La enorme responsabilidad de ser padres

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Los hijos son, sin duda, «el don más excelente del matrimonio» (Gaudium et spes, n. 50). Son la expresión y manifestación del amor de los padres, el testimonio vivo de su entrega plena y recíproca y el mayor fruto y signo de su fecundidad conyugal (Familiaris consortio, n. 28). Pero no sólo esto, ya que esta fecundidad participa de la fecundidad creadora de Dios. Aunque «se preserva la trascendencia de Dios, (…) puesto que es al mismo tiempo el Creador, la fecundidad de la pareja humana es «imagen» viva y eficaz, signo visible del acto creador» (Amoris laetitia, n. 10). Así, «el amor fecundo llega a ser símbolo de las realidades íntimas de Dios (cf. Gn 1,28; 9,7; 17,2-5.16; 28,3; 35,11; 48,3-4)» y «el camino por el cual se desarrolla la historia de la salvación» (Amoris laetitia, n. 11). Los hijos contribuyen notablemente a su bien y a su felicidad porque, aunque pueden complicar la vida de sus padres, los ayudan en su caminar hacia la santidad, a la plenitud de su amor y favorecen la misión de formar hombres y mujeres de bien y que den mucho fruto.

Al llegar los hijos se produce un profundo cambio en el día a día de los esposos, sobre todo en el paso de una relación del yo-tu a una basada en el nosotros, que es más amplia y más comprometedora, en la cual debe estar siempre contemplada la misión de los esposos. Es verdad que, en primer lugar, se produce una gran alegría y felicidad compartida por los padres, pero no podemos ignorar que pueden aparecer crisis severas acompañadas de cansancio, o el surgimiento del egoísmo exacerbado, casi siempre del esposo, en dejar toda la carga a la esposa. También, es triste constatar que, si el matrimonio no está basado en el amor verdadero que los puede mantener unidos y que éste sea más fuerte que cualquier crisis, se da lugar a que personas sin escrúpulos y sin ninguna moral, aparezcan en escena y destruyan el amor y la fidelidad en la pareja.

Con el primer embarazo se inicia ya la primera gran reelaboración en el proceso de crecimiento familiar. Aunque este momento haya sido preparado y deseado, comporta un fuerte impacto, mucho más difícil cuando el hijo no se esperaba o cuando la pareja no está dispuesta a cambiar su estilo de vida y disponerse a compartir los cambios que los hijos traen consigo. Estamos hablando de un impacto que modifica los equilibrios que, en una relación normal, los padres habían alcanzado con el tiempo del noviazgo y el que han compartido en su vida matrimonial. Urge ajustar la nueva realidad, en términos de tiempo, responsabilidades, tareas, etc. Les exige, además, una redefinición profunda de la propia identidad personal y de pareja que se ha ido formando en el tiempo de conocimiento y convivencia como pareja. Por otra parte, es importante mencionar que cuando el esposo es inmaduro y centrado en sí mismo, puede argüir que dado que la madre tiene una relación directa con el hijo durante el embarazo -que él no tiene-, él queda relegado a un segundo plano.

El esposo cristiano debe saber reconocer, afrontar y canalizar sentimientos que pueden ser poco agradables -pero inevitables-, como una cierta exclusión de la relación con su esposa quien, por razones fisiológicas, está experimentando cambios difíciles en su cuerpo con el niño que está creciendo en su seno, e incluso aceptar que pudiera sentir celos con relación al bebé quien, podría llegar a ser considerado como un rival. El nacimiento de un hijo introduce en el esposo, un nuevo rol dentro de la familia, que, a partir de este momento, será permanente: la misión de ser padre. Algo parecido pasa en las familias cuando se establecen las figuras de abuelos y tíos que, si se viven con autenticidad, son fundamentales en la consolidación de lo que, sin duda, es donde se afianzan los cimientos familiares en donde se transmitirá la fe y los valores sociales más auténticos.

La forma como el padre asuma su nueva misión y su lugar en la familia, será decisiva en la relación de pareja, primero porque la presencia de los hijos debe cambiar pero no traicionar su relación con la esposa. Asimismo, el padre está llamado a fortalecer su figura paternal y la presencia cercana de sus hijos de modo tal que su identidad sea formada tanto por la figura femenina como por la masculina. De no hacerlo, se favorecerán las ambigüedades que tanto están obstaculizando y aun destruyendo la familia en la actualidad y que están siendo manipuladas con fines puramente ideológicos como el querer imponer la moda de parejas homosexuales que pretenden ignorar la ley divina de que el matrimonio está formado solamente por un hombre y una mujer y que son solamente un padre y una madre quienes tienen la responsabilidad de formar a sus hijos.

Domingo 3 septiembre de 2023.

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