El especialista dijo que la paz sólo se da si se construye un marco que permita a las partes en conflicto mantener intactas sus diferencias y también los posibles enfrentamientos políticos, pero mediante el uso de la palabra en lugar de las armas.
Por: Simone Varisco
(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma).- Un servicio previo a la mediación. «Mostrar interés, cercanía, escucha, para que el conflicto encuentre caminos de paz». Esta es la clave interpretativa de su papel sugerido por el Card. Matteo Maria Zuppi como enviado del Santo Padre para «aliviar las tensiones en el conflicto de Ucrania». El coordinador del equipo de mediadores del que también formó parte Zuppi en Mozambique a principios de los noventa, Mario Raffaelli, parece hacerse eco de él: «Cualquier acuerdo se hace factible y realista sólo cuando las partes implicadas consideran preferible perseguir sus intereses a través del diálogo que de la violencia».
Tras el nombramiento del Card. Zuppi, Arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, para ser el enviado del Pontífice para la guerra en Ucrania, el recuerdo se remontó casi 30 años atrás y al compromiso de un joven sacerdote, entonces vice párroco de Santa Maria in Trastevere, por la paz en Mozambique. Junto al P. Zuppi, otros fueron los mediadores en el difícil camino hacia la paz: un segundo representante de la Comunidad de Sant’Egidio, el fundador Andrea Riccardi, y por parte de la Iglesia mozambiqueña, el Arzobispo de Beira, Monseñor Jaime Pedro Gonçalves. Coordinaba el equipo de mediadores el representante del gobierno italiano, el Honorable Mario Raffaelli, miembro socialista de la Comisión de Asuntos Exteriores y varias veces Subsecretario de Asuntos Exteriores.
Fue una negociación difícil, porque las dos partes no se habían visto nunca y tenían una enorme desconfianza mutua», recuerda hoy Raffaelli. Otro escenario de confrontación, Mozambique, instrumentalizado por las potencias internacionales durante la Guerra Fría y el apartheid. Pero también teatro de un proceso de paz, por decirlo en el léxico de hoy, de más de dos años, que finalmente se ganó la hostilidad del gobierno mozambiqueño, liderado por el Frente de Liberación Mozambiqueño Frelimo (de orientación marxista-leninista, apoyado por la URSS), y la Resistencia Nacional Mozambiqueña Renamo (anticomunista, financiada y armada por Rodesia y Sudáfrica, con un papel desviado de Estados Unidos). La paz nunca puede ser el resultado de una buena prédica, sino de la construcción de un contexto» de diálogo. Fantasía mozambiqueña, jugaba Paolo Conte. Hoy también la necesitamos.
Hablo de ello con Mario Raffaelli, protagonista del proceso de paz de Mozambique y de los Acuerdos de Roma de 1992, y en años posteriores también activo en el frente de Nagorno-Karabaj, el polvorín caucásico entre Armenia y Azerbaiyán, y en el Cuerno de África.
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Pregunta: Señor Raffaelli, usted representó al gobierno italiano en las negociaciones que condujeron a los acuerdos de paz de 1992 entre el gobierno de Mozambique y la Resistência Nacional Moçambicana. ¿Qué recuerda de aquellos días?
Respuesta: Como representante del gobierno italiano fui el coordinador del equipo de mediadores -formado por mí, Don Matteo Zuppi, Mons. Jaime Gonçalves y Andrea Riccardi- en un proceso que duró dos años y cuatro meses. Durante el proceso se abordaron todos los nudos de una negociación difícil, porque las dos partes no se habían visto nunca y se tenían una enorme desconfianza. Hubo que crear un marco jurídico, paso a paso, y establecer todas las salvaguardias internas e internacionales necesarias para pasar de la guerra a la paz. En efecto, la paz nunca puede ser el resultado de una buena prédica, sino de la construcción de un marco que permita a las partes en conflicto mantener intactas sus diferencias y también los posibles enfrentamientos políticos, pero mediante el uso de la palabra en lugar de las armas. Por eso acordamos la ley de partidos, el sistema electoral, la disciplina de la campaña electoral, los pasos para el desarme, el control policial y las garantías para la administración del Estado en las zonas bajo control guerrillero.
Sobre todo, se acordó crear una comisión internacional presidida por la ONU, con presencia de los países más importantes y de los dos partidos, con la misión de vigilar la correcta aplicación de los acuerdos en el periodo intermedio -dos años- entre su firma y la convocatoria de elecciones. Tras el éxito de las negociaciones, el gobierno italiano convocó una Conferencia de Donantes para financiar el proceso de paz y aportó el contingente militar para vigilar el cumplimiento del alto el fuego. Fue, por tanto, una experiencia grandiosa e inolvidable también en términos humanos. Una experiencia que, entre otras cosas, creó lazos especiales e indisolubles no sólo entre los protagonistas directos de las negociaciones, sino también entre los dos países.
Pregunta: ¿Cuál era la situación en Mozambique antes de los acuerdos de 1992?
