A la par de la erosión de la democracia, crece la indolencia social donde autoritarismos y populismos ganan terreno.
Ciro Murayama
Desde 1995 se publica el Informe Latinobarómetro, un estudio sobre la percepción social de la democracia en los países de la región. Se acaba de dar a conocer el informe 2023, con el sugerente título “La recesión democrática de América Latina”.
El informe alerta que la democracia en el subcontinente lleva una década de deterioro continuo y sistemático, al grado de que hay naciones donde el autoritarismo está otra vez de vuelta, atropellando derechos y libertades.
Dice el Latinobarómetro 2023: “La gran diferencia con la ola de recesión democrática de los años sesenta del siglo XX es que no hay militares, esta vez todos los dictadores son primero civiles elegidos en comicios libres y competitivos, que luego se quedan en el poder cambiando las reglas y haciendo seudo elecciones para mantener la categoría de ‘democracia’. Ya no se usan armas ni militares, asumen la presidencia. Son electo-dictaduras civiles.” Eso ha ocurrido en el Perú de Fujimori, la Venezuela de Chávez y Maduro, la Nicaragua de Ortega y se perfila El Salvador de Bukele, de momento.
La erosión de la democracia va de la mano de la pérdida del apoyo social que recibe. Los datos son elocuentes. Menos de la mitad de los latinoamericanos (48 por ciento) respalda a la democracia, cuando en 2010 ese número casi alcanzaba a dos terceras partes (63 por ciento). A la par, crece la indolencia social donde autoritarismos y populismos ganan terreno: los latinoamericanos que se dicen indiferentes ante el tipo de régimen que los gobierna llega a 28 por ciento en 2023, el doble que en 1997. Y los que dicen que en ciertas circunstancias prefieren un gobierno autoritario a uno democrático son 17 por ciento.
En México, si bien 71 por ciento dice que la democracia es la mejor forma de gobierno, al indagar un poco más se constata una situación que puede ir de preocupante a crítica. Por ejemplo, si en 2020 el 43 por ciento de los mexicanos suscribía la frase “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”, esa afirmación sólo fue respaldada por el 35 por ciento tres años después. Y si en 2020 el 26 por ciento era indiferente a la disyuntiva entre democracia y autoritarismo, en 2023 lo es el 28 por ciento.
El dato más inquietante es el alza en la simpatía por eventuales gobiernos autoritarios. En América Latina, 17 por ciento se identificó con la afirmación: “en algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático”. En México es casi el doble, 33 por ciento. Una peligrosa adhesión que creció como espuma: en 2020 era 22 por ciento, un aumento relativo de 50 por ciento en apenas tres años. Somos, en América Latina, el país con más respaldo público a una deriva autoritaria.
El aprecio por la democracia refleja el grado de satisfacción social con la misma. En nuestro país, 37 de cada 100 dicen estar “muy” o “algo satisfechos” con la democracia, por 61 que señalan estar “poco” o “nada”.
El contraste con Uruguay, el país menos desigual en términos socioeconómicos de la región, es muy alto. En el país sudamericano el 59 por ciento está satisfecho con la democracia y 39 por ciento insatisfecho, con un saldo positivo de 20 por ciento.
Otro ángulo para documentar el pesimismo lo da la respuesta al planteamiento de “no me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas”. En América Latina el 54 por ciento se sumó a esa opinión; en México el 56 por ciento.
Otro guiño al populismo-autoritarismo puede verse en el apoyo que recibe la frase: “en caso de dificultades está bien que el presidente controle los medios de comunicación”. En América Latina 36 por ciento estaría de acuerdo; en México lo está el 48 por ciento, sólo detrás de El Salvador (61 por ciento).
El informe concluye que las democracias latinoamericanas han sido deficientes “en producir bienes políticos que demanda la población. Los principales bienes políticos son la igualdad ante la ley, la justicia, la dignidad, la justa distribución de la riqueza. La corrupción, los personalismos, el uso del poder para otras cosas que no son el bien común […] minan el avance de la producción de bienes políticos.”
Con las precisiones metodológicas que sea preciso hacer, los datos del Latinobarómetro 2023 son muy serios como para ignorarlos. En América Latina y en especial en México hay un tejido colectivo insatisfecho, descontento y ya proclive a alternativas políticas funestas. La persistencia de la desigualdad, la pobreza y la injusticia alimentan la desazón social y el riesgo autoritario. Por ello, la equidad debería colocarse como el punto central de cualquier agenda democrática sustantiva.
El autor es economista, profesor de la UNAM (El Financiero)