En el año del señor de 1850, el día 3 de marzo, Lucas González de 28 años de edad es el primer personaje que fallece de cólera en nuestra ciudad.
Pronto se propaló la enfermedad entre el universo de seis mil habitantes de la pequeña ciudad y se convirtió en pocos días en una epidemia incontrolable que causó poco más de mil doscientas muertes en seis meses, de marzo a agosto de 1850.
De la gran cantidad de fallecimientos da fe Francisco Henríquez, cura de la parroquia de Zamora.
La epidemia se propagó desde el Ganges por lo que se conoció como “el viajero del Ganges” y en Michoacán causó graves consecuencias en 1833 y en 1850. Las medidas preventivas y curativas adoptadas en Michoacán en 1833 y 1850 contaron con la aprobación del Protomedicato y de la Facultad Médica, respectivamente.
En nuestra ciudad tomó relevancia la epidemia del tercer día de marzo a fines del mes de agosto de 1850, al grado tal de invocar –ante la impotencia de la medicina de aquel tiempo-, a la misericordia divina.
La tradición y las leyendas tejidas sobre el acontecimiento han sido narradas por el Lic. Arturo Rodríguez Zetina y por el gran cronista zamorano don Francisco García Urbizu.
Don Arturo Rodríguez Zetina en su libro: “Zamora, ensayo histórico y repertorio documental”, narra el suceso de la siguiente manera: “Frente a la impotencia humana, el hombre levanta sus ojos al cielo para solicitar piedad de quien todo lo puede. Así sucedió entonces…los zamoranos pidieron misericordia y ofrecieron desde ese día una sólida piedad y levantarle un templo al Santo o Santa que la Providencia les designara para interceder por ellos.
Inmediatamente procedieron a levantar un altar, en el atrio de San Francisco, según unos, y según otros frente a dicho templo, en la acera de la casa que entonces pertenecía al Sr. D. Rafael Porto, y actualmente a doña Josefa Verduzco viuda de García, en la ahora calle de Hidalgo número 25.
Frente a ese altar hicieron una rifa. Por suerte se sacó escrito el nombre de María Inmaculada, y de rodillas todos, la aclamaron como Patrona especial de la ciudad y ofrecieron alzarle un templo.
Personas serias afirman que según el relato de sus mayores, la rifa se repitió tres veces con el mismo resultado; pero lo más creíble es que nuestros padres, sin experimentar duda alguna, comprendieran que Nuestra Santísima Madre había querido interceder antes que nadie como mediadora de los zamoranos ante el Padre Celestial”.
En tanto don Francisco García Urbizu de forma novelesca nos narra en su libro “Historias y Leyendas Zamoranas”, el acontecimiento de la manera siguiente: “Era una mañana de invierno a los finales de enero, fría y transparente, con su límpido cielo teñido de azul cobalto. Por la Garita de Naranjos entraba un piquete de soldados procedentes de La Piedad. Al paso de los herrados caballos, se abrían los zaguanes y los postigos de las ventanas por donde se asomaban las mozas, y los chiquillos salían a curiosear: ¡Ahí viene la tropa, vengan a ver!…
…Y sí que había bola, poco antes de llegar al cuartel, cayó un soldado del caballo; se aglomeró la gente. Se revolcaba con fuertes convulsiones y empezó a echar espumarajos por la boca. Alguno dijo: eso parece el cólera. La noticia se propagó como de rayo, el cólera, es el cólera”.
Tradición, leyenda y fe se han conjugado para explicar un acontecimiento del que todavía hoy hablamos en nuestra ciudad.
La certeza es que la epidemia del cólera arrasó con un sexto de la población zamorana de aquel fatídico año de 1850.
Pie de foto: «Acta de defunción del primer fallecido por el cólera en Zamora en 1850»