Bernardino Laredo
Laredo, Bernardino. ¿Sevilla?, 1482 – ¿Villaverde del Río (Sevilla)?, 1540. Médico, fraile franciscano (OFM), escritor místico.
Nació en el seno de una familia ilustre. Siendo aún muy joven, fue paje del conde de Gelves, Jorge Alberto de Portugal, oficio que suspendió para estudiar Latinidad en su ciudad natal, y posteriormente Artes en el colegio-universidad sevillana, recién fundada por el arcediano Rodrigo Fernández de Santaella, conocido vulgarmente por maese Rodrigo. Estudió además Medicina, en la misma Universidad, y obtuvo brillantemente los grados de licenciado y doctor en dicha Facultad, y parece que no satisfecho con eso, estudió también Teología y Sagrada Escritura, en las que logró, asimismo, los correspondientes títulos con idéntica brillantez. Su formación intelectual se completaba, al parecer, con el dominio de las lenguas latina, griega, hebrea, y quizá la arábiga.
En 1510, al cumplir los veintiocho años de edad, abandonó su brillante porvenir e ingresó en la Orden Franciscana en el convento de San Francisco del Monte, sito en las montañas de Sierra Morena (Villaverde del Río, Sevilla), en la entonces custodia y poco después (1517) provincia franciscana de Los Ángeles, pero, a pesar de su gran formación intelectual, lo ilustre de su familia y su juventud, no quiso ingresar en la Orden Franciscana como sacerdote, sino en calidad de hermano lego, y como tal hizo su profesión al finalizar su noviciado en 1511.
Allí, en el convento de San Francisco del Monte, vivió habitualmente fray Bernardino durante los treinta años restantes de su vida, a petición propia y por concesión de sus superiores respectivos, desempeñando con admirable celo y caridad el oficio de enfermero, que le encomendaran esos mismos superiores, pero a la vez atendiendo, no sólo a los enfermos de aquel convento, sino a los del resto de los conventos de su provincia franciscana, y frecuentemente a seglares; al propio tiempo ejercía como boticario, confeccionando las medicinas a base de hierbas, etc., habida cuenta de sus conocimientos médicos, como se hacía de ordinario en aquel entonces. Pero a pesar de lo apartado y el no fácil acceso al convento de su morada habitual, a lo que se sumaban sus deseos de soledad y recogimiento, fray Bernardino no pudo sustraerse a los efectos de su fama y habilidades, no sólo como médico de los cuerpos, sino también y muy especialmente como médico y maestro espiritual, al que encomendaban sus problemas y necesidades, personas de todas las clases sociales, tanto más que venía aureolado con un halo de santidad y hasta de taumaturgia.
A él acudían muchas personas humildes, pero también las más ilustres de la sociedad española y portuguesa, con los miembros de las respectivas familias reales a la cabeza. Se distinguió, entre todos, Juan III de Portugal, al que Laredo curó de una grave enfermedad, por lo que el soberano luso recurría al fraile franciscano cuando se sentía afectado de cualquier dolencia. Como agradecimiento por esos servicios Juan donaba a fray Bernardino cada año una cantidad de azúcar, canela, especias y otras materias importadas de la India, para la confección de sus medicinas y para atenciones a sus enfermos. Este trato frecuente con los miembros de las familias reales por las más diversas razones llegó a crear con el fraile franciscano una auténtica familiaridad, que fue además la ocasión de que el fraile fundara una devoción popular muy extendida, llamada Corona de Cristo, consistente en hacer celebrar treinta y tres misas en sufragio de las almas del purgatorio en memoria de los treinta y tres años de la vida de Cristo.
Esta gran atracción que sentían las gentes hacia la persona de fray Bernardino era consecuencia, sobre todo, de su intensa vida interior, que irradiaba espontáneamente bondad y que viene reflejada de un modo o de otro en sus escritos, pues fray Bernardino no era sólo un venerable y santo religioso, que con la magia de su bondad y su fama de taumaturgo atraía a las personas de todas las clases sociales, sino un gran escritor, aunque no muy prolífico, pues sólo escribía compelido por la obediencia, y como tal quiso comunicar su ciencia médica y sus experiencias místicas para bien de sus hermanos, escribiendo varias obras.
Así, se sabe por el cronista de su provincia que escribió algunos tratados sobre la regla de la Orden Franciscana; uno más contra el uso del vino, más bien contra el abuso; y además “dejó escritos muchos cartapacios, tocantes a éxtasis y arrobos”, tratados posiblemente manuscritos, que con toda probabilidad se han perdido.
Pero escribió y publicó además un libro titulado Metáfora (una especie de manual un tanto elemental para uso interno de las enfermerías de los conventos, que tuvo dos ediciones en Sevilla en 1522 y 1536) y otro titulado Modus Faciendi, dedicado al arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique; un verdadero tratado casi completo para preparar cada una de las medicinas, indicando además sus aplicaciones o propiedades curativas y el modo de administrarlas en cada circunstancia, ambos tratados fueron “muy importantes para medicina” en aquel entonces, hasta el punto de tener cuatro ediciones en doce años. A ellas hay que añadir la Subida del Monte Sión, única obra de carácter espiritual, que ha llegado hoy en día, escrita, por mandato de sus superiores, la que le ha dado justa fama como escritor místico, colocándolo entre los primeros, y cuyo influjo se adivina ya fácilmente en los escritos de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, entre otros escritores místicos. De esta obra se hicieron seis ediciones hasta 1617.
Dicha obra va articulada en tres principales apartados (conocimiento de sí mismo, meditación de la pasión, y transformación en Dios), comunes a los escritores del tema, pero que Laredo va desarrollando cada uno de modo muy original y atractivo, lo que le valió la fama y el aplauso de sus contemporáneos. Sin embargo, esta fama palideció o se eclipsó a partir del siglo xvii, restableciéndose su interés en el siglo xx, merced a los excelentes y profundos estudios llevados a cabo fuera de estas fronteras, que alentaron a los de casa a retomar también el estudio de los escritos del fraile andaluz.
Al final de la Subida pone Laredo en todas las ediciones su tratadito Josefina o Misterios de San José, cuyo contenido no tiene relación alguna con el resto del libro, sino que se trata únicamente de un homenaje al santo de su devoción. Este tratado es a su vez, al parecer, la primera Josefina escrita en español, que también influyó, y no poco, no sólo literariamente, sino como devoción particular en santa Teresa de Jesús y los escritores posteriores, que abordaron ese tema.
Es de advertir que todas las obras publicadas por fray Bernardino en todas sus ediciones son anónimas, sin que por ello haya habido nunca la menor duda sobre su autoría; la primera vez que aparece una obra suya con el nombre de su autor en la portada es en la Subida, en la edición de Alcalá de Henares de 1617.
Obras de ~: Metaphora medicinae, Sevilla, Joannis Varele salmanticensis, 1522; Modus faciendi cum ordine medicandi, Sevilla, Jacobo Cromberger, 1527; Subida del Monte Sion, Sevilla, Oficina de Juan Cromberger, 1535 (Alcalá de Henares, Iuan Gracián, 1617).
Hermenegildo Zamora Jambrina, OFM