P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Seguimos viviendo en México una desgarradora tensión ante el drama y la necesidad de sobrevivir a una situación de injusticia social, demagogia violencia, impunidad y corrupción generalizada. Con dolor, comparto la opinion de Armando Fuentes, quien, en la edición el pasado 7 de este mes del diario “Reforma”, escribió lo iguiente: «Difícil será quitarle el poder a López Obrador. Dueño de indiscutible popularidad, los números lo favorecen de cara a la elección del 24. Cuenta con el respaldo de los militares, primer apoyo que en los países de América Latina han procurado siempre los políticos proclives a la dictadura. Y ya se ha dicho: con las bayonetas puede hacerse todo, menos sentarse arriba de ellas. Los capos de la droga le han dado a AMLO su placet, o sea su beneplácito, pues han hallado en él un propicio Presidente que los abraza en vez de combatirlos y que se muestra con ellos y con sus familiares saludador, y aun respetuoso. Tiene, sobre todo, a millones de pobres, en bienes y en educación, que piensan que sin ese padre providente morirán de hambre. «Primero los pobres», proclamó el caudillo. No mintió. Los pobres han sido los primeros en sufrir los resultados del desmantelamiento del sistema de salud, y son los que más padecen los efectos de la carestía en los artículos de primera necesidad. El dinero que les hace llegar AMLO cada vez alcanza menos para llenar siquiera la mitad de la canasta básica».
A pesar de que, aparentemente, no tenemos esperanza, de ninguna manera podemos estar en paz cuando vemos que el país se debate en una enésima crisis, no solamente económica sino de una relativización y aun abandono de los valores más auténticos, entre los que seguramente están los de observar y hacer cumplir nuestras obligaciones políticas y civiles. De ninguna manera podemos seguir viviendo nuestro ser cristiano sin buscar la unificación en las concreciones de nuestra vida y que ésta sea explicitada como verdad o como mentira, como libertad o como opresión, como proceso o como imposición. Existen dos campos en los que esa tendencia a la unidad aparece más claramente: el campo de nuestra fe y el modo como la vivimos y expresamos. Se trata de la política y la forma como asumimos nuestros derechos y deberes, ya sea desde una conciencia crítica a las opciones que se nos presentan para elegir o, como marionetas que se dejan manipular por las ideologías corruptas de siempre o por los mesianismos demagógicos y populistas que nos pueden llevar al drama que ya están padeciendo hermanos nuestros en otros países de América Latina.
La política y la fe necesitan un serio discernimiento de nuestra parte para buscar la “unificación de lo verdadero”. Exigen un fehaciente proceso de purificación para que no caigamos en la tentación de pensar, por una parte, que todo está bien y que el país tiene lo que necesita y asegura un rumbo optimista y de crecimiento para el futuro o, por la otra, para no dejarnos embaucar por falsas promesas y mesianismos que no conducen a nada pues es por demás evidente que no tienen sustento en una sociedad globalizada e interdependiente como la nuestra en relación al concierto de las naciones. No podemos ignorar que como cristianos nos enfrentamos a la paradoja y antinomia de desear y buscar el bien propio, pero no podemos, ni debemos olvidarnos que también estamos obligados a trabajar por la paz y el bienestar de los demás, que no se basa en dádivas clientelistas y electoreras. No vivimos en una isla y estaremos mejor, con mayor progreso, en paz y con futuro, si nuestra nación vive de la misma forma. Estamos llamados a buscar y hacer la voluntad de Dios en las situaciones históricas concretas que estamos viviendo y no debemos aparentar que no pasa nada cuando los peligros son más que evidentes.
Tenemos que escoger entre posibilidades asimismo innumerables de servir a Dios, de construir el Reino de Dios en esta historia, en medio de conflictos y posibilidades, de luces y sombras. El discernimiento es, sin duda, un instrumento útil, una ayuda eficaz para no equivocarnos y acertar en esas opciones a partir de una visión de fe que no puede ser ajena a los retos de esta realidad concreta de pobreza, injusticia, de violencia e impunidad, de corrupción y manipulación de muchos que se disputan al nuestro ya de por sí deteriorado, defraudado y arruinado país. Estamos obligados a tomar muy en serio lo que estamos viviendo y, lejos de permitir que otros decidan por nosotros, es imprescindible que salgamos de nuestro caparazón de individualismo egoísta y nos demos cuenta, de una vez por todas, que si México se equivoca una vez más, nos hundimos todos. El discernimiento que exige nuestra fe es un proceso que tiende a descubrir la voluntad de Dios aquí y ahora y el modo como podemos vivir nuestro ser cristiano inmersos en las mediaciones políticas que la misma fe exige. No son dos procesos diversos, como en ocasiones lo queremos hacer aparecer, tal vez por la pereza de no buscar el bien de los demás o por una idea con olor a naftalina de que un cristiano no se debe meter en política. La justicia social, la verdadera y concreta caridad se inserta en la vida real. La justicia social es una de las mediaciones privilegiadas de la caridad y la política es el campo privilegiado para realizar la justicia y el discernimiento tal y como lo proclamamos diariamente en el Evangelio.
Domingo 17 de septiembre de 2023.