P. JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA // Tengo esperanza porque Dios camina conmigo

Ante el aumento incontrolado de la violencia, el número de desaparecidos y asesinados, la desinformación y manipulación de la realidad socio-política de nuestro país, cada vez más endeudado, muchas veces me he preguntado ¿Cuál es el principal mal de nuestro tiempo? Algunos creen que es la falta de fe; otros afirman que es la profunda crisis moral y la ausencia de los valores fundamentales en que vivimos en nuestra sociedad. Todo esto, tristemente, es verdad. Sin embargo, considero que, una de las principales causas de nuestra depresión, de esa espantosa sensación de fracaso que descubrimos por doquier, es la falta de esperanza. Pareciera como si se nos hubieran agotado las ganas de vivir, de luchar, de redescubrir que, en nuestros hermanos, en nuestros seres queridos, desde una vida sencilla y honesta, es posible revalorar lo bueno de esta vida y las oportunidades que el Señor nos presenta todos los días, aunque el viento nos sea contrario. El mal, con sus diferentes disfraces, se ha dado cuenta de esta situación y se aprovecha de ello para hacernos creer que, efectivamente, el mundo está dominado por él y por sus efectos y ya no hay nada por qué luchar y nada que hacer porque todo está ya decidido.

¿Cómo tener esperanza en nuestra sociedad cuando apenas leemos los periódicos o encendemos la televisión no encontramos otra cosa que violencia, corrupción, impunidad, envidia, división, mentira y muerte? Cuando constatamos que la injusticia se ha enseñoreado del mundo o que las naciones ricas tratan como animales a quienes cruzan sus fronteras en busca de una vida mejor. Cuando cárteles de la droga siguen asociándose con gobiernos y esclavizan a la sociedad con crueldad extrema sin que ya nada nos impresione, ni cause dolor y confusión. ¡Como si la enfermedad, la muerte, la pobreza, el hambre, la injusticia hubiesen pasado a formar parte inherente de nuestra vida cotidiana! ¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar la esperanza en que las autoridades y líderes políticos atiendan las necesidades de quienes más sufren sin que tengan que darles dádivas para callar conciencias con vanas promesas de campañas electoreras y demagógicas! ¡Qué necesario es creer en la posibilidad de lo imposible, especialmente en esos momentos en los que pensamos que es mejor claudicar y darnos por vencidos!

En repetidas ocasiones, el Santo Padre ha afrontado el tema de la esperanza cristiana y ha insistido en su importancia porque –afirma-: “La esperanza no decepciona. ¡El optimismo decepciona, la esperanza no!”. Ante una sociedad que intenta ignorar a Dios en su vida, en medio de una realidad que no ofrece señales de mejoría y, al contrario, todo es mentira y manipulación, es apremiante que oremos para que el Señor nos dé la gracia de esperar en estos tiempos oscuros, confusos y convulsos. Es precisamente al sentirnos frustrados por el mal y la violencia que nos circunda, ante el dolor que parece no tener fin, cuando Dios nos pide que no perdamos la esperanza. Cuando más nos sentimos engañados, amargados y frustrados al constatar nuestra impotencia y pensamos que la oscuridad y la confusión no acabarán nunca, no podemos permitir que la esperanza nos abandone, porque, aun cuando no seamos conscientes de ello, Dios camina con nosotros, nos anima a confiar en Él y nos invita a hacerlo todo como si solo dependiera de nosotros, asumiendo que todo depende de Él.

Es innegable que el futuro es incierto por decisiones políticas que se han tomado sin una adecuada y honesta reflexión. Además, la situación internacional no es para nada halagüeña ya que estamos inmersos en una enésima crisis económica de la que, en vez de superarla, caemos más profundamente, aumenta la pobreza y la manipulación, etc. Ante este panorama, lo único que nos puede alentar, es correr el riego de decir, como el Papa: «Yo espero, porque Dios está junto a mí; yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo, me lleva de la mano y no me dejará solo jamás. Creo y espero porque el Señor Jesús ha vencido el mal y nos ha abierto el camino de la vida”. Dios Padre consuela suscitando en nosotros el deseo de consolar a otros; nos invita a estar con quienes más sufren, se sienten solos, deprimidos o abandonados. El Señor, Dios eterno, nos da su fuerza para solidarizarnos con quienes más lo necesitan; para que seamos capaces de proclamar un tiempo en el que el dolor será vencido. Si queremos, tenemos la oportunidad de reabrir nuestro corazón a la fe para volver a Dios y recuperar la esperanza y la alegría. Cuando vivimos lejos de Él, las dificultades nos ahogan y perdemos la sonrisa; sin Él, el resentimiento y el rencor nos aíslan de quienes nos quieren. La paz verdadera la dará solamente la esperanza pues ésta es la expresión de quien anhela encontrar a Dios quien nos dará la capacidad de vivir en la verdad y el amor que no pasa.  

Domingo 1º de octubre de 2023.

Deja un comentario

JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

Gracias por visitarnos