Reconociendo nuestra naturaleza celestial

Marlon Duriettz
Nicaragua

Somos hijos e hijas de la luz primordial, que dio lugar a interminables cascadas cósmicas que desembocan en un interminable océano de partos de galaxias. En este instante, somos una manifestación de esa historia cósmica junto a miles de millones de galaxias que no conocemos y que contienen muchísimas formas de vida gestadas y otras por crearse, aún desconocidas.

Es esa inmensidad del cosmos en movimiento y recreación, lo que imposibilita conseguir todo el conocimiento de la vida y el universo, más aún, ni siquiera hemos podido conocer ampliamente el universo asequible a nuestros sentidos, pensamiento y conocimientos. Grandes han sido los esfuerzos durante siglos por comprender nuestra naturaleza y tan solo hemos accedido a una ínfima parte de él; sin embargo, desde ese pequeño entender, como especie humana hemos formulado paradigmas de pensamiento que soberbiamente han imperado como modelos, muchas veces limitantes de nuestra visión de la realidad, por consiguiente, en la idea de quiénes somos y de la naturaleza, afectando las formas en que nos relacionamos con las demás personas, especies, ecosistemas.

En el devenir del tiempo, en todos los pueblos y culturas han surgido y desaparecido paradigmas que crean y recrean las visiones de la realidad, impactando una y otra vez sobre la concepción de nuestra naturaleza, de nuestro ser, decidir y actuar. Esta dinámica no ha concluido, y nos es imposible encontrar una respuesta acabada en este cosmos dinámico e incierto, sin embargo, es necesario continuar tratando de encontrar sentido en los actuales tiempos caóticos; y así, al volver a vernos hacia dentro como especie tropezar con la ruta hacia la luz primordial, como una partícula extraviada en su retorno al sol.

En la antigüedad, en los albores de lo que hoy llamamos cultura occidental algunos filósofos del mundo griego, aunque no los únicos, reflexionaron sobre el origen de la vida, del universo y el ser humano, dando lugar a consensos teóricos que fueron capaces de brindarnos ideas para organizar la sociedad. Así tenemos, la visión geocéntrica del universo de Ptolomeo, y que promulgó al “hombre” en un sentido soberbio, como figura central de la creación divina, desarrollando una actitud de señorío atroz sobre la naturaleza y todas las especies, pensamiento dominante de la cosmovisión del mundo por cientos de años, y que abrió paso a una época donde aparecieron personajes que se creyeron semidioses y que dominaron el mundo antiguo. Miles de años después, Copérnico, introdujo el modelo heliocéntrico e inaugura una etapa de revolución científica que rompe con el relato geocéntrico de Ptolomeo y que luego Isaac Newton, lo sepulta con su mecanicismo, y junto a Descartes inaugura la época del racionalismo occidental, y del cual se nutre el pensamiento capitalista.

El racionalismo mecanicista realizó una incisión en la comprensión de la naturaleza humana. El relato es que la naturaleza es como un mecanismo de relojería donde todo está seccionado, divorciando al ser humano de su entretejida historia cósmica que comparte con todas las especies, incluyendo la madre tierra y los demás cuerpos celestiales.

El “yo” quedó como partícula extraviada de la explosión cósmica separada del universo, y esta visión llena de carencias dialógicas implica relacionarnos con la naturaleza y demás miembros de nuestra especie de manera indiferente, violentamente, con desprecio a la vida y dignidad, desamoradamente; carácter propio del modelo capitalista neoliberal.

El carácter mecanicista está presente en el desarrollo de nuestra civilización occidental, en la construcción y consolidación de nuestras instituciones en general, las cuales se encargan de producir y reproducir nuestra cultura, de modo tal que todo lo que pensamos, sentimos y actuamos desde nuestra idea de la naturaleza y el yo – ergo sum-, está afectado por dicha mirada epistemológica adquirida por medio de los muchos espacios de socialización en un escenario capitalista, entre otros: la familia, la escuela, el estado y el mercado.

Hoy sabemos, que hemos creado un mundo consumista en el marco de un modelo cultural donde se cree en la ilusión que sobre un planeta limitado sea posible un crecimiento ilimitado. Es decir, un modelo de desarrollo que sobreexplota los recursos naturales de un mundo finito sin reparar en las consecuencias, un modelo capitalista configurado en base a las ideas cartesianas y newtonianas de la naturaleza, con un “pensamiento sacrílego hacia la madre tierra”.

Comprendemos que la cultura y conocimiento occidental capitalista neoliberal es limitado y arrogante, lo que ha provocado sendas catástrofes al centrar el interés en el mercado y la acumulación de capital, depredando la naturaleza y empujándonos a una crisis planetaria que amenaza la pervivencia humana. Es en la visión mecanicista del mundo donde podemos ver la base de nuestros problemas; por ello, un cambio en la visión del mundo se hace imperante.

Esta crisis parece confirmar, que pensar el mundo como una máquina nos ha alejado mucho del cosmos, nos ha tornado en esa partícula extraviada que está ciega a la realidad de nuestra naturaleza indivisible y dinámica junto al universo. No siempre estamos conscientes que venimos de la explosión cósmica y que compartimos una historia solar con las demás especies del planeta que al igual que nuestra especie humana están en evolución.

Este nuevo siglo XXI, entra con nuevos pensamientos que exponen otras formas de comprender la realidad, que tratan de superan las ideas hegemónicas existentes; se está produciendo el desarrollo de nuevos aprendizajes que recurren a las experiencias y conocimientos existentes que fueron excluidos del racionalismo y mecanicismo, para fundirse con estos y hacen una síntesis. La humanidad asiste a una nueva revolución del conocimiento que impacta sobre los nuevos saberes científicos y la tecnología, dando paso a una visión del mundo caracterizada por ser ecológica, orgánica y holística . Se está escuchando, aprendiendo el lenguaje originario que permite volver a platicar con las deidades olvidadas, volviendo a entender su sabiduría milenaria. Se trae el pasado al presente y se revisan los saberes abriendo paso a la aparición de ideas que van sintetizando, recreando la vida y la humanidad generando esperanza al presente y futuro. Nuevas prácticas justas y democráticas van emergiendo en diversos países latinoamericanos y caribeños; así, como en otras latitudes no occidentales.

Se despierta una conciencia planetaria que va más lejos de la visión antropocéntrica y capitalista, reconectando los puntos sueltos entre las personas y el cosmos. Se retoman los conocimientos y sabiduría popular milenaria que fue marginada por la racionalización limitante del pensamiento. Se funden los conocimientos de las civilizaciones milenarias de todo el planeta con las del mundo occidental creando nuevos prismas-síntesis del conocimiento y prácticas que se sintonizan con el universo multiforme, la realidad multipolar.

Emerge con fuerza ya en los pueblos del mundo una espiritualidad de amor y conciencia cósmica creativa, reconociendo la diversidad de formas de ver, pensar, sentir, actuar, hablar, teniendo como centro la vida en su totalidad. Entonces, asistimos a una ruptura de modelos limitantes y opresores, dando paso a una visión holística, compleja, sistémica e integrativa de la realidad, y es esta visión de la naturaleza la que nos reta a replantear nuestro reencuentro del ser, proyecta una crisis evolutiva de la idea del yo mecánico y propone el retorno del fotón a sus orígenes, religarnos con el cosmos. El reino de amor y la justicia ya anunciado por el nazareno.

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