El trabajo no debe separar a la familia

P. Jaime Emilio González Magaña,

La oración es el modo privilegiado mediante el cual podemos establecer un diálogo personal y sincero con el Señor, Dios Eterno, para conocer cuál es su voluntad para nosotros. En eso, María, nuestra Madre, es ejemplo vivo de cómo llevar y mostrar Cristo al mundo y de ponerse al servicio del Reino de Dios y de la Iglesia, es decir, de realizar la misión particular de cada uno de nosotros según la vocación personal que hayamos elegido. En la familia, la oración es necesaria porque tiene una misión central y de suma importancia que es dar la vida a los hijos y mantenerlos unidos cuando todo favorece la división. La fecundidad matrimonial tiene su expresión bendita con los hijos pero, no debe limitarse a ellos, primero, porque ellos se van y, sobre todo, porque la pareja debe cuidar su relación personal que debe tener prioridad incluso ante los hijos. Cuando las parejas cristianas no entienden esto, se favorece un ambiente de distanciamiento, de falta de diálogo y respeto que llega al extremo de espaciar o, incluso, cancelar sus relaciones íntimas sin asumir que, más pronto que tarde, pueden ser motivos o excusas para buscar una separación o la búsqueda de personas sin moral que estén dispuestas a todo, sin importar que un matrimonio se rompa.

Una de las grandes misiones de la iglesia doméstica es la de «ser un signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor también para los lejanos, para las familias que aún no creen y para las misma familias cristianas que no viven en coherencia con la fe recibida». (Cf. Familiaris Consortio, 54). En realidad, todos los miembros de la familia están llamados a cuidar los fundamentos más sólidos y auténticos y vivir siempre con la conciencia de la liberación traída por Cristo y desarrollar su vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente y puesta en evidencia en el modo de ser, actuar y vivir en la cotidianidad de sus opciones. Todos estamos llamados a recordar que toda familia tiene que ser presencia interpelante de una vida diferente allí donde esté, sin depender de lo que se practique comúnmente en nuestra sociedad para que brille la verdadera luz ante la gente y, viendo sus buenas obras, den gloria a Dios (cf. Mt 5,16).

Es de vital importancia recordar que «la evangelización, en el futuro, depende en gran parte de la Iglesia doméstica» (Familiaris Consortio, 65). Pero no podemos olvidar que la familia no puede evangelizar sin ser evangelizada, y para ello, es necesario que sea acompañada tanto a nivel espiritual como catequéticamente. El futuro de la Iglesia depende del hecho de que la familia asuma su misión de evangelizar de un modo propio e insustituible, primero, sin tener miedo a corregir a sus hijos cuando haya menester, de modo que no transijan en lo que tiene que ser llamado por su nombre, cuando se trata de pecado y de una vida que, quizás, pueda dar un placer pasajero pero de ninguna forma, asegura la estabilidad y la paz para sus hijos y para los esposos como pareja. La evangelización debe ir más allá de un adoctrinamiento o mero legalismo y debe situarse en la vida ordinaria, en la casa, en el trabajo, el día de las compras en el mercado, en las actividades de ocio, y, cuando sea posible, en algunas tareas en las que pueden convertirse en discípulos mensajeros y artesanos en la construcción del Reino de Dios en el ámbito familiar.

Las relaciones humanas en el trabajo hacen también posible la fundación y «el sostenimiento de la familia y también su estabilidad y su fecundidad» (Amoris laetitia, 24). Además, la familia es «la primera escuela interior de trabajo para todo hombre» (Carta Encíclica Laborem exercens, 10). y se debe poner al servicio de los vínculos más profundos que Dios ha querido para sus hijos, por esto, no debe existir una absolutización del trabajo ya que éste debe estar orientado al hombre, es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Los esposos no deben permitir que el trabajo sofoque su unión ni la identidad de la familia con la idea de que se quiere dar a los hijos las comodidades y bienes materiales que ellos no tuvieron. Sería mucho mejor no tener esos bienes y sí, vivir en un ambiente donde haya comunicación doméstica y profesional, diálogo, respeto y perdón. Esto debe estar presente en cada momento para hablar de cualquier tema y, así, discernirlo conjuntamente, antes de tomar una decisión de modo que haya común acuerdo entre marido y mujer a la hora de planificar el trabajo de ambos: a cada uno se le pide que procure que el otro pueda expresar mejor sus talentos, sus necesidades y sueños en la misión conjunta de formar su familia.

S. I. Domingo 27 de agosto de 2023.

Adquiere el libro

Un viaje a través de la historia del periódico Guía.

Colegio Fray Jacobo Daciano