¿Por qué Jesús caminó sobre las aguas? La explicación del Papa Francisco

(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- Unas quince mil personas acompañaron al Papa en el rezo del Ángelus este domingo 13 de agosto en la Plaza de San Pedro. Tras la alocución y la oración mariana, Papa Francisco hizo mención del naufragio en el Mediterráneo en el que murieron migrantes. También recordó la fiesta de la Virgen María que tendría lugar en Camerún y, una vez más, al pueblo ucraniano que padece la guerra. Finalmente, Papa Francisco expresó su cercanía a las víctimas de los incendios que devastan una parte de Hawaii. A continuación el texto de la catequesis en lengua española:

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El Evangelio de hoy narra un prodigio particular de Jesús: Él, de noche, camina sobre las aguas del mar de Galilea para encontrarse con los discípulos que están haciendo la travesía en una barca (cf. Mt 14,22-33). Nos preguntamos: ¿por qué hizo esto Jesús? ¿Como espectáculo? No, pero ¿por qué? ¿Quizá por una necesidad urgente e imprevisible, para socorrer a los suyos que se encuentran varados por el viento en contra? No, porque fue Él quien lo planeó todo, quien les hizo partir al atardecer, incluso –dice el texto– «obligándoles» (cf. v. 22). ¿Quizá para darles una demostración de grandeza y poder? Pero Él no es así. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué quiso caminar sobre las aguas?

Detrás del caminar sobre las aguas hay un mensaje que no es inmediato, un mensaje que debemos captar. En aquella época, en efecto, las grandes extensiones de agua se consideraban la sede de fuerzas malignas que no podían ser dominadas por el hombre; sobre todo cuando estaban agitadas por la tempestad, los abismos eran símbolo del caos y recordaban las tinieblas de los infiernos. Ahora, los discípulos se encuentran en medio del lago, en la oscuridad: en ellos está el miedo a hundirse, a ser succionados por el mal. Y aquí llega Jesús, que camina sobre las aguas, es decir, por encima de las fuerzas del mal, camina por encima de las fuerzas del mal y dice a los suyos: «¡Tened valor, soy yo, no tengáis miedo!» (v. 27). Es todo un mensaje el que nos da Jesús. He aquí el sentido del signo: las fuerzas del mal, que nos asustan y que no somos capaces de dominar, se reducen inmediatamente de tamaño con Jesús. Él, caminando sobre las aguas, quiere decirnos: «No temáis, pongo a vuestros enemigos bajo vuestros pies» –hermoso mensaje: «pongo a vuestros enemigos bajo vuestros pies»–: ¡no las personas!, ésos no son los enemigos, sino la muerte, el pecado, el demonio: ésos son los enemigos de las personas, nuestros enemigos. Y Jesús pisotea a estos enemigos por nosotros.

Cristo nos repite hoy a cada uno de nosotros: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Ánimo, porque estoy aquí, porque ya no estáis solos en las aguas turbulentas de la vida. Entonces, ¿qué hacer cuando nos encontramos en alta mar y a merced de los vientos contrarios? ¿Qué hacer en el miedo, que es mar abierto, cuando sólo vemos oscuridad y nos sentimos perdidos? Debemos hacer dos cosas, que en el Evangelio hacen los discípulos. ¿Qué hacen los discípulos? Llaman y acogen a Jesús. En los peores momentos, en los más oscuros, en los más tormentosos, invocan a Jesús y acogen a Jesús.

Los discípulos invocan a Jesús: Pedro camina un poco sobre el agua hacia Jesús, pero luego se asusta, se hunde, y entonces grita: «¡Señor, sálvame!» (v. 30). Invoca a Jesús, llama a Jesús. Esta oración es hermosa, expresa la certeza de que el Señor puede salvarnos, de que vence nuestro mal y nuestros miedos. Os invito a repetirla ahora todos juntos: ¡Señor, sálvame! Juntos, tres veces: ¡Señor sálvame, Señor sálvame!

Y entonces los discípulos dan la bienvenida. Primero gritan, luego acogen a Jesús en la barca. El texto dice que, en cuanto subió a bordo, «cesó el viento» (v. 32). El Señor sabe que la barca de la vida, como la barca de la Iglesia, está amenazada por vientos contrarios y que el mar en el que navegamos es a menudo agitado. No nos libra de la fatiga de navegar, al contrario –el Evangelio lo subraya– exhorta a los suyos a zarpar: es decir, nos invita a afrontar las dificultades, para que también ellas se conviertan en lugares de salvación, porque Jesús las vence, se convierten en ocasiones de encuentro con Él. Él, de hecho, en nuestros momentos de oscuridad sale a nuestro encuentro, pidiendo ser acogido, como aquella noche en el lago.

Preguntémonos, pues: en mis miedos, en mis dificultades, ¿cómo me comporto? ¿Voy solo, con mis propias fuerzas, o invoco al Señor con confianza? ¿Y cómo es mi fe? ¿Creo que Cristo es más fuerte que las olas y los vientos adversos? Pero sobre todo: ¿navego con Él? ¿Le acojo, le hago sitio en la barca de mi vida –nunca solo, siempre con Jesús–, le confío el timón?

María, Madre de Jesús, Estrella del Mar, ayúdanos a buscar la luz de Jesús en las travesías oscuras.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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