P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Como lo ha afirmado San Juan Pablo II, en el N° 57 de su Exhortación Apostólica Familiaris consortio, la Eucaristía «es la fuente misma del matrimonio cristiano». Del mismo modo que un sacerdote que no celebra ni vive con fe la Eucaristía, pierde la fuerza y vitalidad de su vocación, es en la Eucaristía donde los esposos fortalecen su amor y su deseo de ser fieles a las promesas dadas en la celebración del sacramento del matrimonio. Cuando reciben juntos y con frecuencia al Señor en la comunión, marido y mujer pueden encontrar la fuerza para vivir plenamente su matrimonio y, poco a poco, dejar que Él los forme en lo más íntimo y en lo más secreto de ellos mismos pues Él es el Esposo por excelencia. Es triste y lamentable el modo como, con más frecuencia, las familias han dejado de participar en lo que tendría que ser el motor, el alimento espiritual de la lucha cotidiana por la fidelidad, la felicidad y la perseverancia en la autenticidad del amor.
Por desgracia, el domingo ha pasado de ser «pascua semanal» a «fin de semana» y, consiguientemente, la participación de los fieles a la misa dominical disminuye siempre más. Las parejas han decidido que les conviene trabajar los dos, y esto es bueno porque les da mayor paz y estabilidad económica, mas no lo es todo. Asumo, asimismo, todas las distintas dificultades a las que deben enfrentarse las familias de hoy: el cansancio de los traslados, sobre todo en las ciudades más grandes, las dificultades en los horarios laborales, la inseguridad y la violencia imperantes, etc. Todo esto es verdad. Sin embargo, se ha aprovechado para usarse como excusa y no participar en la Misa dominical. Tristemente, aun en las familias que se confiesan creyentes, se está olvidando la importancia de vivir profundamente y con fe la Eucaristía dominical. Siempre habrá pretextos, tal vez muchos de ellos válidos, pero si una familia, nacida por el sacramento, no alimenta su fe y su sentido de cuerpo en comunión, será muy difícil que pueda conservarse cristiana.
Hay quienes aprovechan el domingo para hacer sus compras, pasear y todo está muy bien, pero si no se disponen a escuchar al Señor, único principio y fundamento de toda vocación personal, se puede frustrar y desperdiciar el don del Espíritu Santo recibido; habrá más barreras, más ruidos, más obstáculos para acogerlo de nuevo y continuar caminando. La celebración de la Misa debe convertirse en el corazón vivo del domingo, día del Señor, y de toda fiesta, porque con ella Cristo resucitado se hace presente en medio de la familia y de toda asamblea cristiana reunida, para que todos los miembros de la familia puedan recibir su vida nueva, acoger el don de su Espíritu, escuchar su palabra, compartir su pan eucarístico y su amor fraterno. Es lamentable constatar que algunos padres no intentan inculcar a sus hijos el valor de la Eucaristía, pero sí les permiten llegar en la madrugada, sin verificar si han bebido alcohol en exceso, si han consumido alguna droga, si se han dejado llevar por malos consejos de malas amistades que, tarde o temprano, los destruirán.
El valor y el respeto al propio cuerpo y el hermoso significado de la castidad y la virginidad son considerados como pasados de moda o manifestación de una línea de pensamiento conservadora y/o tradicionalista. Pareciera que los padres tuvieran miedo a hablar de esto y dejan hacer a sus hijos, prácticamente, lo que les da la gana, sin ningún freno, sin ninguna orientación, sin moral alguna. Pero sí se lamentan cuando aludiendo a esa supuesta “libertad” y modernidad sin moral, toman decisiones que los harán infelices y harán daño a otros el resto de su vida. Algunos dicen que tampoco a los niños se les puede obligar, pero sí les obligan a tomar las medicinas cuando enferman. El cuerpo enfermo de los hijos sí les preocupa y les hace actuar, aun cuando no tengan la anuencia de los hijos; su alma enferma y en riesgo de muerte no les importa en lo más mínimo. El sacramento de la Eucaristía otorga a todos los miembros de la familia la posibilidad de participar del misterio pascual de Cristo, es decir, de ofrecerse como «sacrificios espirituales agradables a Dios» (1Pe 2,5). De este modo, la Eucaristía se convierte en el vértice y corazón de la nupcialidad porque los esposos pueden participar de la donación total de Cristo-Esposo a su Iglesia-Esposa. La Santa Misa es la fuente para vivir según la unión de amor que existe entre Cristo y la Iglesia y, por lo tanto, constituye el sacramento de la total unidad de amor de la familia. De los esposos entre sí, para fortalecer su amor y de los hijos para ayudarlos a encontrar la felicidad verdadera que no está hecha ni de sólo sexo, ni de apariencias, ni de dinero e imagen, ni de una libertad mal entendida.
Domingo 23 de julio de 2023.