Místicos católicos

Bienvenida Bolani, Beata

Se ha dicho que la vida de Bienvenida Bolani fue «un poema de alabanza a la Santísima Virgen, un himno de luz, de pureza y de alegría, cantado, más bien que vivido, en honor de Nuestra Señora». Ese himno comenzó con el nacimiento de la beata, en Cividale, población del Friuli, en 1254. Tenía seis hermanas, mayores que ella. Naturalmente, el padre de Bienvenida quería que el séptimo de sus vástagos fuese hombre y se cuenta que, al saber que también había sido mujer, exclamó resignado: «¡Perfectamente; que sea bienvenida!» Por ello se dio ese nombre a la niña. Desde muy pequeña se distinguió por la devoción a María; acostumbraba repetir muchas veces diarias la primera parte del Avemaría, como se usaba entonces, y acompañaba cada invocación con una genuflexión profunda, según lo había visto hacer a los dominicos en la iglesia. A igual que la beata Magdalena Panattieri, a quien se conmemora el 13 de este mes, Bienvenida tuvo la dicha de pertenecer a una familia en la que todos eran tan piadosos como ella y aprobaban sus prácticas de devoción. Cuando la joven comunicó a sus padres que quería consagrar a Dios su virginidad y hacerse terciaria de Santo Domingo, éstos no le pusieron ninguna objeción.

Pero, a diferencia de la beata Magdalena, Bienvenida no tomó parte en la vida pública de su ciudad natal, sino que se dedicó a cultivar más bien el aspecto contemplativo que el activo del espíritu dominicano. Movida de un gran deseo de hacer penitencia, se imponía las más grandes austeridades. En ocasiones se disciplinaba tres veces cada noche. Cuando tenía apenas doce años, se ató alrededor de la cintura «la cuerda de Santo Tomás» tan estrechamente, que se le encajó en la carne. El sufrimiento que ello le producía se hizo intolerable. Parecía que no había manera de evitar una operación quirúrgica para arrancarle la cuerda, pero un día ésta se desprendió milagrosamente por sí sola, mientras la niña hacía oración. Bienvenida comunicó ese milagro a su confesor, Fray Conrado, quien le mandó que mitigase sus penitencias y le prohibió que las hiciese sin consultarle. Durante cinco años, la beata sufrió de varias enfermedades, de suerte que apenas podía salir de su recámara. El demonio aprovechó ese período para tentarla violentamente con la desesperación y otras cosas; pero el peor sufrimiento de Bienvenida era no poder asistir a misa y a las Completas, durante las cuales se cantaba la «Salve Regina», excepto cuando la llevaban en vilo a la iglesia. Dios le devolvió la salud mediante un milagro público el día de la fiesta de la Anunciación, precisamente cuando Bienvenida acababa de prometer que haría una peregrinación al santuario de Santo Domingo si recobraba la salud. Su hermana María y su hermano menor la acompañaron en esa peregrinación.

Dios premió con numerosas gracias, visiones y éxtasis la paciencia con que la joven había soportado la enfermedad y las tentaciones. Se cuenta que, siendo todavía joven, Bienvenida fue un día a la iglesia, poco después de la muerte de su madre. Allí encontró a un niño, a quien dijo: «¿Tú tienes mamá?» El niño respondió que sí. «Yo ya no tengo -replicó Bienvenida-; pero, como tú si tienes, tal vez te ha enseñado a decir el Avemaría». El niño respondió: «Yo la sé de memoria. ¿Y tú?» «Yo también la sé», contestó la joven. «Dímela», le rogó el niño. Bienvenida empezó a recitar el Avemaría en latín. Cuando llegó a la palabra «Jesús», el niño le dijo: «Yo soy Jesús» y desapareció. Aunque la alegría y la confianza fueron las virtudes características de Bienvenida, el demonio no dejó de tratar de inducirla a la desesperación y la infidelidad en su lecho de muerte. La beata triunfó de esas tentaciones y murió apaciblemennte el 30 de octubre de 1292. Se ha perdido memoria del sitio en que fue sepultada en Cividale.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

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