SILVIO MALDONADO B. // De mis recuerdos…

(II)

23 de noviembre de 2008

Con aquella fuerza conjuntada llegamos hasta la Secretaría General para avalar la petición de la escuela: queremos que Herlindo Castuela sea nuestro director. Igualmente, se sucedió la entrevista con el director general y repetimos nuestra demanda. Nos hicieron caso y días más tarde fue ungido director de la escuela.

No pasó mucho tiempo estimada Hola, pronto mi querido amigo y compañero enseñó el cobre; pronto se olvidó de su compromiso y me acusó de reuniones subversivas de las que decía: tengo diálogos grabados en los que hablas en mi contra; más tarde que aprisa, dio por llamarme la atención y exhibir como mal docente a mí, que había sido ejemplo sobresaliente por mi dedicación y trabajo.

Por esos motivos huí de mi escuela. ¿Sabías Hola que llegó a ser la esencia de mi vida? ¿Sabías acaso que todo mi mundillo era esa escuela y su entorno social? Y con todo, tuve que buscar la necesaria comisión para llegar a otros lares y tener ocupación; y más que nada, para dejar tranquilo a mi amigo. ¡Ay Hola! ¡Cuántos dolorosos recuerdos! Me dolía tanto aquel departamento de patología que había creado más que reconstruido con tanto cariño y fe en nuestros alumnos, en la filosofía y doctrina del médico rural, y en la esperanza puesta en el Instituto; todo se vino abajo, mientras yo pajareaba en otros territorios, siempre con la dizque autorización de mi ¿amigo? Castuela. Ni modo, más tarde supe que marginar a alguien era práctica común en nuestro sistema.

Así fue que me incorporé a las brigadas del Plan Nacional de Servicios Ejidales.

Quiero decirte que ese plan es uno de los mejores programas verticales que jamás han existido. Recuerdo los trabajos relativos a su creación, que realizamos tres de los médicos que más se identificaron con el servicio al campesino: Leobardo, Ubaldo y tu servidor. También que el presidente de México lo consideró tan importante que le aplicó un presupuesto de sesenta millones de pesos que, para 1974 era todo el dinero del mundo; y él mismo, el Presidente, dio el banderazo de salida a los primeros brigadistas que se incorporaron.

Otra gran tarea que realicé fue el haber estudiado la maestría en salud pública, después de la cual me incorporé como sanitarista al Sistema de Salud de Ciudad Nezahualcóyotl. En este último fui diseñador, creador y profesor de la maestría en salud pública que ahí se impartió.

En fin Hola, repito que al logro de su ambición desató una ola de ataques y calumnias, acciones punitivas y cacería de brujas en contra mía por haber cometido un gravísimo pecado: hacer gala de mi pendejez y ayudarle a llegar a la silla del poder. Por eso algunas veces leía en tus ojos un fuerte reproche para el hombre flojo, inútil, vividor que creíste que yo era; por ello me hería tu mirada prepotente y acusadora, y sobre manera tu hablar, hablar y hablar.

Lo cierto es que te vi: querías organizar una presentación de modas para ayudar a la “primera dama”, doña Alba, en beneficio de no sé qué.

Sí le puedo ayudar, señora, cuente conmigo. Tengo algunas canciones mías que podría decir en sus reuniones.

Ya no recuerdo si tus ojos traían pestañas postizas, ni cómo me vieron, ni si me vieron. Lo que sí se me grabó fue la indiferencia con la que recibiste mi auto invitación; apenas si me pelaste, como ahora dicen, y aparentando una atención que no recibí, alzaste el vuelo escaleras abajo entre las sonoras notas del taconeo de tus zapatos.

Años después, mi querida Hola, nos encontraríamos en escenarios distintos: Castuela, secretario general; tú, secretaria privada del secretario general; y yo, director de la vocacional de ciencias agrícolas. Allí, la vida nos dio la oportunidad de conocernos a ciencia cierta y de borrar un pasado superficial que nos dejó falsas impresiones. Allí percibí y constaté tu personalidad tan completa y variada: tú, dechado de mujer, madre, amante, trabajadora y creativa, entregada y comprometida con las causas nobles de la educación del pueblo; y yo, en mi esencia de hombre formal, soñador, cumplido, creativo y también entregado a esas mismas causas por las que arriesgué hasta la vida. Ahora cuando el tiempo se ha ido, recuerdo a ese plantel transformado, y veo tu figura como ente inspirador, criatura mortal que dio fuerza a los trabajos de rescate.

Sea, querida Hola, la vocacional de ahora eres tú; ese plantel de hoy, anverso del de ayer, es el todo educativo, porque tú fuiste también aquel todo, el todo completo y lleno de sentimiento que lo inspiró.

Vale…

El señor Dr. Indalecio Barriga Salcido había sido designado secretario general del Instituto. Yo me había preparado con marcada antelación para ese momento; era lógico que, a la salida de Barriga, se habría de designar al nuevo director del plantel que, si bien era facultad del director general, se podría influir por medio de la presión de grupos organizados. Para tal efecto, tenía estructurados tres instrumentos de acción; a saber: la primera Asociación de Profesores Egresados de la Escuela; mi filiación a la Asociación Médica de Egresados, y mi liga con el líder de la Sociedad de Alumnos de la propia escuela, el joven José Luis Toledo (qepd).

Pronto trabajé en y con los tres para determinar la selección de una terna de profesores que presentaríamos a la Dirección General. Fue claro que el líder de aquel movimiento fui yo, querida Hola. Mi oficina fue constantemente asediada por los maestros interesados que buscaban platicar conmigo para sellar algún compromiso. De todos los que acudieron se destacaron tres: Herlindo Castuela, Carmelo Vélez y Teófilo Vázquez.

Desde luego querida Hola, debes saber que yo, inexperto y joven, no tenía el menor deseo de ser director, a pesar de que estudiantes, docentes, administrativos y trabajadores estaban a mi favor. No se me puede olvidar la última vez que platiqué con José Luis. Molesto por mi decisión de apoyar a alguien con mayor experiencia, no estimado por ellos, y permanecer al margen del proceso; me dijo casi gritando:

Queremos que usted sea nuestro director porque lo conocemos y porque lo queremos: siempre está cerca de los alumnos; siempre se interesa por nosotros; ¡si le faltan güevorios, maestro, nosotros se los prestamos!

En plática privada con los tres finalistas, cada uno llegó a una conclusión contundente y seria: ¡si yo soy director, tú serás mi subdirector!

No había más que decir; aquello fue un pacto en el que yo confié pues se trataba de gente a la que apreciaba y de la que sentía desprenderse una particular estimación para mi persona. Quien más ganó mi confianza fue mi estimado amigo y compañero Castuela. Yo lo admiraba porque teníamos un cariño especial por la medicina preventiva y los trabajos realizados en las zonas más necesitadas del país, a los que yo me dedicaba en todo momento, a pesar de mi formación como patólogo. Herlindo, fue quien más énfasis puso en su compromiso. Sus palabras aún me retumban en mis tímpanos: ¡si yo soy director, tú serás mi subdirector!

Sigue…

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SILVIO MALDONADO BATUISTA

Silvio Maldonado Bautista. Dr. en Medicina por el IPN. Novelista. Director emérito del CIIDIR (Poner el nombre completo). Radica en Morelia, Michoacán.

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