Ricardo Gebrim
Brasil
La historia nos demuestra que los procesos revolucionarios se desencadenan a partir de las acciones de las masas. Y casi siempre, en los momentos iniciales, forman parte de un movimiento espontáneo. Este movimiento empuja la revolución hacia delante en el sentido de que reúne en un mismo lado, todas las fuerzas que encontraron en sí mismas, y en la realidad de los hechos los motivos para luchar. Sin la presencia de masas movilizadas no existe la motivación para la revolución y no se empiezan procesos revolucionarios. Sin acción no puede haber revolución.
Sin luchas que despierten amplias movilizaciones, no hay conflicto, y sin conflictos las transformaciones sociales no empiezan a ponerse en marcha.
La primera semejanza común en la propagación de los estallidos sociales, es la chispa a partir de un accidente inesperado y casi siempre trivial, ganando proporciones inusitadas con rápida velocidad.
Eric Hobsbawn, el gran historiador que nos dejó preciosas lecciones, definió el año 1848 como la mayor revolución que se propagó rápidamente por todo el mundo, arrastrándose como fuego en la paja, sobre fronteras, países y así mismo, océanos. En pocos meses, amplias e inusitadas movilizaciones fueron ganando una inmensa fuerza.
Pero ese mismo impulso de las masas movilizadas, no proporcionó revoluciones victoriosas. Solamente en 1871, el proletariado francés, conseguirá conquistar el poder político y mantenerlo por un corto periodo de 71 días, proporcionando enseñanzas valiosas para las futuras generaciones.
Todas estas experiencias, enriquecidas por revoluciones, tanto victoriosas como derrotadas, a lo largo de siglo XX, nos mostraron que la transformación no se produce espontáneamente. Las ideas y valores que prevalecen en la sociedad capitalista, justificando la explotación, poseen una inmensa capacidad de reproducción, por peores que sean las condiciones de vida de los explotados.
Convertir el potencial explosivo de las grandes movilizaciones en lucha revolucionaria, implica ganarle a unas fuerzas inmensamente más poderosas que se oponen a esta transformación, usando toda la capacidad suya de destrucción.
Y esto exige una instancia política formuladora de propuestas, capaz de dotar a los que despiertan para la lucha de una voluntad unívoca y de un objetivo claro.
Marta Harnecker, nos dejó un precioso legado de las enseñanzas revolucionarias, explicando cómo es preciso diferenciar el conocimiento directo o el conocimiento indirecto que puede tener una acción social “(…) hay un tipo de conocimientos a los que puede tener acceso el proletariado y en general, sectores populares, como consecuencia del confrontamiento en que se ven sometidos, y es por ello fundamental que los revolucionarios partan de lo acumulado históricamente y socialmente por el pueblo, no tanto en lo que se refiere a las ideas, valores y concepciones, si no también, formas de organización y de lucha y de estilos de trabajo; pero hay otro tipo de conocimiento al que no se puede tener acceso directamente. Es muy difícil que los sectores populares lleguen a adquirir, por sí mismos, una apreciación global de las condiciones de lucha de clases en su propio país y a nivel mundial.” Y nos recuerda que: “en la lucha política no sólo se tiene que tener razón, sino que es necesaria tenerla a tiempo y contar con una fuerza para poder materializarse.”
La organización revolucionaria es la herramienta capaz de orientar los múltiples esfuerzos que surgen espontáneamente, promoviendo a otros, sistematizando experiencias, aprovechando las oportunidades históricas y construyendo acciones que viabilicen una estrategia colectivamente construida.
Además de ello, las luchas y las movilizaciones dan fuerza y expresión a las organizaciones. Cuanto más fuertes e intensos son los conflictos, más fuertes son las organizaciones. Cuanto más débiles, más frágiles serán y menos importantes sus representaciones.
Las clases luchan a través de las organizaciones que las representan. Cuando esto no ocurre, la fuerza de una explosión social tiene dificultades para mantenerse después de la inevitable represión a la que se enfrenta.
Una de las principales enseñanzas históricas del siglo XX es que, sin una vanguardia, por mayor que sea la dimensión de las luchas y sus combates, las insatisfacciones no se convierten en programa político, y no son capaces de atraer a otros sectores y, en consecuencia, el destino inevitable, es el aislamiento y derrota ante el aparato represivo.
Construir una organización política revolucionaria es el mayor desafío de las luchas populares. Encontrar energías es el persistente trabajo de construcción organizativa, y cuando las condiciones son tan adversas, es el mayor desafío para los luchadores populares.
En los tiempos difíciles que vivimos y que todavía nos esperan, es necesario mantener la confianza en las capacidades de nuestro pueblo. La experiencia histórica de lucha de otros pueblos nos muestra que ninguna derrota por más intensa que sea, es capaz de interrumpir la lucha de un pueblo dispuesto a tomar en las manos su propio destino. Y nuestros pueblos, latinoamericanos, que se conformaron a tanta adversidad, supieron superar inmensos desafíos en su construcción, manteniendo una inamovible confianza en el futuro.
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