El matrimonio cristiano es entre tres personas

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

La familia cristiana es, junto con el sacerdocio, una de las realidades más afectadas por el descuido y la eliminación de los valores más fundamentales impuestos por la sociedad líquida en la que estamos inmersos. Uno de los retos fundamentales al que nos enfrentamos es el de acompañar a las parejas que están en crisis y que, sin la conciencia de la presencia de Dios y la intervención de quienes los queremos, pueden optar por la “vía fácil” de la separación. Esto, en muchos casos, es manifestación explícita de inmadurez o incapacidad para resolver cristianamente los problemas y dificultades que la vida presenta, como en cualquier otra vocación personal. El matrimonio cristiano tendría que ser decidido y vivido como un signo de madurez, ya que «casarse es un modo de expresar que realmente se ha abandonado el nido materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una nueva responsabilidad ante otra persona» (Amoris laetitia n. 131).

Pero esta madurez no es suficiente. Debe cultivarse para que crezca en esta nueva realidad que se ha creado gracias al Sacramento del Matrimonio, especialmente cuando uno de los cónyuges es reacio a aceptar sus errores y límites personales y culpa a su pareja de todo lo que no marcha bien. Una nueva familia es original e irrepetible y no se identifica ni se debe confundir con ninguna otra. El consenso matrimonial que se da en un contexto cristiano, permite iniciar una auténtica espiritualidad conyugal. Ésta propiamente no existía antes, aunque, tal vez, se podía intuir durante el noviazgo cuando ha sido vivido como manifestación del respeto, el diálogo y la búsqueda sincera de la voluntad de Dios mediante el compromiso expresado públicamente de ser fieles hasta que la muerte los una más. Los esposos, no solo deben aprender a vivir juntos en una misma casa, sino también en la intimidad espiritual, para descubrir una nueva expresión de una comunión todavía más profunda que su intimidad física, y, así, caminar hacia la santidad.

Con el Sacramento del Matrimonio se abre un camino que no solo lo recorren dos, sino tres: los dos esposos con Dios, que se hace presente en su amor. En la mayoría de los casos, cuando intervienen otras personas, especialmente los miembros de la familia política, comienzan los problemas. Este tipo de interferencias son una auténtica violación a la pareja y perjudican la sagrada intimidad de quienes han asumido luchar por ser felices, con sus cualidades y defectos, con sus inmadureces y puntos de fortaleza, sí, pero juntos. Los esposos reciben la invitación de Dios a caminar en su presencia, como la recibió el mismo Abraham (cf. Gen 17,1), para vivir una historia bendita, magnífica y apasionada con el otro, bajo la mirada cariñosa del Señor y conscientes de caminar en su presencia, asumiendo la lucha cotidiana por aprender a ser verdaderamente esposos, amigos y cómplices en el duro camino de la vida. Simplemente porque Él se acuerda de sus misericordias y su santa alianza «como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (Lc 1,55).

Está por demás decir que me siento terriblemente indigno de hablar de este tema, simple y sencillamente porque nunca he estado, ni estaré casado. Sin embargo, creo de verdad que los esposos necesitan de un acompañamiento espiritual serio y profundo que les permita afrontar y sobrellevar los momentos de aridez y desolación que son el caldo de cultivo óptimo para tomar decisiones erróneas y que les harán sufrir siempre, mucho más aún, cuando se afecta a los hijos, víctimas inocentes de las inmadureces paternas.  Los esposos cristianos deberían ser más conscientes de que en el momento del sacramento, han prometido recibir con responsabilidad a sus hijos y esto supone, no solamente proveer su sustento, su educación y sus necesidades básicas. Los hijos tienen derecho a crecer en un ambiente sereno, donde no haya discusiones, falta de respeto y, peor aún, la terrible presencia de terceras personas sin escrúpulos cuya presencia les hará sufrir siempre y dejará en ellos soledad, debilidad e inseguridad que solamente profundizará heridas, algunas de ellas, incurables.

El papa Francisco, da mucha importancia al acompañamiento durante los primeros años de matrimonio (Amoris laetitia, nn. 217-230), cuando se ponen los fundamentos de todo el proyecto que se construye juntos. Porque «el matrimonio no puede entenderse como algo acabado, sino que los esposos “están comenzando”. El sí que se dieron es el inicio de un itinerario, con un objetivo capaz de superar lo que planteen las circunstancias y los obstáculos que se interpongan. La bendición recibida es una gracia y un impulso para ese camino siempre abierto» (Amoris laetitia, n. 218). Será durante toda la vida matrimonial que los esposos deberán cultivar cada día el amor que se tienen y que, al mismo tiempo, es don de Dios, para enriquecerlo «y profundizar la decisión consciente y libre de pertenecerse y de amarse hasta el fin» (Amoris Laetitia, n. 217).

Domingo 4 de junio de 2023.

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