Imágenes educativas para gestión resiliente en tiempos de crisis económica y pandemia

José Manuel Fajardo Salinas
Honduras

Al recibir la invitación para escribir sobre el tema de la resiliencia en clave educativa, providencialmente tuve el gusto de ver una película del cine italiano (La strada, 1954) correspondiente a una corriente llamada neorrealismo, donde los directores cinematográficos enlazan conjuntos fotográficos que, como una especie de cápsula del tiempo, llevan al espectador a sentirse en medio de los escenarios. Gracias a la visualización de esta película, me di cuenta de que para poder sugerir alguna pista educativa que fuese adecuada, en especial a los jóvenes y al mundo latinoamericano en tiempos de precariedad económica y pandemia, debía acudir al recurso pedagógico de la imagen, ya que por su peso simbólico (del griego σύμβολον, symbolon, concepto compuesto por sim que se entiende como “unir”, y ballein, que es “lanzar”, y que da por significado “lanzar para reunir o volver a unir”), la imagen es capaz de juntar en un solo golpe o lanzamiento una variedad de significados, de modo que cada quien puede descubrir en las imágenes o figuras que propondré, sus propios motivos para mantenerse en pie y seguir adelante (que es el sentido esencial de la resiliencia).

Entonces, teniendo claro que los recursos pedagógicos provistos desde el mundo educativo son amplísimos, pero que para esta redacción me limitaré al que nos brinda la imagen, lo primero que haré será describir de un modo sencillo un escenario de vida, que no por ser ficticio es menos real, sino que al estilo de las parábolas de Jesús, sirve para presentar a personajes con los cuales nos podemos identificar de manera natural, ya que por sus características, expresan lo que somos fundamentalmente: seres de carne y hueso, que desde nuestra naturaleza humana transitamos entre el bien y el mal de modo cotidiano.

Invito entonces al lector(a) que sigue estas letras, a dar una especie de salto imaginativo dentro de la situación que sufre (que es uno de los sentidos de la palabra resilencia, en cuanto implica tratar de mantenerse entera(o) luego de haber sufrido un momento o hecho traumático, y en lugar de apocarse o achicarse, la persona logra dar un brinco ante este infortunio y resulta renovada o reconstituida, inclusive en mejor estado respecto a su situación inicial; vista así, la resiliencia, no es tanto una cualidad, sino un proceso, donde muchos factores intervienen para que la desgracia no encierre absolutamente a quien la padece, sino que, el sujeto resiliente experimenta una transformación provocada precisamente por haber sido llevado a un límite humano duro de asimilar). Continuando con la invitación inicial de este párrafo, animo a quien lee para que se ubique en su propia incomodidad vital (provocada directamente o no por la actual crisis económica y pandemia), y a la luz de la historia que sigue, pueda establecer sus propias comparaciones, y descubrir, en el mejor de los casos, cómo este breve relato hace luz para su propio padecer, y cómo en cierto modo, puede reflejarlo de modo luminoso y educativo.

Nuestra historia ocurre en un país europeo, luego de una guerra mundial, donde una madre soltera y anciana, apurada por la estrechez económica y varias bocas que alimentar, acepta ceder por una cantidad significativa de dinero a la mayor de sus hijas, para que acompañe a un artista ambulante que, como única fortuna, cuenta con una motocicleta-casa, gracias a la cual transita por pueblos y poblados exhibiendo un sencillo espectáculo circense, con el cual se gana la vida gracias a las monedas que recoge del público al final de cada función. El artista viste de sombrero y traje de circo a la chica, y le enseña a tocar el tambor, a fin de que le anuncie previo a cada presentación.

Todo esto no sería mayor problema, si no fuera por el tipo de relación que establece el artista hacia la chica, ya que la maltrata y la agrede de modo continuo. Ella se siente tan poco valorada, que en determinado momento huye y lo abandona. Al poco tiempo, ella es encontrada y castigada, viéndose obligada a retornar junto a su compañero de caminos.

