Hoy recordaré a uno de los personajes más importantes de los años cincuenta y hasta los ochenta del siglo pasado de nuestra ciudad, y lo haré a través de la ficha biográfica preparada por sus familiares y que se encuentra en exhibición en el Museo de la Ciudad: Don Miguel Vega Bonilla.
Nació en la ciudad de Zamora, Michoacán, el 17 de septiembre de 1910, previo al inicio de la primer gran revolución del siglo XX, la Revolución Mexicana.
Pese a haber cursado algunos estudios en la Ciudad de México, se puede decir que más bien fue autodidacta, mostrando siempre gran interés por el fenómeno eléctrico, lo que lo llevó a especializarse en máquinas eléctricas, principalmente bombas, motores y transformadores, tanto de baja como de alta tensión. Nunca dejó de estudiar y de aprender sobre el empleo de nuevos materiales gracias a diversos cursos que tomó por correspondencia
Trabajó para la Comisión Federal de Electricidad como jefe responsable de la construcción de la subestación de San Ángel, cercana a la ciudad de Los Reyes, Michoacán, y pese a que por su capacidad le aseguraron un trabajo atractivo y permanente, tomo la decisión de regresar a Zamora para instalar un taller de reparación de motores y transformadores.
Después de años de una cruente revolución, el sistema productivo nacional enfrentaba serias dificultades para satisfacer la demanda del México postrevolucionario. Las grandes fábricas de motores y transformadores no se daban abasto, por lo que don Miguel empezó a realizar sus propios diseños de máquinas eléctricas y a fabricar transformadores de alto voltaje, aparatos de soldadura eléctrica, y ayudó a la instalación de la infraestructura eléctrica de la región apoyando con el diseño de subestaciones eléctricas.
Mucha de la infraestructura productiva del Estado de Michoacán, se llevó a cabo gracias a su intervención. Colaboró con la parte eléctrica en la construcción de la planta de Celanese en Zacapu, ayudó en la solución de problemas eléctricos que paró la producción del ingenio azucarero de Santa Clara, realizó todo el sistema eléctrico del molino La Aurora, en Tangancícuaro y colaboró con la instalación de subestaciones eléctricas de las primeras congeladoras que se instalaron en el Valle de Zamora y Jacona.
Su prestigio lo llevó a resolver problemas en lugares alejados de la Tierra Caliente Michoacana, como Apatzingán, Nueva Italia y Coahuayana, o más cercanos como Sahuayo y Jiquilpan, e incluso de otros estados como es el caso de La Barca, en Jalisco.
Ingeniero sin título, era avalado por sus conocimientos y por su disciplina para el trabajo, al grado de que muchos de los jóvenes ingenieros que se integraban a la superintendencia de la Comisión Federal de Electricidad en Zamora no dejaban de consultarlo y de pedir su opinión tanto para resolver problemas de subestaciones eléctricas como de líneas de transmisión de alta tensión, instalaciones de carga y cálculos de factor de potencia. Si bien, hoy en día, esto reviste cierta dificultad, habrá que imaginarnos cómo se tenían que realizar esos cálculos matemáticos en una época sin calculadoras o computadoras.
Hombre de una gran seriedad pero que al mismo tiempo inspiraba mucha bondad, al grado de que, en reiteradas ocasiones, mientras hacía uso del transporte público, la gente le cedía sus lugares, confundiéndolo con un sacerdote.
Sus clientes le tenían aprecio, además de una confianza a toda prueba. Algunos de sus clientes eran dueños de aserraderos en comunidades indígenas en diversos puntos en Michoacán, y pese a que muchos de ellos vivían en cierta bonanza económica, seguían vistiendo la ropa típica de sus comunidades indígenas. Para la correcta operación de su maquinaria requerían de transformadores eléctricos, por lo que acudían a Zamora en donde ya se había hecho famoso un mexicano que hacía transformadores más confiables que los de manufactura estadounidense o europea. Don Miguel siempre sensible al tema de la pobreza en las comunidades indígenas, ahondaba en explicaciones sobre la calidad de los materiales utilizados, tratando de justificar el precio de un transformador. Los clientes lo paraban en seco y le decían:
-Don Miguel, si usted mete piedras a una caja metálica y a mí me funciona, cóbreme lo que quiera.
Llegó a incursionar en la docencia impartiendo clases en la Secundaria Federal de Zamora. Su prestigio trascendió el ámbito regional, ya que fue invitado por Condumex a la Ciudad de Monterrey para participar en un ciclo de conferencias sobre las características de nuevos materiales para la fabricación de aparatos eléctricos.
Sin duda un hombre distinguido al que Zamora en lo particular, y Michoacán en lo general, deben buena parte de la infraestructura eléctrica y productiva de la región. Falleció en su natal Zamora el 9 de julio de 1989 a la edad de 78 años.