Místicos católicos

Consolata Betrone

En el corazón de un siglo dado al pecado, al ateísmo y finalmente a la indiferencia religiosa, el mensaje de la vida y de la plegaria de sor Consolata Betrone se destaca por la evidente actualidad y como enmienda antídoto contra la cultura de muerte.


Historia Biográfica de Sor Consolata Beltrone (1903-1946),
Monja capuchina de Turin, Italia, que recibiera un mensaje de Dios para la salvación de las almas.

«Nada me atrae de las Capuchinas», fue la observación de Pierina cuando, después de tres intentos fracasados de consagrarse en institutos de vida activa, aconsejada por el confesor Reverendo Accomasso, tomó la decisión de entrar en el Monasterio de las Clarisas Capuchinas en Turín.

Era el 17 de abril de 1929. Efectivamente en ella, además de la propensión a la gracia y a la penitencia, se ponen en evidencia otros tres elementos peculiares del carisma seráfico: la pobreza, la vida común y la leticia.


El 28 de febrero de 1930 tuvo lugar la Vestidura religiosa con el nombre de Sor María Consolata.


La Beata Virgen María se venera en Turín bajo el título de Consuelo, o sea consuelo de los afligidos.


Para la joven Betrone el nuevo nombre es indicativo, antes incluso de su misión, de su misma existencia: ser consoladora del Corazón de Jesús y de todos aquellos que no pueden percibir o acoger el amor del Señor.
Según lo que ella presentiría, sería «misionera, pero para siempre». El día de la Vestidura advirtió una sugerencia divina que le indicó la modalidad: «Sólo te pido esto: un acto de amor continuo».

Durante otros 16 años de vida de clausura capuchina este sería el fundamento sobre el cual se concentraría y unificaría toda su persona, plasmándose en cada instante de su existencia hasta el «consummaum est».


El 8 de abril de 1934, domingo en Albis, tomó los votos perpetuos. En el monasterio haría menesteres de cocinera, portera y zapatera.


Cuando el 22 de julio de 1939 sería destinada a la nueva fundación de Moriondo Moncalieri (TO), hizo de enfermera y de secretaria. Su vida común habitual transcurriría siempre penitente y abnegada cumpliendo los deberes que se le asignaron.

Lo extraordinario de su aventura, por esto, todo se desarrollaba en la intimidad de su espíritu. Auténtica y contemplativa, entre Dios y ella estaba el mundo entero y todas las criaturas con necesidad de misericordia. Por gracia se convertiría, más con el amor que con la sensibilidad del don místico, en la confidente de aquél Corazón divino que era también perfectamente humano, como el mismo Señor le enseñó: «¡Dios no me hagáis de rigor mientras yo no soy que Dios de amor!».

A través de Consolata, Dios parece querer educar de nuevo el corazón del hombre a la unión con El: entre criatura y Creador ya no más subordinación de empleada de casa sino intimidad.


Es esto, en sustancia, el contenido espiritual de la invocación: Jesús, María os amo, salvad almas característica del Pequeño camino de amro indicado por el Señor a la humilde capuchina para reconquistar la gracia y la misericordia, con un sencillo acto de confianza, millones de almas atormentadas por el pecado.

Sobre todo fue mérito de Padre Lorenzo Sales (1889-1972), su confesor y director espiritual desde el 11 de septiembre de 1935, por haber ayudado con sabiduría y discernimiento la Obra de Dios escrita más en la vida de Sor Consolata que en sus apuntes de su diario. En dicha Obra de misericordia ella sería de hecho, la primera en someterse a todo tipo de pruebas que requería en la criatura la pura confianza en El todo poderoso. Consolata llegó a gemir: «Todas las pasiones de los vicios capitales las siento tumultuar en mí».

Pero el Esposo divino, en este martirio «hasta la última gota de sangre» para salvar el mundo, también le aseguró: «Puesto que soy la Santidad es mi deseo ardiente de comunicarlo a las almas . . . Tú ama sólo. Eres demasiado pequeña para subir a la cima te llevaré yo en mis brazos».


Martirio de amor
En noviembre de 1944 ella anotó: «Desde hace varios días mi alma se ha detenido en esta frase divina: ¢ Hostia per Hostia ¢ «. Y así que, para la paz del mundo, para todas las almas repetía varias veces la oferta de sí misma como sacrificio de expiación, de verdadera contemplativa que intercede para la entera humanidad. Especialmente, el amor de redención que la crucificaba con el Crucifijo era para aquellos que, para eso habían sido también llamados en el camino especial de la secuela de Cristo, que fueron infieles, ya que se dejaron vencer por el pecado.

El 9 de noviembre de 1934 Consolata escribió: «Jesús me desveló los sufrimientos íntimos de su Corazón provocados por la infidelidad de almas a El consagradas». Entramos así en el temblor más profundo de su mundo interior, que la conduciría con generosidad a la«cima del dolor» y a una ilimitada maternidad de almas para llevar a la salvación. Jesús y Consolata: juntos en el amor, juntos en el dolor, juntos para entregar de nuevo al Padre rico di Misericordia millones de almas.

