en el control, y el desorganizado, en el robo hormiga.
No sigo con esto, pero una comparación con ciudades en las que se antoja vivir muestra claramente la importancia de lo mencionado: salud, educación, seguridad pública y un entorno urbano amigable. Ya usted sabe que, en México, las primeras tres cosas se cubrían, con calidad variable, pero se han deteriorado desde hace tiempo. La seguridad desde los años 80, la educación desde los 90, y la salud había mantenido un nivel razonable. En esta administración todo ello ha sido sacrificado a cambio de transferencias en efectivo con el único fin de garantizar votos.
Pero el entorno urbano se vino abajo desde mediados de los 60, cuando terminó el crecimiento en el campo, y la migración a las ciudades se convirtió en un alud. Los políticos de entonces aprovecharon el momento: especulación inmobiliaria, uso clientelar de invasiones, administración de la miseria. Primero con cinturones de pobreza y ciudades perdidas, después con manejo de uso de suelo para extraer rentas, y desde los 80, saqueando a través de pequeñas intervenciones: “Haz obra, que algo sobra”.
Tal vez el caso paradigmático sea la Ciudad de México, que hasta inicios de los 90 se benefició de ser parte del gobierno federal, y recibir por ello inversiones que los estados no tenían. Así se hicieron grandes vialidades: viaducto, periférico, ejes viales y circuito interior y, por supuesto, el Metro. Desde 2001, López Obrador desvió el presupuesto local a programas clientelares, acelerando el deterioro del equipamiento urbano. Aunque Ebrard corrigió un poco, e incluso construyó una línea de Metro, o no se hizo bien, o tuvo mantenimiento deficiente, como es sabido.
Creo que es muy evidente cómo las transferencias (becas y pensiones) no sólo no resuelven la pobreza, sino que amplían la desigualdad. Es también muy claro el desastre que es la Ciudad de México, gracias a esas políticas. El por qué hay personas que dicen que eso es de “izquierda” y por ello lo celebran es algo que me parece inexplicable. (El Financiero)