El Espíritu Santo, artífice del matrimonio

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Tenemos que insistir a quienes quieran contraer matrimonio cristiano, o a quienes sufren la tetación de claudicar, que el Espíritu Santo no solo santifica a los esposos mediante los sacramentos sino, también, reparte a cada uno, dones y carismas diversos según como Él mismo quiere (cf. 1Cor 12,11). A través de ellos, los prepara para asumir plenamente su vocación personal con quien cada uno ha elegido como su compañero de camino hasta que la muerte los una más. En este aspecto, debemos ser muy claros pues el matrimonio no debe ser concebido como un contrato a tiempo determinado que permite su conclusión cuando la inmadurez, pecado, interferencias de terceras personas o su falta de escrúpulos, así lo sugiera. Dios es, también, el artífice invisible del matrimonio pues, cuando la pareja es dócil a su acción y le da un espacio  en su vida, es quien permite que la comunión entre los esposos sea de una donación de amor total, mucho más grande de lo que sus propias capacidades humanas, psicológicas y morales serían capaces de lograr.

Dios es quien ofrece «el don de una comunión nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús» (Familiaris consortio N° 19). Es Él quien permite que cada miembro de la familia tenga una relación personal con Dios y favorece un camino privilegiado de crecimiento y maduración, en referencia a las relaciones personales, a la espiritualidad y a la afectividad plena y bien definida. Además, es Él quien los orienta de tal manera que, al no conocer anticipada ni exactamente sus metas, se dejan conducir con disponibilidad a su gracia y a su voluntad de modo tal que pueden llegar a ser como el viento que «sopla donde quiere y oyen su ruido, pero no saben de dónde viene ni adónde va» (Jn 3,8). De aquí que tenga sentido insistir en que la vida de los esposos debe ser planificada con amor, por amor y desde el amor para que llegue a buen destino.

La vida de la pareja que quiere tomar en serio su misión, es como una barca de vela en la que se debe estar atento a identificar la diferencia del viento que la mueve, ya sea que venga de Dios o del mal y, en este sentido, que esté dispuesta a discernir para elegir sólo el primero y sepa rechazar todo lo que venga del mal, en sus distintas manifestaciones. De esta manera, los esposos están llamados a no vivir según la lógica del mundo que absolutiza la autonomía humana separándola de toda referencia al transcendente, sino a vivir según el Espíritu Santo que les ha sido donado mediante la celebración sacramental del matrimonio. En pocas palabras, una vida en comunión con el Espíritu mandado por Jesucristo, y, por consiguiente, que acepten el reto de crecer en una espiritualidad definida por la identidad que confiere el sacramento del matrimonio, que les permite vivir intensamente su vocación y estar preparados para enfrentar los momentos de confusión, de crisis y la gran tentación de echar por la borda el tesoro sagrado recibido el día de su boda.

Esto nos lleva a lo que tendría que ser un desafío antes, en, y después de la celebración del sacramento de matrimonio. Me refiero a basar la vida de pareja desde una explícita espiritualidad conyugal y familiar, común para todos los cristianos, diversa de la de los sacerdotes y religiosos o de los laicos. La espiritualidad conyugal no es más que la respuesta personal y de pareja a la llamada de Dios a la santidad, de tal modo, que haya una disposición a fundamentar su existencia en el amor pleno y verdadero, orientada a la relación personal con Dios y consigo mismo y, en el momento preciso, con los hijos, sin  desestimar la importancia de cuidar y profundizar el amor de cada uno de los cónyuges. Una espiritualidad que tenga en el centro a Cristo que irradia su amor hacia los esposos, precisamente, porque está arraigada en el sacramento del matrimonio y alimentada permanentemente por éste. La espiritualidad matrimonial y familiar, no es algo que se añade a la familia; tampoco consiste en una serie de prácticas, normas y obligaciones. Es un estilo de vida; es la raíz que ayuda a comprender la esencia de compartir un destino, un presente y un futuro. Es la decisión de caminar hacia su plena realización, fundados en el amor verdadero basado en el perdón, el diálogo, el respeto, la fidelidad y la verdad. Es el deseo de afianzar la capacidad de donación, de escucha y de sacrificio para hacer creíble la misión de llegar hasta el fin de sus días, siendo uno solo, actuando cada uno con su propia identidad y dando espacio a Dios, el tercer personaje central en el matrimonio.

Domingo 25 de junio de 2023.

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