El 24 de septiembre de 1945 sor Consolata pidió media jornada de reposo y se extendió. La Madre Abadesa le probó la fiebre: ¡casi 39° ! ¿Desde cuándo esta fiebre? En junio de 1939 se le escapó una frase de su pluma: «Me cuesta morir a pedacitos». En su oculta situación de enfermedad y la rigurosa vida de penitencia se sumarían en breve también los difíciles años de la segunda Guerra Mundial.

Consolata padecería literalmente el hambre, pero con la generosidad de siempre: transformaría esta tragedia en ¡»una ascética del apetito»! Fue el último acto de amor: el que le costó la vida. En el invierno de 1944 su color cadavérico la traicionó. Por obediencia se sometió a una visita médica. El dictamen del doctor fue, «simplemente»: «Esta religiosa no tiene ninguna enfermedad: «está extenuada».

El 25 de octubre de 1945 la radiografía descubrió la catástrofe en sus pulmones. El 4 de noviembre partió hacia el sanatorio. Ahí permanecería hasta el 3 de julio de 1946, cuando una ambulancia la llevaría de nuevo, consumida hasta lo imposible, al Monasterio de Moriondo. Ahora, «todo ha terminado», para comenzar en el cielo. La Hermana muerte la visitó al alba del 18 de julio: el «Te Deum regale» de su vida se desarrolló en la transfiguración de una única plegaria: «¡Te amo, Señor, mi fuerza». (Salmo 17,2).

Actualidad de un mensaje
Sor María Consolata Betrone fue una mística favorita de locuciones y, quizás de visiones de Jesús. Ella lo contó puntualmente en su diario, cuidadosamente examinado por Padre Lorenzo Sales, Misionero del Consuelo, en principio escéptico y desconfiado, posteriormente a su vez divulgador de la Obra del Señor.


«Humilde y grande, -activa- y contempletiva serena y atormentada, sufrida y llena de alegría, Consolata condujo una vida lineal conciliando en sí mismo cualquier cosa desesperada y unificando todo en el ardiente amor de Dios. Durante mucho tiempo fue tentada intensamente, tuvo una delicada comprensión para los pecadores, especialmente para las almas consagradas que habían prevaricado, y para su conversión ofrecía a Dios todas sus penas y dolores y terminó por ofrecer su vida misma

Así ha sido presentada esta Clarisa Capuchina en el informe que introduce el proceso de beatificación. Nos descubre una espiritualidad de enmienda, perfectamente en sintonía con aquél deseo de penitencia que animó los inicios de su vocación.

Un místico está siempre integrado en el contexto de su tiempo histórico y por eso proviene de Dios suscitado y «enviado». Es una especie de «profeta» abierto a las necesidades espirituales de la humanidad contemporánea y para la misma se ofrece con Cristo al Padre. En el corazón de un siglo dado al pecado, al ateísmo y finalmente a la indiferencia religiosa, el mensaje de la vida y de la plegaria de sor Consolata Betrone se destaca por la evidente actualidad y como enmienda antídoto contra la cultura de muerte espiritual del hombre.

El pequeño camino de amor se basa en la oración: Jesús, María os amo, salvad almas, no es una jaculatoria, sino un camino interior idóneo para educar y promover una mejor confianza entre la criatura y su Dios en el conocimiento y en la confianza plena en aquél gran don divino que es la Misericordia.


A través de este camino muy sencillo, el alma es como si regresara a la comunión vital con el Altísimo en la capacidad auténtica de la propia dimensión contemplativa. Al designar este camino de regreso del «hijo prodigo», el hombre del siglo XX, al Padre rico de Misericordia, Sor Consolata Betrone no está sola.

El amplio designio divino parece tener significativamente entrelazada su vicisitud humana y mística con la de dos de sus «lejanos» contemporáneos: sor María Faustina Kowalska (1905-1938) y el monje Silvano del Monte Athos (1866-1938). Denominador común de todos es Teresa de Lisieux (1873-1897).


En la civilización de hacer y de tener, reproponiendo la necesidad evangélica «de rezar siempre, sin cansarse» (Lc 18,1), el mensaje que nos llega por medio de sor Consolata tiene la repercusión del mensaje de un evangelio para nuestro tiempo: evangelio de amor, de esperanza y de misericordia para los años del odio, de la desesperación y del alejamiento de Dios.

Al hombre sofocado por el materialismo, Dios ofrece el remedio del aliento espiritual. Una «Clara» contemporánea anuncia todavía la exigencia del primado de Dios en el corazón del hombre. El 23 de abril de 1999 El Arzobispo de Turín Cardenal Giovanni Saldarini cerró el Proceso Informativo. El 6 de junio de 1999, Solemnidad del Corpus Domini, la documentación se traslada del Monasterio del Sagrado Corazón de Moriondo Moncalieri (TO) a Roma.

Por: Nicola Gori | Fuente: Catholic.net

Adquiere el libro

Un viaje a través de la historia del periódico Guía.

Colegio Fray Jacobo Daciano