Ecotecnología como utopía vs robotización como distopía

Ignacio Dueñas García de Polavieja
España

La humanidad se va a extinguir por un proceso lineal de robotización, debido a la hipertrofia acrítica del uso de la tecnología. Y nadie parece advertirlo o estar preocupado por ello. Pero no hace falta que se extinga para que merezca la pena dicha extinción, si atendemos al sistema absolutamente totalitario que, por ceguera, apatía o ignorancia, hemos permitido que se instale, nos dirija y nos hipervigile, para el lucro de una inmensa minoría, no teniendo mucho que envidiarle al nazismo o al estalinismo.

De esta manera, el presente tecnocapitalismo se basa en el hipercontrol de nuestros movimientos digitales y en la cesión de nuestros datos en la red. Como sostiene Jordi Pigem en su libro Pandemia y posverdad. La vida, la conciencia y la Cuarta Revolución Industrial, el rastro digital de los usuarios de la red (que tiende a ser toda la humanidad), lo acumula la National Security Agency, perteneciente al gobierno de EE. UU, y lo guarda en un centro de almacenamiento del desierto de Utah, dotado de miles de millones de bytes por persona viva. Esto nos convierte a la humanidad más dirigida y controlada de la historia, y a EE. UU, en el estado más espía del planeta, superando a la Alemania de Hitler, a la URSS de Stalin o a la China de Mao.

“Todo lo que tecleamos y decimos directamente a través de los medios digitales (…) puede ser rastreado y almacenado (…). La extracción y venta de nuestro rastro digital ha dado lugar a las mayores concentraciones jamás vistas de dinero y de poder”, afirma Pigem.

Si en las últimas décadas las grandes ganancias de la economía mundial iban para las empresas financieras y petroleras, éstas han sido sustituidas por las multinacionales de la actividad digital, principalmente Apple, Microsoft, Google, Amazon y Facebook, las cinco empresas de mayor valor bursátil desde hace solo un par de años.

En esta dirección se orienta la reflexión de Shoshana Zuboff quien, en su obra The age of surveillance capitalism, sostiene que “el capitalismo de la vigilancia (…) pretende apropiarse de la experiencia humana como materia prima para prácticas comerciales ocultas”, lo cual constituye, afirma, “una amenaza para la naturaleza humana”, así como “un derrocamiento de la soberanía popular”.

Es decir, se trata no sólo del fin de la libertad humana sino, de facto, de la misma democracia. Y lo peor es la falta de conciencia y de reacción frente a lo que está sucediendo: la caída de la humanidad en el mayor aparato totalitario de su historia, si bien de modo sutil, pero no por ello menos intenso. Es la distopía de Un mundo feliz de Aldous Huxley hecha realidad. En esta obra se narra cómo a los ciudadanos, para atrofiar su capacidad crítica, se les proporcionaba todo tipo de diversiones y distracciones. Entre ellas, las orgías obligatorias (orgyporgies), la droga evasiva (soma) y los espectáculos de alta tecnología (feelies).

Las orgyporgies serían hoy el sexo escapista y hedonista; es decir, la industria de la pornografía (precisamente en la red) y la de la prostitución, generadoras de unas ganancias astronómicas. El soma sería el narcotráfico y el consumo irresponsable de las drogas, lo cual ya utilizó Nixon para sofocar la revuelta hippie. Y el feelie, el entretenimiento de la alta tecnología, que en nuestros días son los chats, el facebook, las redes sociales, el porno en la red, los foros, los selfies…

Sin embargo, no es la única distopía literaria la de Huxley. George Orwell, en su obra 1984, ya se refería mediante el concepto de Gran Hermano a la hipervigilancia a la que estamos sometidos. Ciertamente, parece que fue ayer cuando Marx dijo que “la religión es el opio del pueblo”; o Marcuse, más reciente que “la televisión es el opio del pueblo”. Hoy podemos sostener que “la tecnología digital es el opio del pueblo”.

Por todo esto, hace sólo un par de años, ha dado otra vuelta de tuerca: en el 2020, ya en el marco del covid, se publicitó el Great Reset (o gran reseteado). Se trata de un proyecto promovido por el Foro Económico y Mundial, financiado, muy significativamente, por la Fundación Gates, algunos de los principales bancos del mundo (JP Morgan Chase y Goldman Sachs), y las grandes empresas tecnológicas (Google, Amazon y Facebook).

