Para poder adoctrinar adecuadamente a los niños, se destila el mazacote en libros de cientos de páginas, incluso para primero de primaria.
Conforme se acerca el inicio del año escolar, crece la preocupación por los nuevos libros de texto y, de manera más amplia, por lo que se ha dado en llamar la “Nueva Escuela Mexicana”. Diversos expertos han ya analizado los libros, pero tuvieron que hacerlo con los materiales ya impresos, y a punto de distribuirse. No hubo, como manda la ley, consultas con académicos e incluso con los mismos maestros.
Hasta donde sabemos, los libros fueron diseñados por un pequeño grupo de personas, incluyendo al responsable de material educativo, Marx Arriaga, y Sady Arturo Loaiza, su subdirector, quien desarrolló su carrera en el gobierno de Nicolás Maduro, en Venezuela, de donde Loaiza es originario. Es posible que algunos maestros de la CNTE, la facción sindical de la que proviene la secretaria de Educación, hayan participado también en ello.
La idea general consiste en reemplazar lo que estas personas llaman “educación neoliberal impuesta” por algo que denominan “educación humanista”. Desafortunadamente, en los documentos de la SEP esta idea no pasa de ser un mazacote construido con partes del discurso de López Obrador, tradiciones del Nacionalismo Revolucionario, e importación de fragmentos de diversas escuelas de pensamiento cuyo único punto de contacto es, precisamente, estar contra lo que llaman neoliberalismo.
El resultado es patético. En el afán de acabar con una orientación técnica, prácticamente se elimina el aprendizaje de matemáticas, que es reemplazado por algunos ejemplos malhechos (es ya famoso el caso de los mangos cuadrados). Para poder adoctrinar adecuadamente a los niños, se destila el mazacote en libros de cientos de páginas, incluso para primero de primaria, cuando se supone que niños y niñas aprenden a leer, algo imposible con ese material. Fueron desaparecidos los fragmentos de grandes escritores, que ya eran pocos.
Como parte de la lucha contra el neoliberalismo, las “autoridades educativas” consideran que es fundamental terminar con la hegemonía del conocimiento científico, que debe equipararse a otras formas de conocimiento, según ellos igualmente válidas. En el contexto de esta pedagogía del sur, se da más énfasis a esas otras formas que a lo único que nos ha permitido, como humanidad, entender y aprovechar nuestro entorno. Viendo la destrucción que este gobierno ha provocado en la comunidad científica, especialmente la señora Álvarez-Buylla, o la manera como se aniquiló el sector salud por parte de López-Gatell, esto no parece una simple ocurrencia.
Entre tantos afluentes con los que se construyó este río destructor, lo que ahora se llama “ideología woke” también aparece. Se incluyen temas difíciles de tratar, incluso entre adultos, para ser enseñados en primaria, y se adereza de “experimentos” la educación sexual, lo que seguramente provocará más bromas que aprendizaje entre adolescentes tempranos.
La coalición que está en el gobierno no tiene la legitimidad necesaria para una transformación de esta naturaleza. Ya ni siquiera cuentan con mayoría calificada en el Congreso, ni puede seguir López Obrador apelando a sus 30 millones de votos. Hay reglas que hay que cumplir, y que no se cumplieron en este proceso. Ya hay orden judicial de que se detenga la producción y distribución del material educativo, hasta en tanto no se cumpla con la consulta obligada a maestros, padres de familia, académicos y otros actores sociales.
Nuevamente, a López Obrador esto no le importa, y asegura que repartirán los libros. Seguramente a ello se comprometió con su esposa, que es quien acercó, hace tiempo, el chavismo al Presidente. Además, si ya López Obrador se niega a cumplir órdenes del Tribunal Electoral y ningunea a la Suprema Corte, con mayor razón lo hace frente a un Tribunal Administrativo.
Un delincuente con estas características debería poder ser removido de la Presidencia. No tenemos esa posibilidad, y habrá que soportarlo un año más. (El Financiero)