López Obrador se complicó la vida al abrir un singular proceso sucesorio cuando vio el riesgo de la defección de Marcelo Ebrard.
Marcelo Ebrard hizo ayer un pronunciamiento que bien pudiera interpretarse como un ultimátum.
Denunció que se ha estado realizando un acarreo masivo a favor de Claudia Sheinbaum usando recursos de la Secretaría del Bienestar para decirle a la gente que el presidente López Obrador quiere que la candidata sea Sheinbaum.
Sin mencionarla, los señalamientos implican una acusación en contra de Ariadna Montiel, secretaria del Bienestar, pues estaría usando recursos públicos para apoyar a Sheinbaum, lo que está prohibido por la ley y por el convenio entre los aspirantes de Morena.
Ebrard exigió que se detenga esta práctica que dice haber denunciado reiteradamente ante la dirigencia nacional de Morena sin obtener respuesta.
El excanciller, sin embargo, no expresó qué medidas tomaría en el caso de que las prácticas que denunció no cesaran.
Como era de esperarse, la exjefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, rechazó ayer las acusaciones y señaló que ni hay tal cargada ni ha pagado encuestas para aparecer en primer lugar.
Una lectura posible ante estos hechos es que Marcelo esté preparando su retiro de la contienda o incluso de Morena.
Pero, incluso podría ir más allá y presentar denuncias ante las autoridades por el desvío de recursos públicos para favorecer a una candidata.
Para nadie es una sorpresa que exista la percepción de que hay dados cargados a favor de Claudia.
Desde el comienzo de este proceso en el mes de junio, mejor dicho, desde antes, se percibió un trato diferenciado, particularmente de gobernadores, hacia Sheinbaum, lo que generó una evidente asimetría que fue consolidando una ventaja para ella.
Aunque Ebrard hizo pronunciamientos públicos relativos a ese trato diferenciado, nunca fue con el tono enérgico y determinante empleado ayer.
En los medios políticos hay una discusión acerca de si Ebrard pudiese romper con Morena, sea antes de que termine el proceso o al finalizar éste, en caso de no resultar elegido.
No sabemos si Ebrard pensó realmente en que habría de existir un piso parejo en la competencia o, a sabiendas de que no lo habría, entró a la carrera con la esperanza de que podría remontar la desventaja con la que comenzó.
El dilema que hoy tiene Ebrard es algo que ha sucedido un sinnúmero de ocasiones en la historia, un dilema ‘estilo Hamlet’.
¿Se someterá a los dictados del soberano en aras de no perturbar a la cuarta transformación generando el riesgo de que una división interna pudiera conducirla a la pérdida del poder?
O bien, apelando a la justicia que piensa que le asiste, ¿emprenderá acciones para tratar de conseguir su objetivo incluso a pesar de que eso signifique un perjuicio para el movimiento que encabeza López Obrador?
Si Ebrard fuera un joven e impetuoso político, los allegados le podrían argumentar que esperara su tiempo.
Lo que hace compleja la posición de Ebrard es que ni es impetuoso ni es un jovencito, y además ya decidió una vez sacrificarse en aras del movimiento.
Quienes afirman de manera contundente que Ebrard se va a disciplinar porque ya lo hizo una vez o porque sabe que no puede enfrentarse a AMLO, ignoran la complejidad del cuadro.
Lo mismo que los que aseguran que viene pronto una ruptura en Morena. No es un hecho inevitable.
Estamos ante un escenario incierto en el que cada día va a contar.
López Obrador se complicó la vida al abrir un singular proceso sucesorio cuando vio el riesgo de la defección de Ebrard.
Veremos si ahora, en los pocos días que quedan antes de la decisión, encuentra alguna fórmula que le permita llevar a buen puerto un proceso que amenaza con desbordársele. (El Financiero)