Papa Francisco cuenta la historia de la Farmacia del Vaticano

Discurso a los empleados de la Farmacia Vaticana en ocasión del 150 aniversario

 (ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- En ocasión del 150 aniversario de fundación, el Papa Francisco recibió en audiencia a los empleados de la Farmacia Vaticana, realidad al interior de la Ciudad del Vaticano y que presta servicio a toda persona que presenta su receta médica y pasa el control de seguridad donde debe dejar un documento civil válido, mientras pasa para el consumo. La medicina en el Vaticano tiene un costo más reducido pues no hay impuestos y, además, se consiguen medicamentos que no están en circulación en Italia. La Farmacia está confiada a los Hermanos de San Juan de Dios pero colaboran con ellos muchos laicos. Ofrecemos a continuación el discurso del Papa en lengua española, traducción de ZENIT, centrado en la historia de esta peculiar entidad.

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Saludo al Card. Vérgez, Presidente del Governatorato, a la Hermana Raffaella Petrini, Secretaria General, al Padre General Hermano Jesús Etayo Arrondo, al Consejo, al Director Hermano Thomas Binish, con los miembros consagrados de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, y a todos vosotros, queridos colaboradores y empleados de la Farmacia Vaticana.

Me alegra encontrarme con vosotros, ahora que nos acercamos al 150 aniversario de su fundación. Volviendo a las raíces de vuestra historia, me gusta recordar que la institución cumplió un sueño del Papa Gregorio XVI, un monje camaldulense que era muy consciente de la importancia de la farmacia aneja al monasterio. Fue entonces el Beato Pío IX quien hizo realidad este sueño, confiando al Superior General de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios la tarea de crear una farmacia en el Vaticano. De hecho, la Orden tenía una larga tradición en este ámbito, ya que la farmacia de la casa religiosa atendía también a los forasteros en muchos lugares. Así, el Hermano Eusebio Frommer, un religioso Fatebenefratelli, fue elegido como primer farmacéutico, y así comenzó su singular historia. ¡Hace 150 años!

Todavía recordando, casi hojeando juntos un álbum de fotografías, es bueno recordar un momento importante, a saber, el servicio de vuestra Orden durante el Concilio Vaticano II. Cada mañana, antes del comienzo de las sesiones del Concilio, los locales de la Farmacia se llenaban de Obispos de todas las nacionalidades para la compra de medicamentos, y mientras un pequeño grupo de religiosos consagrados intentaba satisfacer las peticiones en las diversas lenguas, otros dos religiosos enfermeros estaban presentes en los puestos fijos de primeros auxilios, junto con un médico y dos camilleros, para cualquier otra necesidad.

Y llegamos a nuestros días, ahora, con vuestra Farmacia, que se distingue de las demás no sólo por estar dedicada al servicio directo del Sucesor de Pedro y de la Curia Romana, sino también por estar llamada a un «suplemento de caridad», realizando un servicio que, además de la venta de medicamentos, debe distinguirse por la atención a las personas más frágiles y por el cuidado de los enfermos. Se trata de un compromiso no sólo con los empleados del Vaticano y los residentes en la Ciudad del Vaticano, sino también con quienes necesitan medicamentos especiales, que a menudo son difíciles de encontrar en otros lugares.

Quiero dar las gracias por ello: gracias a los Fatebenefratelli, a los colaboradores laicos, a los farmacéuticos y empleados, a los que trabajan en los almacenes y a todos los que ayudan en esta labor. Gracias por vuestra profesionalidad y dedicación, pero también por el espíritu de acogida y la buena disposición con que lleváis a cabo vuestra tarea, que a veces requiere esfuerzo y -como ocurrió especialmente durante la pandemia- voluntad de sacrificio.

No es fácil para vosotros, como tampoco lo es para los farmacéuticos en general, en quienes pienso en estos momentos y a quienes quiero dedicar un pensamiento. A ellos acuden tantas personas, sobre todo ancianos, que a menudo, en el ritmo frenético de hoy, necesitan no sólo un medicamento, sino también atención, una sonrisa; necesitan un oído, una palabra de consuelo. No lo olvidéis: el apostolado de los oídos. Escuchar, escuchar… Suena aburrido, a veces, pero para la persona que habla es una caricia de Dios a través de ti. Y los farmacéuticos son esa mano cercana, tendida, que no sólo reparte medicamentos, sino que transmite valor y cercanía. ¡Gracias a ustedes y a todos los farmacéuticos por esto! La vuestra no es una profesión, es una misión. Gracias a vosotros.

Queridos hermanos y hermanas, seguid adelante: vosotros, comunidad de los Fatebenefratelli, farmacéuticos, colaboradores y empleados, con generosidad, porque cada día podéis hacer mucho bien, tanto para que el servicio de la Farmacia vaticana sea cada vez más eficaz y moderno, como para manifestar ese cuidado atento y esa acogida solícita que son testimonio del Evangelio para quienes entran en contacto con vosotros.

Sed pacientes, recordando que la paciencia es la prueba de fuego del amor. Y, por último, un pequeño consejo espiritual: de vez en cuando levantad los ojos al Crucifijo, dirigiendo vuestra mirada al Dios herido y llagado. El servicio que hacéis a los enfermos es un servicio hecho a Él. Y es bueno sacar del Médico celestial la paciencia y la benevolencia, y la fuerza para amar, sin cansarse. Que en su escuela, desde el escritorio de la cruz hasta el mostrador de la farmacia, seáis también vosotros dispensadores cotidianos de misericordia. Os bendigo y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.

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