Discurso del Papa a la Comisión Internacional de diálogo entre la Iglesia católica y los Disciples of Christ.
(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- Momentos antes de la audiencia general del Papa en la Plaza de San Pedro, Francisco recibió en audiencia en una de las aulas contiguas del Aula Pablo a la Comisión Internacional de diálogo entre la Iglesia católica y los Disciples of Christ. Ofrecemos a continuación la traducción al español del discurso del Papa:
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Queridos hermanos y hermanas, ¡bienvenidos!
«¡Gracia y paz en abundancia» (1 Pe 1,2)! Os doy la bienvenida con las palabras que el apóstol Pedro, en tiempos difíciles para el Evangelio, dirigió a los fieles esparcidos por el mundo. También nosotros, en estos tiempos nada fáciles para la fe, estamos unidos en la misma confianza que el Apóstol quiso transmitir: la de poner nuestra esperanza en el Dios de la consolación, en cuanto que hemos sido -escribió- «elegidos según el designio establecido por Dios Padre, por medio del Espíritu que santifica, para obedecer a Jesucristo» (1 Pe 1, 1-2). En la fe de la Trinidad, que es comunión y que nos exhorta a la comunión, os saludo fraternalmente, agradecido por las palabras que me ha dirigido el reverendo Paul Tché en nombre de toda la Comisión. Me complace saber que, reafirmando el objetivo de la plena unidad visible que os caracteriza desde 1977, en esta sexta fase de vuestros trabajos os dedicáis a explorar «el ministerio del Espíritu».
Como bien afirmabais en un documento anterior, «el Espíritu Santo no sólo da a la Iglesia la memoria que le permite permanecer en la Tradición apostólica, sino que también está presente en la Iglesia, guiando a los cristianos y a toda la comunidad de los bautizados a profundizar en el misterio de Cristo» (La Iglesia como comunión en Cristo, 39). El Espíritu es, pues, memoria y guía.
Memoria
Él, nos dijo Jesús, «os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). Cuando nos acercamos a las Escrituras inspiradas por el Espíritu en oración y con el corazón abierto, permitimos que Él hable y actúe en nosotros. Entonces, su memoria bienhechora nos recuerda lo que es importante en la vida y nos recuerda que «nada hay imposible para Dios» (Lc 1,37); nos invita cada día a «nacer de nuevo de lo alto» (cf. Jn 3,1-21) y nos impulsa a amar a nuestros hermanos.
Guía
Pero el Espíritu Santo, además de ser memoria viva, es guía. Como afirma el Concilio Vaticano II, «con la fuerza del Evangelio, hace rejuvenecer a la Iglesia; la renueva continuamente y la conduce a la unión perfecta con su Esposo; la impulsa a cooperar para que el designio de Dios se cumpla en la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13); la unifica en la comunión y en el ministerio; la provee y la dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, y la embellece con sus frutos» (Lumen gentium, 4). El Espíritu Santo, en definitiva, mantiene joven a la comunidad cristiana. En Él, que es el verdadero protagonista de la misión -no lo olvidemos: el verdadero protagonista de la misión es el Espíritu Santo-, tenemos la alegría de proclamar a Jesús Señor y Salvador, y encontramos la fuerza para ir adelante en la alabanza de su nombre, glorificándolo y engrandeciéndolo. De este modo, el Espíritu Santo preserva nuestro espíritu de las tentaciones de la tristeza y de la autorreferencialidad; de hecho, «la mundanidad asfixiante que nos rodea se cura saboreando el aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de permanecer centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 97).
Queridos hermanos y hermanas, una mirada de fe sabe reconocer, en la vida y en la realidad, la presencia y la siembra del Espíritu Santo, sabe ver su obra incluso más allá de los confines de nuestras comunidades. Si somos dóciles a Él, sabrá armonizar incluso lo que nos parece difícil de conciliar, porque Él es armonía en sí mismo. El Espíritu es armonía: no lo olvidemos. Él permite «divisiones»: pensemos en la mañana de Pentecostés, cuando hubo una gran «división» de carismas diferentes… Pero luego hizo la armonía, que no es «una negociación de equilibrios», no: la armonía va más allá. Y éste es el camino del Espíritu. Por eso necesitamos siempre partir y recomenzar desde el Espíritu, memoria y guía que abre caminos nuevos e impensados, allí donde creíamos que los caminos estaban precluidos o vedados. Por eso, no tengamos miedo de recorrer los caminos de concordia que el Espíritu nos indica: no los de la mundanidad espiritual, que quiere adaptarnos a las necesidades y modas de los tiempos, sino los caminos de la comunión y de la misión. ¡Qué hermoso es ser hoy, como en tiempo de los Apóstoles, «los portadores del Evangelio por el Espíritu Santo, enviado del cielo» (cf. 1 Pe 1, 12)!
En el camino de la comunión eclesial, pero también en el diálogo con otras Iglesias y comunidades cristianas, hay una cosa que siempre me ha hecho pensar: lo que el Patriarca Atenágoras dijo, un poco en broma, a Pablo VI: enviemos a todos los teólogos a una isla y caminaremos juntos. La unidad de los cristianos se consigue caminando juntos. Los teólogos son necesarios, ciertamente: que estudien, que hablen, que discutan; pero, mientras tanto, caminemos, rezando juntos y con obras de caridad. Para mí, éste es el camino que no defrauda.
Os doy las gracias por los pasos adelante que estáis dando, bajo la guía del Espíritu, y os deseo que sigáis con valentía vuestro camino. Por esta intención, os invito a rezar juntos con las palabras del Señor: Padre nuestro…
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT