La oración nutre, consuela y fortifica la familia

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Para mantenernos firmes en nuestro camino de conversión y fieles en nuestra vocación personal, es urgente que acudamos continuamente a las fuentes de nuestra espiritualidad por medio de la oración el silencio y la meditación. La oración debe ser escucha atenta y no puede reducirse a una simple actividad humana o técnica, ni alimentarse solamente de fórmulas, en donde pretendamos buscar la propia satisfacción cumpliendo aquello que está mandado. Tampoco, se debe convertir en una mera disciplina de concentración o relajación, como las que se proponen en el “new age” o algunas corrientes asiáticas, que, aunque coadyuven a eliminar las distracciones o favorecer un tipo de distensión, no ponen una atención orante al Señor que ama y quiere que lo escuchemos.  Es verdad que Dios se puede comunicar mediante fórmulas que uno puede recitar, mediante mociones interiores, a través de personas, acontecimientos y «signos de los tiempos», pero, sobre todo, desea hablarnos mediante su Palabra, la Sagrada Escritura.

Ésta es la verdadera «brújula» que puede acompañar y orientar a la familia por caminos seguros. Porque, como dice el número 4 del Decreto Apostolicam Actuositatem del Vaticano II: «Solamente con la luz de la fe y la meditación de su palabra divina puede uno conocer siempre y en todo lugar a Dios, “en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28), buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, sean familiares o extraños, y juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales en sí mismas y en consideración al fin del hombre». No olvidemos que, gracias al Concilio Vaticano II ⸺ como hemos recordado en el Decreto Apostolicam Actuositatem y, sobre todo, con la Constitución Dogmática Dei Verbum ⸺ se ha redescubierto y valorado la importancia de conocer y meditar la Sagrada Escritura para todo cristiano en la vivencia de su vocación personal.

La Biblia ha llegado a ser “el libro” que está al alcance de todos los fieles, en forma individual y comunitaria, hasta convertirse, también, en un rasgo importante de la espiritualidad matrimonial y familiar. De manera que «la escucha, la acogida y la práctica de la palabra de Dios constituye la sólida roca sobre la que se fundamenta la casa (cf Mt 7, 21-27)», nutre, consuela y fortifica a cada familia cristiana y revela a los esposos «la estupenda novedad —la Buena Nueva— de su vida conyugal y familiar, que Cristo ha hecho santa y santificadora» (Familiaris consortio n. 51). De esta manera, es urgente que se fomente la lectura familiar de la Biblia, para que, mediante su escucha y comunicación recíproca con la palabra de Dios, sus miembros aumenten la apertura recíproca, el diálogo, el perdón y la consciencia de la presencia del Espíritu Santo en sus vidas, hasta quedar «estrechamente unidos a Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 790).

Por esto, es bueno que padres e hijos juntos, con gradualidad y teniendo en cuenta la edad y las capacidades de cada uno, implementen alguna forma de meditación de la Palabra. Hay distintas formas para llevarlo a término. Entre los sacerdotes y religiosos y, cada día con mayor frecuencia, entre los laicos, es muy conocida la lectura de la Biblia, cada día del año, de manera sistemática según el método de la Lectio divina. Para las familias, en las que la mayoría no pueden permitirse un tiempo cada día para hacerlo, quizás sería mejor plantear un método de preparación y/o recuperación semanal del pasaje bíblico proclamado durante la misa dominical, para que no suceda que la misma tarde de domingo uno no se acuerde del Evangelio que fue proclamado durante la Santa Misa, sino que éste dé vida y fruto dentro de la familia. Es también necesario recordar que la oración convierte a la familia en un santuario mariano, por ello, una de las oraciones marianas tradicionales más socorridas, ha sido el Rosario, sobre todo por su fácil practica repetitiva.

 Es la familia unida la que, rezando el Rosario o cualquier otra devoción a María, cultiva una relación con la Virgen, pero es conveniente que todos favorezcamos que cada miembro crezca en su relación personal con Ella, ya que esta relación nunca será igual si la tiene el padre o la madre, el hijo o la hija, el abuelo o la abuela. Cada miembro de la familia cristiana se debe confiar a María. La piedad hacia Ella siempre es una ocasión de crecimiento en la gracia para transformar la iglesia doméstica en un santuario mariano, pues a ella también se le puede aplicar, análogamente, todo lo que se afirma de María en relación con la Iglesia universal. María, como toda la vida de la Sagrada Familia, debe ser el modelo que todos deseamos imitar. En ella, los distintos miembros pueden aprender la perfecta manera de imitar a Cristo, la totalidad oblativa del amor hasta suportar los sufrimientos, la escucha de la palabra de Dios, la esperanza y la preparación para la venida del Señor, la fidelidad ilimitada y el amor simultáneamente virginal, materno, esponsal, filial, íntimo y, también, fecundo con Dios.

Domingo 20 de agosto de 2023

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