Josep-Maria Terricabras
Girona, Cataluña
Últimamente algunos pretenden que las dudas sean señal de espíritu crítico. No saben que las dudas sólo tienen sentido a partir de algunas certezas. Por eso es bueno que, de vez en cuando, proclamemos nuestras certezas. Sólo así podremos tener dudas razonables. Certezas tenemos muchas, a menudo muy sólidas. Ahora voy a referir algunas, y empezaré muy arriba: el Universo que nos acoge es inmenso. El poco cielo estrellado que vemos ya nos deja asombrados. En este inmenso universo, la Tierra es pequeña, insignificante. Y esto también es sorprendente: que, en una pequeñísima esfera, haya acabado apareciendo una inteligencia humana, capaz de construir y destruir, incluso de crear y esparcir un dolor terrible y definitivo.
En el Universo inmenso, pues, está la pequeña Tierra y, en ella, está “nuestro” mundo local, aún más pequeño: el de cada comunidad, el lugar donde hemos nacido y nos hemos hecho mayores, el ámbito concreto de la risa y del llanto, de la vida y de la muerte. Pero frecuentemente olvidamos que en la Tierra de todos y cada uno, hay suficiente sitio, alimentos, recursos y dinero para que todas las comunidades humanas podamos vivir con paz, incluso con el gozo de reconocernos unas en las demás.
Por desgracia, a menudo la vida en la Tierra todavía no va encaminada al bien de todos, sino del provecho de unos cuantos. Constantemente se desvelan a nuestro alrededor -y quizás dentro de nosotros- deseos de poder y de dominio. Así llegan el sometimiento innecesario, el enriquecimiento absurdo, la expansión enfermiza. Cuatro jinetes siempre ayudan: el ejército y la religión que se imponen, la administración que lo dispone, y los tribunales que lo sancionan.
pone, y los tribunales que lo sancionan. En los últimos siglos el capitalismo es quien organiza esta sumisión: se ha infiltrado en todos los organismos públicos y privados, y en la cabeza y el corazón de la mayoría de ciudadanos. Así es como pocos saben qué es la derecha y qué la izquierda, qué es público y privado, qué es el interés general o el bien común, si la voluntad individual -sobre todo de los más fuertes- debe tener, o no, la última palabra. Se ha logrado que estas preguntas parezcan pasadas de moda: ahora, casi todo es cuestión de capital, beneficio, ganancia. Con ello, el sentido de pertenencia, de comunidad, queda destrozado. No sólo le destroza la agresión brutal, escandalosa y mortal, como contra Ucrania o Irak, sino también la agresión más convencional, más aparentemente aceptable, la que ejercen los grandes estados contra los territorios que controlan y los grandes poderes económicos contra los ciudadanos que ya no piden gran cosa y que acaban consintiendo todo para sobrevivir.
Si no queremos que el mundo se acabe de pudrir en nuestras manos, es hora de reclamar la vida y el poder de las comunidades, aquellas en las que somos alguien, en las que se nos reconoce y se nos protege. Debemos hacerlo juntos, resistiendo con determinación, cívicamente levantados, a favor de una educación crítica para todos, de una sanidad pública de calidad, de puestos de trabajo igualmente remunerados para mujeres y hombres, de seguridad pública, de vivienda asequible, de jubilación digna. Es por eso que debemos luchar, es eso que debemos exigir y, siempre que sea necesario, ayudar a estructurar por nuestra cuenta. Nunca podremos ser una auténtica comunidad si no actuamos como tal. Y si no somos una comunidad, sólo somos individuos dispersos, a merced de un capitalismo feroz que siempre busca los restos de nuestro naufragio.
Las violencias y guerras evidentes sólo son un ejemplo amplificado de lo que puede acabar siendo nuestra vida, de lo que, en muchos casos, ya ha empezado a ser: sometimiento y destrucción. Por eso, si no queremos morir aplastados por el poder masivo del capitalismo destructor y de los poderes que le aplauden, debemos recuperar nuestras comunidades como los lugares que nos identifican y nos protegen. Sólo en la comunidad sabemos quienes somos. Sólo en ella estamos protegidos. La comunidad nos ayuda a ser resilientes. Cuando no existe comunidad, no hay nada en común. Y entonces tampoco estamos nosotros.
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