Con el ferviente deseo de celebrar el siglo
La pastoral social vista y analizada desde el compromiso sacerdotal con una sociedad cambiante, requiere de matices que amortigüen la responsabilidad individual, lo que ha traído consecuencias poco agradables en el entorno social en que se maneja dicha pastoral social.
Más aún, cuando la, o las labores sociales a que se dedica el sacerdote chocan con las conductas más conservadoras de algunos fieles a quienes conocemos como ratas de sacristía; o los señalamos con un lenguaje más llano al considerarlos “más papistas que el Papa”.
El interés sobre la personalidad de Alfonso Sahagún la descubro en una trinidad de pastoral social, pues se consagró en una práctica definida por compromisos específicos ante una sociedad que, según él, requiere de medios de comunicación confiables; de movimientos mutualistas que apoyen la economía familiar y, finalmente, de un sistema educativo que practique una formación integral.
Quizá sin proponérselo, por los años finales de los setentas y en los ochenta del siglo pasado, Alfonso Sahagún, encaminó su pastoral social en los tres órdenes que ya mencioné anteriormente hacia una corriente social cristiana, la cual promovía la justicia social y de la solidaridad mutualista, como un nivel superior de cooperativismo.
Alfonso Sahagún de la Parra nació en Cotija de la Paz, Michoacán, el 3 de junio de 1925, por lo que acaba de cumplir 98 años de edad. Su familia, numerosa como las de antaño, 11 hermanos, él es el octavo; de los hombres, tres fueron médicos y cuatro sacerdotes.
Inició sus estudios primarios en su tierra natal y en su hogar bajo la dirección del profesor Ignacio Carranza, un teólogo que posteriormente se hizo dentista; terminada su instrucción primaria ingresó al seminario diocesano de Zamora, el 16 de diciembre de 1938 y al terminar filosofía emigró a Montezuma en 1944. Terminó sus estudios sacerdotales el 18 de julio de 1948. De sus profesores recuerda con aprecio al jesuita Daniel Olmedo, quien a la postre escribiría una Historia Universal de la Iglesia.
Al regresar a su diócesis y bajo la tutela de don Ramiro Vargas Cacho, quien era canónigo, fue nombrado Vicario de la Parroquia de la Inmaculada Concepción, donde ejerció el sacerdocio de 1948 a 1955.
Con el ímpetu propio de la juventud inició la búsqueda de una pastoral que apoyara a la comunidad en la que habitaba, por lo que se vio inmerso en una serie de proyectos que involucraban a una sociedad, casi en su totalidad, católica.
Así en 1952, nació Guía, semanario que se convertiría de los años setentas, hasta su cierre como medio impreso, en uno de los periódicos de mayor influencia en el Estado de Michoacán; era tal semanario, por decir lo menos, uno de los medios impresos que marcaban la agenda política de Michoacán.
Pues bien, este importante medio de comunicación, nació como una simple y llana publicación parroquial, en tamaño media carta y con pretensiones exclusivas de normar la conducta de los buenos cristianos de la ciudad. Sin embargo, en 1955, año en que se le nombra encargado de la Iglesia de San José, la que se encontraba en manos del padre Ernesto Bravo para su reconstrucción, inicia la pastoral eclesiástica del padre Sahagún.
La reconstrucción de la Iglesia estaba en condiciones deplorables por lo que, Alfonso Sahagún tuvo que derribar casi en su totalidad lo reconstruido. En aquel tiempo no existía la desacralización de la iglesia, como hoy en día, sino que la participación de los vecinos de la nueva iglesia era en plena comunión con el pastor nominado.
Así fue como conocí a Don Alfonso, realizando pequeñas kermeses dominicales, en las que se vendían enchiladas, tacos, garbanzas, elotes y otros antojitos mexicanos y cuyas ganancias se utilizaban en la construcción de la Iglesia de San José Obrero. Pero lo que más me llamaba la atención –quizá por la edad- eran las diapositivas que nos proyectaba en la parte atrial norte de la actual iglesia: El Partenón, el Coliseo romano e infinidad de tomas fotográficas que me producían la utopía de conocer aquellas maravillas.
Y después, por los azares del destino y por quiebra del negocio familiar, por unos meses fui alumno de la recién fundada escuela Primero de Mayo, también instituida por él, institución educativa que creció rápidamente y se posicionó como una de las escuelas de mejor nivel académico en la ciudad.
Esta es la segunda pastoral social realizada por Alfonso Sahagún de la Parra y a instancias del Obispo José G, Anaya, quien le había ofrecido la vieja casona donde se asienta la actual escuela “Fray Jacobo Daciano”, a las salesianas del Colegio Auxilio, pero el espacio no les satisfizo, por lo que Alfonso Sahagún tuvo que aventurarse a la creación y consolidación de la institución educativa, contando con el apoyo del Obispo auxiliar José Salazar.
Para ello ya don Alfonso Sahagún había proyectado la creación de una Escuela de Artes y Oficios, en el atrio sur del templo de San José, con un proyecto que se publicó en el pequeño semanario Guía y del cual se pusieron los primeros cimientos. En este proyecto Don Alfonso contó con la colaboración de don Enrique González Esquivel.
Sí, en cambio, en la cochera de la casa para el capellán, construida por el propio Sahagún de la Parra, fundó la Caja Popular “Primero de Mayo”, una institución creada bajo las normas de la mutualidad católica, aquella que tuviera su auge en el papado de León XIII y expresada en la encíclica Rerum Novarum. Al poco tiempo de fundada ésta –ahora- floreciente institución de Ahorro y Crédito, Sahagún tuvo que viajar a Canadá para estudiar los principios y filosofía de las cajas populares y poner en práctica los conocimientos adquiridos para el buen desempeño de la institución crediticia y de ahorro. La que, por cierto, hoy en día, asociada con “Caja Popular Mexicana, es el cobijo de alrededor de 4 millones de socios con que cuenta, no sólo en nuestra ciudad, sino en 479 sucursales en 28 estados de la república mexicana.
Como decíamos líneas arriba, los adversarios surgieron por la triple pastoral social de don Alfonso. El contorno más socorrido fue sin duda por el medio de comunicación impreso que él fundó, llegando los opinólogos de la tragedia católica a editar un panfleto denominado “Marx en sotana”; otros más a cuestionar la propiedad donde se instalaron los talleres de Guía, a lo que Sahagún respondió puntualmente; todo ello aunado al crecimiento de la Caja Popular “Primero de Mayo”, hoy “Caja Popular Mexicana” que entre sus objetivos primarios planteaba la enseñanza del ahorro y el préstamo para el desarrollo de actividades productivas.
Más aún, el crecimiento de la institución educativa fundada por Sahagún de la Parra que logró la cobertura pedagógica desde el nivel pre-escolar, hasta el nivel profesional con la Universidad Primero de Mayo.
La dedicación y el esfuerzo de toda una vida pastoral al servicio de la comunidad en que ha desempeñado el sacerdocio. Pero todavía debo agregar que su labor no termina con lo mencionado anteriormente, sino que en plena madurez decidió otorgar al municipio en que nació, tres obras que darán de qué hablar en el futuro inmediato, donando a Cotija de la Paz una Casa de la Cultura, una Unidad Deportiva y un Asilo para ancianos.
Firme en su fe y creyente acérrimo de la sacralización de la iglesia católica, hoy desacralizada desde el interior de la misma iglesia y por una sociedad utilitarista, Alfonso está, como dijera el poeta nayarita “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;… Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!