Ya con estos financiadores se deben sospechar las intenciones. Ahora bien: ¿en qué consiste, de modo confeso, el Great Reset? Consiste en, en el contexto del covid, dar un salto cualitativo en la digitalización de la sociedad. O como sostiene uno de sus impulsores, Klaus Schwab, se trataría de “una fusión de tecnologías que desdibuja las líneas entre las esferas física, biológica y digital”. Dicho de otro modo, sostenemos nosotros, el principio de la extinción de la realidad, por inmersión en lo virtual, lo cual nos recuerda al concepto de metaverso.

Este proyecto, último fundamento de los recientes cambios en nuestra cotidianidad por el confinamiento del coronavirus (soledad, estrés, problemas psicológicos, atención médica no presencial, cierre radical de los espacios de convivencia, separación física…), consiste, a poco que se reflexione, en un proceso de profunda deshumanización por robotización de la inmensa mayoría de la humanidad, para el beneficio económico de una minoría de la humanidad.

Pero hay más: en pocos años será técnicamente posible vaciar el contenido de nuestro cerebro, incluso de modo involuntario, en una gran mente artificial. Y por tanto el vaciamiento total de la personalidad del individuo. Será el fin de la poca libertad que aún nos queda. Y no sólo eso: el historiador Harari ya ha avisado de que en dos generaciones la inteligencia artificial habrá superado a la humana. Entonces, como afirma Hawking, aquella se nos irá de las manos.

Será nuestro fin, si antes no nos hemos robotizado y perdido nuestras capacidades esenciales (la corporeidad, la emocionalidad, la instintividad y la espiritualidad) en un proceso irreversible y lineal de robotización. Es decir, la transformación del ser humano en el cyborg, y de ahí en el robot.

Todo esto es una de las principales amenazas de la especie, junto con la guerra nuclear, el hambre, la pobreza, y el colapso ecológico. Pero mientras que frente a todas estas amenazas ya hay cierta conciencia y resistencia, ante la distopía tecnológica no hay absolutamente nada, más allá de alguna que otra reflexión lúcida que aún no ha cundido en la opinión pública.

Por lo tanto, habrá que crearla. Se debe fomentar una actitud masiva de rebeldía y pensamiento crítico. Todo esto desembocará en todo un movimiento social, que se podría denominar ecotecnología, y que debería, entre otras ideas, fomentar lo siguiente:

-Surgimiento de pensadores y estudiosos que analicen la problemática y ofrezcan vías de resistencia.

-Creación de un tejido de divulgadores y publicistas que lleven las reflexiones de los teóricos a la gente de la calle, para provocar un cambio de mentalidad.

-Fomento del pensamiento crítico, así como difusión de nuevos hábitos de uso frente a todo tipo de dispositivos electrónicos.

-Aplicación de la novedosa mentalidad, inédita a día de hoy, a cada una de las dimensiones de la cotidianidad, tendente a des-virtualizar la cotidianidad y volverla real.

-Surgimiento de activistas sociales que combatan, mediante todo tipo de presión (jurídica, política, mediática, callejera…) el maridaje entre las multinacionales y lo digital.

Nos tememos que, caso de no producirse el despertar de la humanidad frente a todo esto, sólo quede (es una posibilidad real) una minoría de inadaptados y contraculturales que, a semejanza de los hombres-libro de la excelente novela de Bradbury, Fahrenheit 451, preserven la libertad y la humanidad, aunque le cueste la satanización por parte del resto de la sociedad.

El papa Francisco, en su Laudatio Si, utilizó la palabra “contracultural” para citar al modo de vida que se pudiese liberar de la dinámica totalizante de la tecnología, más allá de su dimensión funcional y complementaria. Sencillamente, ante este respecto, no hay más opciones: o contracultura o extinción.

O como afirma Jordi Pigem: “Atención: estamos personalizando a los robots y, a la vez, estamos robotizando a las personas. Atención a las transformaciones sin precedentes en que ha entrado el mundo. Atención al mundo de la vida, en el presente, aquí y ahora”.

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