Discernir para ordenar nuestra vida

P. Jaime Emilio González Magaña, S. J.

En los Ejercicios Espirituales [EE] oramos una verdad fundamental: el hombre es un ser llamado por Dios para trascenderse a sí mismo en alabanza y servicio de su Divina Majestad [EE23]. El principio del hombre es el fundamento de su vida temporal y de su destino último. Hay una iniciativa de Dios que es la gracia, a la que debemos corresponder usando nuestras potencias y cualidades: éste es el papel de la naturaleza y libertad que son un regalo del Creador y sin las cuales, no es posible que retornemos a Él. Ante una innegable situación de confusión y complejidad en la sociedad y en la Iglesia, urge la necesidad de que pongamos algo de nuestra parte, de no evadirnos ante los problemas y asumir la responsabilidad que tenemos de discernir nuestras acciones y decisiones mediante nuestra disposición a trabajar sobre nosotros mismos para poder cooperar responsablemente con la gracia divina.

            En teoría, manifestamos que somos fieles a los valores más elementales de nuestra fe y nuestro actuar cristianos y, sin embargo, es fácil constatar que nuestro modo de proceder y, por lo tanto, nuestro testimonio, difiere mucho de lo que afirmamos creer. ¿Qué es lo que impide esta cooperación con el Señor?  ¿Por qué muy frecuentemente nos sentimos alejados de Él sin la capacidad de hacer su voluntad? ¿Por qué vivimos en desolación cuando estamos llamados a experimentar continuamente el gozo y el consuelo de Dios? Ciertamente porque lo que produce la consolación espiritual es el compromiso gozoso por los valores del Reino de Dios que supone en nosotros una fe viva. Y no siempre vivimos así, porque nos hemos dejado llevar por los valores de una sociedad hedonista, consumista que exacerba el individualismo y que, continuamente nos ha alejado del deseo de vivir de acuerdo con una fe y una educación que hemos recibido, pero que, en la práctica, no es capaz de resistir las pruebas.

Para descubrir lo que nos impide vivir y gozar de la voluntad de Dios, necesitamos discernir nuestras acciones. Estamos llamados a desenmascarar todo lo que no viene de Dios y nos hace daño. Necesitamos el discernimiento espiritual y aprender a conocer los espíritus que trabajan en nosotros: dos mociones, dos espontaneidades, una buena que está orientada hacia Dios; otra perversa y no orientada hacia Él, sino que viene del mal, vive y actúa en nosotros. Sabemos que todos los bienes o valores naturales (salud, riqueza, honor, éxito, etc.), aunque “descienden de arriba” [EE237] están relativizados [EE23, 146,166] ante el valor moral religioso, que para san Ignacio es único. Para él, el fin racional y espiritual no son distintos, sino que se apoyan mutuamente: la razón iluminada por la fe, una vez libre de afecciones desordenadas, es criterio de discernimiento y elección, según el tercer tiempo, “cuando el ánima no es agitada… y usa de sus potencias naturales libre y tranquilamente” [EE177].

San Ignacio de Loyola, distingue entre “afectarse”, en el sentido de deseo de emoción e “inclinarse”, como decisión de la voluntad. El afecto es previo y no deliberado, aunque de hecho influye sobre el segundo elemento del proceso, que es la decisión o “inclinarse” [EE141]. La fuerza de la motivación racional, viene reforzada por la contemplación de Cristo, y de este modo es también cargada de afecto y emoción. La emoción, por lo tanto, puede estar al servicio y puede ser resultado de la motivación racional-espiritual y en el ejercitante, ésta sería la única garantía de perseverancia en el cambio operado por los Ejercicios Espirituales. En la perspectiva ignaciana, se pasa de la consideración del pecado al examen de lo que dentro del hombre lleva y desemboca en él. Por eso se produce una “lucha espiritual”, entendida ésta no sólo como la práctica y proceso de su oración como una ardua lucha espiritual de agitación de varios espíritus y que podemos interpretar como resultado afectivo de la tensión de auto trascendencia. Sin esta dialéctica, sin agitación de espíritus, no hay evidencia de madurez espiritual, sino más bien una señal espiritualmente sospechosa [EE6]. El quehacer de los Ejercicios, más aún, la tarea del examen y oración diaria será “ordenar, purificar y elevar ese amor natural y convertirlo en espiritual” de manera que ese “peso del ánima (que es el amor)” puede aliviarse cuando el cristiano ama las cosas de Dios, de forma “que a El solo vaya todo el peso del amor nuestro”.

Domingo 9 de octubre de 2023

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