En medio de una situación tan deprimente, y sin mayores salidas, acontece algo interesante: la pareja toma contacto con un grupo de circo y se asocian para que ambos sean incluidos en el espectáculo. Este momento brinda el espacio propicio para que tenga lugar un diálogo, que, a mi juicio, concentra lo más edificante de toda la trama: una noche, en medio del patio donde están colocadas todas las utilerías y cajas del circo, un saltimbanqui, es decir, un personaje experto en hacer actos de equilibrio y rutinas en la cuerda floja, conversa con la chica y entendiendo lo crítico de su situación, le confiesa su propia filosofía de vida. De acuerdo con su modo de ver, en la realidad todo lo que existe tiene un lugar y un sentido; y, recogiendo del suelo una pequeña piedra y entregándola a la chica, le explica que este objeto, en su reducido tamaño, debe tener un sentido para estar ahí. La chica recibe la piedra, y acariciándola y viéndola con cariño, presta atención al saltimbanqui que concluye su discurso diciendo que él no sabe cuál es el propósito de la existencia de esa piedra, pues si lo supiera sería Dios, pero de lo que está cierto, es que la presencia de dicha piedra en el conjunto del universo tiene un porqué.

En este punto, y retornando a la situación límite que cada uno ha pasado o está pasando en este momento, y que posee una configuración totalmente peculiar, seguramente una de las mayores ventajas que tiene escuchar la narración previa, es caer en la cuenta de lo limitadas que suelen ser nuestras propias miradas o expectativas ante las circunstancias que surcamos con mayor o menor dificultad. Hay tantas causas y efectos que se cruzan para que las cosas sean como son, y no sean de otra manera, que como lo afirma el saltimbanqui, solamente una sabiduría absoluta como la divina podría definir cómo todo se conecta para dar por resultado la realidad tal como es, y otorgar a cada circunstancia o drama particular, su justa medida en el conjunto de lo real. No sé hasta qué punto ésta conciencia de limitación ayudará o no a cada lector(a) para saber ver con mucho respeto y humildad su propia circunstancia o situación límite, lo cierto es que en la historia narrada, este encuentro de la chica con el saltimbanqui fue determinante, ya que le permitió a la joven descubrir, a pesar de los sufrimientos que siguió vivenciando, cómo estos momentos duros tenían un lugar propio e insustituible para sí misma, y, quizá, de un modo sumamente misterioso, en la vida de los demás.

Espero que esta sencilla, pero nutritiva imagen del infortunio de una chica imaginaria colocada en un escenario de posguerra, permita estimular una imaginación creativa para afrontar con apertura de horizontes las vicisitudes que cada uno pasa. Citando nuevamente a Jesús, es patente cómo él mismo recurrió educativamente a imágenes, como ejemplo las bienaventuranzas, pues ahí nos brinda un listado de figuras eternas que no pueden perecer, pues nos representan, así tenemos a “los pobres de espíritu”, a “los mansos”, a “los que lloran”, etc. Y, a la vez, Jesús ofrece en el mismo discurso el resultado que espera a quien da el salto de resiliencia del que hablé antes: ser poseedores del Reino de los cielos, ser herederos de la tierra, ser consolados, ser saciados de justicia, etc.

Más allá de la pluralidad de situaciones de no dignificación humana escalonadas en las bienaventuranzas, y de la contraparte, que recupera esa dignidad de modo superabundante, quizá lo más sobresaliente de estas imágenes, es que dejan adivinar a cualquiera que viva una problemática complicada, que cuenta dentro de sí misma(o) con una fuerza que le posibilitará revisar su circunstancia vital y efectuar el salto o brinco que le permitirá, si no resolver todos los misterios de su propia limitación o infelicidad, sí lograr la convicción de que la lógica de la negatividad no es lo definitivo. Es decir, mirado desde Dios, no hay situación humana que carezca de sentido y significado. Vislumbrar la propia ruta para fomentar esta visión, es quizá la mejor gestión de la resiliencia con la cual cada uno puede auto educarse en clave de compasión.

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