LA TÍA PAVIS
“Para encender sus recuerdos”
Todavía se mira a la anciana recorrer los amplios corredores de su casa de Tetelpan; lo hace lentamente, encorvada, con su caminar en escuadra, casi en ángulo recto, con la lentitud que le impusieron los años al penetrar con plomo sus huesos y articulaciones.
Los criticones y chismosos, que nunca faltan, dicen que su marido Don Juan era tan tacaño, tan estreñido, tan marro que un día, hace ya muchos años, la tía Pavis perdió un “tlaco”, y que el viejo la obligó a buscarlo, día y noche. Por ello, dice tal gente malintencionada, que la tía Pavis se encorvó y ya no pudo recobrar la vertical. Otros, sensibles, bohemios y románticos, dicen que quería tanto a su marido que se pasaba el día buscando palitos, ramas secas, leña, para encender el fogón y echarles sus tortillas como le gustaban al viejo: recién sacaditas del comal, apenas al tiempo de la inflada. Hay algo de esto; la tía Pavis lo platica:
“A mi señor siempre le gustaron las tortillas echadas a mano; de toda la comida, lo que más apreciaba eran las memelas o gordas, las tortillas recién hechas, infladas con el calor del fogón. Las desaparecía como si estuviera muerto de hambre: rápido, rápido, haciendo plato y cuchara con ellas. Era incapaz de agarrar cucharas y cuchillos; decía que todos esos fierros los habían inventado los ociosos pa darle mal sabor a lo quiuno come”.
La tía Pavis araña los noventa y cuatro; ella dice que nació entre humos, balas y cañonazos de la Revolución; que sólo por la gracia de Dios Santo se explica que esté viva. Y no se refiere a los males y dolencias que la llenan de achaques desde hace mucho; no, más bien dice que nacer entre humos y balas es peligroso, todo se afecta.
“Los Acebuches donde yo nací –continúa la tía Pavis- está cerquita de Tarimoro, en el corazón de Guanajuato; como quien dice, el centro del país. A pesar de ques Guanajuato, yo me considero michoacana porque todas mis ráices están allá.
“Los ires y venires de la quemaban una y otra vez el caserío; si eran los federales, quemaban, mataban y robaban pa sacar a los rebeldes; si eran los rebeldes, también hacían lo mismo pacabar a los . Total, era el cuento de nuncacabar, pero sí deacabar con todo, vacas, gallinas, puercos, cristianos y animalitos. Estuvo de Dios que mi santa madre haya podido con el peso de su carga: cuatro críos, mayorcitos que yo, y yo que estaba tiernita, apenas de brazos. Miapá la dejó muy pronto; quiso apagar una quemazón pa salvar unos animalitos; la bían prendido unos malvivientes; ái nomás quedó el pobre todo tatemado, hecho puro carbón, tanto que shizo polvo al quererlo recoger pa sepultarlo”.
La tía Pavis se casó en el treinta y cuatro, y entonces dejaron Los Acebuches para llegar a Tetelpan, en las faldeas del Ajusco. Hoy Tetelpan ya no es lo mismo de aquellos años; hoy, como toda la gran metrópoli, está superpoblado. No hay gran diferencia entre el resto de la ciudad y lo que era la provincia del Distrito Federal.
“En aquellos años –relata la tía Pavis- todo, las rancherías deacárriba, estaban solas solas; todoera darle duro a la trabajada de la tierra, con el sudor en todo el cuerpo, que marcaba los trabajos. Pero qué bonito erentonces, con sus lomeríos llenos, llenos de pinos, y claros, testecitos de magueyes. Por eso la gente del centro llegaba los fines de semana a comer barbacoa, tlacoyos, nopales, hongos y quesadillas; también a beber pulque, pero del bueno, no las porquerías que se bebían en los toreos y pulquerías. Tal vez por eso mi viejo seaficionóal trago, porquera muy dado a trabar amistades, con todos se llevaba muy bien. Pero, de todos modos, lo que más le seguía gustando eran las tortillas que yo lechaba mano yal estilo deantes. Había quihacer el nixcomel poniendo el máiz en agua y cal, pero cal viva, desa quehacía ruidito con lagua; había que tener cuidado pa que no se pasarael máiz, porquentós la masa seapelmazaba y no se dejaba tortear, comoesas masas modernas queaparte no saben a nada. En cuantito el grano soltabel pellejo, lueguito lueguito se quitaba de la lumbre y, ¡al metate! pa las tres molidas de costumbre: quebrada del máiz, repasada del martajao, y dejada, y ¡listo!: ahacer las tortillas como bien Dios manda. A mi viejo nunca le gustaron otras tortillas; ¡vive Dios que yo le biera dao Maseca!”
Da gusto platicar con la tía Pavis aunque esté viejita y cueste trabajo oírla. Parece que habla a zumbidos y le platica al suelo, por lo encorvada que está, aún la gente de Tetelpan se burla de su figura en escuadra; no deja de contar que sigue buscando el “tlaco perdido”. Otros dicen que no; que no busca esa moneda de cobre; que recoge ramas y palitos para tortearle a su viejo. Esto tampoco es cierto; aquellas tortillas que parecían papelito no salen más de las manos de la tía Pavis; su viejo ya hace mucho que murió; en eso la gente también se equivoca. Yo más bien pienso que la tía Pavis busca palitos, ramas secas y leña, ¡para encender sus recuerdos!