Respuesta: Mozambique alcanzó la independencia en 1975 y ya un año después comenzaron las primeras acciones guerrilleras de Renamo, un movimiento que surgió originalmente con el apoyo de la inteligencia de Rodesia en represalia por la hospitalidad y el apoyo de Mozambique a Mugabe y su movimiento de liberación. Tras el nacimiento de Zimbabue en 1980, Renamo fue «adoptada» por la Sudáfrica del apartheid y, con ello, su capacidad militar creció rápidamente. Por ello, y aprovechando los errores cometidos por el Frelimo (como la «aldeanización» forzosa de los campesinos, la lucha indiscriminada contra los poderes tradicionales en el campo y los poderes religiosos), las diferencias étnicas y las dificultades económicas, la desestabilización de la Renamo se fue haciendo operativa en todo el país. Hasta el punto de que, a mediados de los años ochenta, el gobierno sólo controlaba por completo la capital nacional y las ciudades más importantes. Este contexto de guerra de guerrillas endémica –con ataques a escuelas, puestos de salud, infraestructuras energéticas y viarias, y convoyes protegidos por los militares para recorrer el país– causó más de un millón de víctimas en los 16 años de guerra civil, sobre todo por hambre y sequía, y más de 4 millones de refugiados.
Pregunta: Tras el nombramiento del Card. Zuppi como enviado del Papa a Kiev y Moscú, se evocó inmediatamente su papel en la pacificación de Mozambique. ¿Encuentra similitudes con la situación ucraniana?
Respuesta: Son contextos completamente diferentes. En Mozambique se trataba de una guerra civil –también apoyada desde el exterior– y no entre dos grandes países, uno de los cuales es incluso una potencia nuclear. Además, la mediación «original» –el secretario de la ONU, Boutros-Ghali, habló de una «fórmula italiana», es decir, una sinergia entre instituciones formales (el gobierno italiano) y elementos de la sociedad civil (Sant’Egidio y la Iglesia mozambiqueña, a través del Arzobispo de Beira)– contó con el apoyo de toda la comunidad europea, incluido el entonces recién entrado Portugal, y de Estados Unidos, hasta el punto de que nos reuníamos regularmente con el subsecretario de Estado para África, Herman Choen. Había, pues, un apoyo unido de la comunidad internacional (incluso la Sudáfrica del nuevo presidente De Klerk colaboró y la URSS se derrumbó en 1991), condición, ésta, que en toda negociación es un elemento decisivo.
Pregunta: ¿Qué perspectivas de acuerdo, si no de paz, cree que son posibles entre Moscú y Kiev? Tanto una retirada incondicional de las tropas rusas como la pérdida de la integridad territorial ucraniana parecen, al menos por el momento, hipótesis poco realistas.
Respuesta: Cualquier acuerdo sólo será viable y realista cuando las partes implicadas consideren preferible perseguir sus intereses a través del diálogo y no de la violencia. Para ello, no debe existir un desequilibrio excesivo en la balanza de poder –que justifique incluso el apoyo militar a la Ucrania agraviada– y, en este caso, es imprescindible que el agresor en particular esté convencido de ello. Esto es particularmente difícil en el caso de una dictadura como la de Putin que, al no tener que responder ante la opinión pública interna, espera «cansar» a los países democráticos, que en cambio no pueden ignorar la voluntad de sus ciudadanos. Por eso hay que mantener la presión política, diplomática y militar sobre Rusia hasta que se abra una ventana de oportunidad.
Una hipótesis inicial racional, desde el punto de vista político y diplomático, sería un alto el fuego que implicara la retirada de las tropas rusas tras las líneas el 24 de febrero de 2022, la interposición de observadores internacionales y el inicio de negociaciones sobre el estatus final del Donbass y Crimea. Negociaciones que podrían durar incluso años –la negociación para el acuerdo y la aplicación del «Paquete» para el pequeño Tirol del Sur duró 20 años–, pero en una situación pacífica. Desgraciadamente, hoy Putin –más Zelensky– no lo aceptaría, pero sólo una hipótesis así puede llegar a ser realista tarde o temprano. Por el contrario, proponer un alto el fuego sin la retirada de los militares rusos es erróneo y también éticamente cuestionable, porque significaría considerar legítima la ocupación por la fuerza de los territorios de un país soberano y democrático. Tal escenario podría ser el resultado de un prolongado estancamiento militar al estilo coreano. Pero mucho más inestable y peligroso.
Pregunta: Entre los muchos mediadores sobre el terreno, ¿hay alguno que considere más eficaz?
Respuesta: El más eficaz sería sin duda China, dada la enorme influencia que tiene ahora sobre Rusia. Esto nos protegería de una escalada incontrolada, incluido el riesgo nuclear, porque el crecimiento económico de China depende de un mundo en el que no se interrumpan las rutas comerciales. China, sin embargo, está interesada en mantener a Occidente –Estados Unidos, en particular– implicado en la crisis ucraniana para tener una mano más libre en áreas de mayor interés. Para implicarla de forma más productiva tendría que haber más incentivos y, en esto, Europa podría desempeñar un papel.
Pregunta: ¿Hay alguna imagen que nunca olvidará de la guerra de Mozambique?
Respuesta: La masacre de Homoine, en la que fueron masacrados 424 civiles. Y luego la multitud que se agolpó en las calles de Maputo al conocerse la noticia de la firma de los acuerdos. Con una alegría sobria y contenida. Porque después de 16 años de sufrimiento, la paz seguía pareciendo imposible.
Pregunta: ¿Y la de Ucrania?
Respuesta: En diciembre de 2022 pasé una semana entre Lviv y Kiev. En la capital hay un cementerio, extramuros del principal, dedicado a los jóvenes que regresaron voluntariamente del extranjero para luchar en defensa de su país. Todavía tengo en la retina las hileras de esas tumbas, cada una con una foto y una historia.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.