La dictadura del relativismo

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

El Papa Benedicto XVI, profeta de nuestro tiempo, nos alertó para que no nos dejemos engañar por ciertas corrientes demagógicas y populistas que él llamó “la dictadura del relativismo«. Cuando la razón es débil, crece la ignorancia; si falta la reflexión y la crítica rigurosa, aumenta la dependencia y se facilita la manipulación de los pueblos por aquellos para quien todo es posible con tal de permanecer en el poder y usarlo en beneficio propio y de sus cómplices, quienes harán lo que sea y como sea, para reverenciar a quien fomenta su ambición y su mediocridad. La ausencia de una sólida conciencia moral obstaculiza la verdad y facilita el error y el relativismo. El error es compatible con una adecuada disposición de la conciencia personal en relación con la verdad y permite que pueda ser reconocido. La filosofía relativista, en cambio, sostiene que hay que resignarse a que las realidades que se relacionan con el sentido y los valores más profundos de la vida humana, tanto personal como social, son esencialmente inaccesibles, y, por lo tanto, no hay un modo de acercarse a ellas, excepto el de quien se ostenta como un mesías. Éste lo decide todo, los demás, no son capaces sino de adular y obedecer servilmente.

 Cada época, cada cultura o régimen político ha utilizado conceptos, imágenes, símbolos, metáforas y visiones diferentes para aprovecharse de la ignorancia, del dolor y la necesidad de los pueblos. Aparentemente son distintos, pero en relación con los objetos a los que se refieren, todos buscan lo mismo. Se trata de formas diferentes, cultural e históricamente limitadas para aludir de manera muy imperfecta a ciertas realidades que no se pueden conocer y que justifican la acción de quien se siente poseedor de la verdad y la justicia. En definitiva, ninguno de los sistemas conceptuales políticos, sociales o culturales tendría el valor de verdad absoluta, a no ser la de quien se pregona como el salvador, el justo, el sabio, el bueno. De aquí que todo se pueda manipular con la teoría de que la ideología de un líder y su grupo es la realmente válida y legítima. Todo lo demás es relativo y criticable si no se siguen los parámetros de quien se proclama poseedor de la verdad y cuyos programas son los únicos válidos para afrontar una realidad que solo él conoce pues tiene sus propios datos.

En uno de sus libros (Fede, verità e tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo, Siena: Cantagalli, 2005, p. 170), Benedicto XVI se refirió a una parábola budista que cuenta que un rey del norte de la India reunió un día a varios ciegos que no sabían lo que era un elefante. Hicieron que uno de los ciegos le tocara la cabeza y le dijeron: «Esto es un elefante». Lo mismo dijeron a los demás, mientras hacían que cada uno tocara, o la trompa, o las orejas, o las patas, o el pelo de la cola del animal. Entonces el rey preguntó a los ciegos qué era un elefante, y cada uno dio definiciones distintas según la parte del elefante que le habían dejado tocar. Los ciegos empezaron a discutir, y la discusión se fue haciendo cada vez más violenta hasta acabar en una pelea a puñetazos, que era, precisamente la diversión que el rey deseaba a costa de los ciegos. Este cuento es especialmente útil para ilustrar el concepto relativista de la condición humana.

Los humanos seríamos los ciegos en peligro de absolutizar conocimientos parciales e inadecuados, inconscientes de nuestra limitación inherente (motivación teórica del relativismo). Cuando caemos en esta tentación, adoptamos comportamientos violentos e irrespetuosos, incompatibles con la dignidad humana (motivación ética del relativismo). Lo lógico sería que aceptáramos la relatividad de nuestras ideas, no sólo porque corresponde a la naturaleza de nuestro pobre conocimiento, sino también por el imperativo ético de la tolerancia, el diálogo y el respeto mutuo. La filosofía relativista se presenta como el requisito indispensable de la democracia, el respeto y la convivencia. Pero esta filosofía no parece darse cuenta de que el relativismo hace posible el engaño y el abuso de quienes detentan el poder. En el cuento, es el rey que quiere divertirse a espaldas de los pobres ciegos. En la sociedad actual, son quienes desarrollan sus propios intereses de poder económico, ideológico, político, etc., y engañan a los demás, mediante la manipulación hábil y sin escrúpulos de la opinión pública y, por supuesto, usan todos los recursos del poder.

La huida o evasión sistemática del plano de la verdad a la que nos lleva la mentalidad relativista, supone un desequilibrio, un predominio de la función técnica que favorece los impulsos hacia el placer, el bienestar, la posesión y ausencia de sacrificio a través de los cuales se afirma y expande el individualismo egoísta. El deseo de poseer, de tener éxito, de lograr una imagen y de llevar una vida fácil y agradable, prevalece contundentemente sobre el deseo de conocer, de reflexionar, de dar sentido a lo que hacemos, de ayudar a los demás con nuestro trabajo honesto. La trascendencia horizontal hacia los demás y hacia la comunidad, sin acudir a dádivas y también la trascendencia vertical hacia los valores ideales absolutos, hacia Dios, la verdad y la justicia, permanecen casi bloqueadas. Esto conduce a la deformación, cuando no a la corrupción, de la experiencia de la libertad personal, una realidad ciertamente sacrosanta pero que no siempre es concebida en su auténtico significado. Se invoca la libertad para abortar, para manipular y mentir, para ser vulgar, para no dar razones de las propias posiciones, para pisotear y, ante todo, para imponer a los demás una filosofía relativista que todos deberíamos aprobar. Quienes nieguen su aprobación serán sometidos a un proceso de linchamiento social y político por atreverse a disentir y cuestionar.

Domingo 19 de noviembre de 2023.

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