P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Es paradójico observar cómo en nuestra realidad el hombre se afana porque quiere destacar, ser tenido en cuenta; anhela subir y escalar hasta el sitio que le corresponde sólo a Dios. La solemnidad de Cristo Rey nos invita a contemplar la actitud de Dios que elige bajarse, descender al nivel del hombre para salvarnos del pecado, de la autosuficiencia, de la soberbia. El Señor, Dios Eterno, Omnipotente, Omnisciente se encarna, se humilla, al grado de hacerse hombre para curar el desastre del hombre. Jesucristo, auténtico Rey del universo, asume nuestra humanidad, en forma humilde, débil; no se aferra a su categoría de Dios, de Señor, sino que toma la condición de esclavo, se hace uno de tantos, un simple hombre… hasta la muerte y no cualquiera, sino una muerte en una cruz, instrumento de tortura humillante, degradante y doloroso. Siendo Señor, se hace siervo. Como nos comparte san Pablo en su himno cristológico: “Él, siendo de condición divina, no reivindicó, en los hechos, la igualdad con Dios, sino que se despojó, tomando la condición de servidor y llegó a ser semejante a los hombres” (Fil 2,1-11).
La Encarnación del Rey del universo parte de la realidad de quien se siente implicado en el misterio (Lc 1, 26-38) de ahí que sea imprescindible tratar de comprender qué tipo de encarnación asumió el Hijo de Dios, puesto que solamente desde aquí podemos interpretar toda la vida de Jesús. Este día nos prepara para la celebración del Adviento y, ya desde ahora, podemos pedir al Señor que nos conceda la gracia de creer, no como se acepta una doctrina, un concepto, sino de que todo nuestro ser -interior y exterior- tienda a responder a su proyecto. En oración, meditar la historia a contemplar: la Santísima Trinidad mira con profundo amor un mundo sumido en un profundo caos y siente dolor por una creación conflictuada y conflictiva. Dios mismo decide hacerse hombre y elige un pueblo, una aldea, una mujer concretos, anónimos, humildes, sin reconocimiento social, cultural y económico. Tenemos la oportunidad de introducirnos en la escena, formar parte de ella y, desde ella, alimentar nuestra oración desde la prodigiosa realidad que contiene.
Hay una invitación clara a que caigamos en la cuenta de la capacidad que tenemos de hacer daño, de causar la muerte, de insistir más en lo que separa, en lo que ocasiona división, miedo, tristeza, soledad, vacío, sinsentido y muerte. La Santísima Trinidad observa y decide intervenir y nos dice que el proyecto de salvación tiene precedencia a la Encarnación del Hijo. Es imprescindible que comprendamos cómo el Señor ve el mal en este mundo y no se arrepiente de su creación, sino que decide hacerse carne. Dios ve un mundo en discordia, destrozado, caótico, sin esperanza, sin fe, como el nuestro. De ahí que tenga sentido contemplar y sentir la mirada de Dios que observa el mundo, su creación y, lejos de condenarla, decide hacerse hombre entre los hombres, tomar por su cuenta el arreglo de la situación y con ello, enseñarnos nuevamente en qué consiste –realmente- su proyecto de salvación. Es Dios mismo quien actúa, se introduce Él mismo en nuestra historia y no deja la labor en manos ajenas. Libremente elige meterse de lleno en nuestra complicación como resultado de su mirada llena de dolor, de empatía, de solidaridad, de ternura.
Jesucristo, Rey del universo, nos enseña que su Encarnación no se hizo de una vez y para siempre, sino que asumió nuestro cuerpo débil con todas sus limitaciones y dificultades y recorre nuestro propio itinerario: se encarna en una mujer sencilla, anónima, sin relieve; elige la vida en María y, desde Ella, nos da la Vida. Ante la inminencia del Adviento, conviene prepararnos para la Navidad y no ser indiferentes ante este mundo nuestro, lleno de contradicciones, de políticos corruptos cuyas mentiras asfixian la verdad y se obstinan en ser ciegos a la pobreza y la violencia; sordos a los gritos de familias que rechazan la impunidad y exigen justicia por los miles de asesinados y desaparecidos; ante los jóvenes que sufren ante la falta de oportunidades de trabajo, más allá de lo que ofrecen los delincuentes del narco y las drogas que, con desfachatez, se han apoderado del país. La Encarnación tiene lugar en nuestra vida, en nuestra propia historia con los conflictos y alegrías que nosotros vivimos aquí y ahora. Es urgente que nos planteemos: ¿Tiene algo que decirme a mí? ¿Desde dónde y con qué actitudes tengo que situarme para devolver la esperanza a este mundo? ¿Cuáles son las situaciones personales, familiares, laborales, de amistades que me están urgiendo una acción desde los criterios de Cristo, Rey pobre y humilde?
Domingo 26 de noviembre de 2023.